El avance constante de las corporaciones sobre las libertades
individuales, a las cuales considerábamos sagradas, ocurren en casi
todos los campos en donde las corporaciones puedan tener intereses
comerciales. Nadie debiera prohibirnos cuidar de nuestra salud por los
medios que personalmente nos resulten apropiados.
La gran industria farmacéutica casi ha conseguido eliminar a todos sus competidores. Desde el 1 de abril de 2011 todas las hierbas medicinales se convertirán en ilegales en la Unión Europea. El enfoque en los Estados Unidos es algo distinto, pero tiene el mismo efecto devastador. Las personas sólo podrán medicarse con los productos que genere esta industria, sin ninguna otra opción, y pagando los precios que quiera.
Si bien esto está por ocurrir en Europa, tiene un extraño correlato con
acontecimientos de nuestro país. Raro parecido con el caso de los
propóleos, ¿se acuerdan?
El avance constante de las corporaciones sobre las libertades
individuales, a las cuales considerábamos sagradas, ocurren en casi
todos los campos en donde las corporaciones puedan tener intereses
comerciales. Nadie debiera prohibirnos cuidar de nuestra salud por los
medios que personalmente nos resulten apropiados.
Esta cuestión de que los estados se erigen en guardianes de la salud y
el bien público, no tendría nada de malo si no tuviésemos en cuenta que
los estados son guiados por hombres, con apetitos y
codicias propias del género humano. Los siete pecados capitales no son
invento de esta era. Claro está que en cuestión de garantizar las
libertades y la libre elección, caen los estupefacientes y cantidad de
substancias vegetales psicotrópicas.
Yo pude personalmente comprobar, dada mi condición de diabético tipo 2,
en oportunidad de viajar a San Antonio de los Cobres (4800 mts. s.n.m.),
Prov. de Salta, en mi país; que al masticar un "acuyicu" de 8 hojas de
coca (Eritroxilon coca), mis dosajes matinales al día siguiente de
glucosa en sangre, llegaban a valores casi normales. Ahora bien, cabe
una pregunta: Si en Buenos Aires yo no me puedo proveer legalmente de
este producto, por estar prohibido ¿Qué responsabilidad le cabe al
estado por impedir mejorar mi salud? ¿Porqué debo yo dar explicaciones a
un funcionario público de mis necesidades?
Pongamos en valor, los principios que defendieron nuestros próceres, los que fundaron nuestra nacionalidad, declarando el valor de la libertad, como supremo,... ¿Cómo
podemos aceptar esta clase de conculcaciones de derechos a la libre
elección? Nuestro Himno Nacional declara como "grito sagrado: libertad,
libertad, libertad". Que el uso de la libertad demanda paralelamente,
obligadamente, la responsabilidad ante los demás, no cabe duda, pero no
se puede aceptar de ningún modo la suposición de culpabilidad alguna por
la simple presunción.
Esta cuestión se extiende peligrosísimamente al ámbito de los alimentos.
Si es mi deseo y mi gusto, comer queso con gusanos, aún poniendo en riesgo mi salud, es de mi entero y sagrado derecho. Curiosamente nuestras autoridades nos impedirían producir un jamón crudo tipo “pata negra”, como esos que importamos de España a precios astronómicos, pues están parcialmente cubiertos de mohos.
Si es mi deseo y mi gusto, comer queso con gusanos, aún poniendo en riesgo mi salud, es de mi entero y sagrado derecho. Curiosamente nuestras autoridades nos impedirían producir un jamón crudo tipo “pata negra”, como esos que importamos de España a precios astronómicos, pues están parcialmente cubiertos de mohos.
El estado solo puede y debe regular, las cuestiones de derecho del
consumidor a saber "a ciencia cierta que es lo que está comprando", pero
jamás debe ni puede interferir con las libertades individuales. La
libertad es una sola, toda la libertad que permite la
convivencia civilizada. Solo puede y debe ser limitada por las
libertades y derechos de los demás ciudadanos. Por una cuestión de
principios, la aceptación de la pérdida de una porción de libertad,
establece el terrible precedente para habilitar a los estados, cooptados
por las corporaciones económicas mediante $u$ grande$ medio$ e
infalible$ método$ para convencer a lo$ legisladore$; a que nos vayan
cercenando los derechos uno a uno.
En nombre de la salud pública y el interés general se ha prohibido la
venta de leche cruda, original, no manipulada por el ser humano. Si
alguno de nosotros deseara por ejemplo, consumir leche natural, no
podría. Se da en enorme cantidad de casos en nuestro país, que la leche
de un tambo que se encuentra a 5 km, de un pueblo, es trasladada 300 km o
más y retorna parcialmente desgrasada, homogeneizada, "enriquecida",
"toqueteada", desnaturalizada. Un despropósito medioambiental de
consumo de combustible para movilizar el producto 600 km o más, con el
encarecimiento de rigor.
Esto deja el “rastro de carbono”, una gran cantidad de dióxido de
carbono es liberado a la atmósfera para el traslado, mantenimiento en
frío, pasteurizado, envasado y retornado de esa leche al lugar de
origen.
En otros tiempos, las baterías de cacharros de cocina venían provistas
del famoso hervidor de leche, que se usaba para dar un hervor a este
producto, para matar los microbios que eventualmente tuviera. Por aquel
entonces eran más abundantes y peligrosos (aftosa, brucelosis,
tuberculosis, rabia).
Hoy en día la sanidad de los tambos haría innecesaria esa práctica.
En cuanto a las normativas que cercenan tanto las libertades de consumir
algún producto, como la de producirlo y venderlo, garantizándose así el
ejercicio del derecho de ejercer una industria lícita (derecho
consagrado por la Constitución) , se puede decir que son una manera ya
poco sutil de introducir condicionamientos a nuestras libertades, con el
eufemismo de velar por nuestra salud; cuando todos sabemos que la salud
que termina absolutamente resguardada es la de los intereses
corporativos. Hablemos claro entre nosotros sino no nos vamos a
entender.
El estado, de este modo destina enorme cantidad de recursos para
protegernos de nosotros mismos dado que "los mentores de las
regulaciones se consideran seres superiores portadores de la verdad
revelada, y que es su deber prohibirnos el derecho a elegir por nosotros
mismos. Una actitud paternalista inaceptable, dejándonos el amargo
sabor