Hoy día existe
una norma profundamente arraigada en nuestras mentes y hábitos:
trabajar de forma remunerada a tiempo completo. Por qué negarlo, la
jornada completa, agitada frenéticamente como señuelo aún más en tiempos
de crisis y de desempleo brutal, supondría para las masas trabajadoras
la plena integración social así como un poder adquisitivo a la altura de
sus hipotecas bancarias y de la avidez promocionada por la
obsolescencia programada y la publicidad. De hecho, según la Encuesta de
Población Activa, la mayoría de las personas que trabajan a tiempo
parcial afirma que su situación laboral de media jornada no se debe a su
propia elección, sino a las necesidades de la empresa o a la situación
laboral general del país.
Florent Marcellesi
Es cierto que el discurso dominante de las élites políticas y
económicas ha allanado el camino. A la conquista del poder en 2007, el
presidente francés Nicolás Sarkozy proclamaba que era prioritario
“trabajar más para ganar más”. Mientras tanto, Mariano Rajoy no quiso
parecer menos en su carrera a la Moncloa y, en una entrevista en marzo
pasado al periódico El Correo, inauguró un desacomplejado “trabajar más y
ganar menos”. La crisis económica terminó de asentar esta idea:
Portugal, una de las dianas favoritas de los mercados y de las políticas
de austeridad, ha decidido aumentar en media hora al día la jornada
laboral en su sector privado. Para alimentar el crecimiento económico
continuo y la promesa del pleno empleo, no quedan dudas ni alternativas
ante la recesión: trabajar más (y consumir más) es un deber patriótico
de la ciudadanía moderna.
Sin embargo, ¿saben los exegetas de la economía del crecimiento
infinito que para mantener el nivel de producción y consumo anual tan
solo se requiere que las personas activas dediquen al trabajo remunerado
en torno a 25 horas de media a la semana? ¿Les importan las
desigualdades ante el empleo que hacen que en España más de un 21% de
personas estén desempleadas, un 13% trabaje a tiempo parcial y un 66% a
tiempo completo (sin hablar de las millones de personas trabajadoras
pobres y precarias)? ¿Saben que, sumando su trabajo remunerado y no
remunerado, las mujeres trabajan diariamente casi una hora más que los
hombres? ¿Saben que España agotó su capital ecológico del año apenas
llegado el 19 de abril (es decir, que este día su huella ecológica ya
superaba su biocapacidad)? ¿Han pensado que si el 100% de la población
activa trabajara a jornada completa en el modelo socio-económico actual,
nuestro país produciría un 33% más, lo cual ni nos dejaría empezar el
año siguiente con algún superávit ecológico?
Sean o no conscientes de ello, es indignante comprobar que están
promoviendo políticas exactamente opuestas a los intereses de la gran
mayoría de la ciudadanía y del planeta. En todo caso, no nos quedemos en
la indignación: transformémosla en un compromiso positivo hacia una
política laboral global y ambiciosa que sepa combinar justicia social y
ambiental.

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