domingo, 8 de abril de 2012

El estado que nos protege


El avance constante de las corporaciones sobre las libertades individuales, a las cuales considerábamos sagradas, ocurren en casi todos los campos en donde las corporaciones puedan tener intereses comerciales. Nadie debiera prohibirnos cuidar de nuestra salud por los medios que personalmente nos resulten apropiados.


La gran industria farmacéutica casi ha conseguido eliminar a todos sus competidores. Desde el 1 de abril de 2011 todas las hierbas medicinales se convertirán en ilegales en la Unión Europea. El enfoque en los Estados Unidos es algo distinto, pero tiene el mismo efecto devastador. Las personas sólo podrán medicarse con los productos que genere esta industria, sin ninguna otra opción, y pagando los precios que quiera.
Si bien esto está por ocurrir en Europa, tiene un extraño correlato con acontecimientos de nuestro país. Raro parecido con el caso de los propóleos, ¿se acuerdan?
El avance constante de las corporaciones sobre las libertades individuales, a las cuales considerábamos sagradas, ocurren en casi todos los campos en donde las corporaciones puedan tener intereses comerciales. Nadie debiera prohibirnos cuidar de nuestra salud por los medios que personalmente nos resulten apropiados.
Esta cuestión de que los estados se erigen en guardianes de la salud y el bien público, no tendría nada de malo si no tuviésemos en cuenta que los estados son guiados por hombres, con apetitos y codicias propias del género humano. Los siete pecados capitales no son invento de esta era. Claro está que en cuestión de garantizar las libertades y la libre elección, caen los estupefacientes y cantidad de substancias vegetales psicotrópicas.
Yo pude personalmente comprobar, dada mi condición de diabético tipo 2, en oportunidad de viajar a San Antonio de los Cobres (4800 mts. s.n.m.), Prov. de Salta, en mi país; que al masticar un "acuyicu" de 8 hojas de coca (Eritroxilon coca), mis dosajes matinales al día siguiente de glucosa en sangre, llegaban a valores casi normales. Ahora bien, cabe una pregunta: Si en Buenos Aires yo no me puedo proveer legalmente de este producto, por estar prohibido ¿Qué responsabilidad le cabe al estado por impedir mejorar mi salud? ¿Porqué debo yo dar explicaciones a un funcionario público de mis necesidades?
Pongamos en valor, los principios que defendieron nuestros próceres, los que fundaron nuestra nacionalidad, declarando el valor de la libertad, como supremo,... ¿Cómo podemos aceptar esta clase de conculcaciones de derechos a la libre elección? Nuestro Himno Nacional declara como "grito sagrado: libertad, libertad, libertad". Que el uso de la libertad demanda paralelamente, obligadamente, la responsabilidad ante los demás, no cabe duda, pero no se puede aceptar de ningún modo la suposición de culpabilidad alguna por la simple presunción.
Esta cuestión se extiende peligrosísimamente al ámbito de los alimentos.
Si es mi deseo y mi gusto, comer queso con gusanos, aún poniendo en riesgo mi salud, es de mi entero y sagrado derecho. Curiosamente nuestras autoridades nos impedirían producir un jamón crudo tipo “pata negra”, como esos que importamos de España a precios astronómicos, pues están parcialmente cubiertos de mohos.
El estado solo puede y debe regular, las cuestiones de derecho del consumidor a saber "a ciencia cierta que es lo que está comprando", pero jamás debe ni puede interferir con las libertades individuales. La libertad es una sola, toda la libertad que permite la convivencia civilizada. Solo puede y debe ser limitada por las libertades y derechos de los demás ciudadanos. Por una cuestión de principios, la aceptación de la pérdida de una porción de libertad, establece el terrible precedente para habilitar a los estados, cooptados por las corporaciones económicas mediante $u$ grande$ medio$ e infalible$ método$ para convencer a lo$ legisladore$; a que nos vayan cercenando los derechos uno a uno.
En nombre de la salud pública y el interés general se ha prohibido la venta de leche cruda, original, no manipulada por el ser humano. Si alguno de nosotros deseara por ejemplo, consumir leche natural, no podría. Se da en enorme cantidad de casos en nuestro país, que la leche de un tambo que se encuentra a 5 km, de un pueblo, es trasladada 300 km o más y retorna parcialmente desgrasada, homogeneizada, "enriquecida", "toqueteada", desnaturalizada. Un despropósito medioambiental de consumo de combustible para movilizar el producto 600 km o más, con el encarecimiento de rigor.
Esto deja el “rastro de carbono”, una gran cantidad de dióxido de carbono es liberado a la atmósfera para el traslado, mantenimiento en frío, pasteurizado, envasado y retornado de esa leche al lugar de origen.
En otros tiempos, las baterías de cacharros de cocina venían provistas del famoso hervidor de leche, que se usaba para dar un hervor a este producto, para matar los microbios que eventualmente tuviera. Por aquel entonces eran más abundantes y peligrosos (aftosa, brucelosis, tuberculosis, rabia).
Hoy en día la sanidad de los tambos haría innecesaria esa práctica.
En cuanto a las normativas que cercenan tanto las libertades de consumir algún producto, como la de producirlo y venderlo, garantizándose así el ejercicio del derecho de ejercer una industria lícita (derecho consagrado por la Constitución) , se puede decir que son una manera ya poco sutil de introducir condicionamientos a nuestras libertades, con el eufemismo de velar por nuestra salud; cuando todos sabemos que la salud que termina absolutamente resguardada es la de los intereses corporativos. Hablemos claro entre nosotros sino no nos vamos a entender.
El estado, de este modo destina enorme cantidad de recursos para protegernos de nosotros mismos dado que "los mentores de las regulaciones se consideran seres superiores portadores de la verdad revelada, y que es su deber prohibirnos el derecho a elegir por nosotros mismos. Una actitud paternalista inaceptable, dejándonos el amargo sabor de la sospecha, de que tales resguardos son una excusa para garantizar el negocio de esas corporaciones.
Por el momento, no se les ha pasado por sus mentes afiebradas, pasteurizar las lechugas o los tomates, por lo desastroso de su resultado y lo ridículo que sería, pero en rigor de verdad son productos que consumimos crudos casi a diario,….¿o no?
Por otro lado el precio que hoy se paga a los productores de los alimentos por sus cosechas o productos, es solo una fracción muy menor de la que debe pagar el consumidor. El resto se va en una cadena de valor que por lo general lucra en mucho mayor grado, con riesgos infinitamente menores. A saber: transporte, distribución, propaganda, comercialización minorista, auspicios (fútbol, por ejemplo, recuerdo la fabulosa suma pagada a un futbolista por una industria láctea ya desaparecida escandalosamente).
No nos olvidemos que el estado moja abundantemente el pan en la salsa con el I.V.A. y el Impuesto a los Ingresos Brutos (provincial) en cada transacción comercial y facturación de la cadena de valor. En estos momentos (fines del 2010), en los que en nuestro país se ha desatado una inflación fenomenal por la delirante política ganadera que llevó a cabo el gobierno de turno, que nos dejó desprovistos de carne vacuna; tradicional soporte central de la alimentación popular; la generación de recursos alimentarios locales, para muchas comunidades del interior, representaría sin duda un paliativo.
Tarde o temprano, el encarecimiento de la energía determinará la vuelta al sistema tradicional de que los pueblos se alimenten con aquello que tengan a mano, de producción local. Esto es deseable pues es naturalmente más fresco, gustoso, accesible y barato.
Como de lo que estamos hablando, en realidad, no es de la industria farmacéutica, ni de la de los alimentos, ni de las corporaciones comerciales ni nada de eso; sino de nuestra libertad y dado que el estado dilapida los recursos que son de toda la Nación, generando grandes y costosas estructuras burocráticas, que terminan impulsando el encarecimiento de recursos medicinales y alimentarios; la discusión debe darse en el terreno filosófico.
De la utilidad de tantas regulaciones, permítanme la libertad de sospechar y pensar íntimamente, que persiguen un propósito espurio. Creo que no somos pocos los profesionales del medio que lo hacemos, aunque solo pocos nos atrevemos a decirlo con todas las letras.
El estado por lo menos, debiera poner el mismo empeño y dedicación para garantizarnos que las hamburguesas que debieran ser de carne de vaca o la que se declare, no contengan soja texturizada. Lo mismo para infinidad de productos en la que ingresa esta materia prima. Si alguien desea introducir soja en un fiambre, una salchicha, una hamburguesa, un chorizo o lo que se cuadre, debiera tener el derecho de hacerlo, siempre y cuando lo explicite sin eufemismos y en letra grande. Ésta también sería una libertad y como tal debemos velar por ella. Pero la mentira por acción u omisión no me parece que sea un derecho social válido como recurso comercial y de eso sí el estado es responsable de que no ocurra y todos sabemos que mira para otro lado.
Este tipo de adulteraciones es bastante común en nuestro país, al que alguna vez rebauticé como trucholandia.
Comparemos simplemente con la aceptación de la venta de cigarrillos o bebidas alcohólicas; allí el estado se limita tan solo a advertir de lo dañino que es su consumo o su consumo excesivo. Ese es el único deber del estado, no puede ni debe ir más allá, cada uno luego decide.
No es esto una diatriba contra las grandes empresas que en general proveen de alimentos y medicinas. Sin ellas no habría abasto a las grandes ciudades; pero de allí a que prácticamente se impida a las pequeñas comunidades a producir y consumir sus alimentos sin su intervención, existe éticamente un gran trecho.
Creo que si no tomamos debida conciencia sobre lo que significa la palabra libertad y lo que representa, estamos condenados a perderla poco a poco y la habremos perdido no solo para nosotros, sino también para nuestra posteridad. La única manera de conservarla es asumiendo compromiso y responsabilidad. En especial, no debemos dejar por pereza, que otros piensen por nosotros.

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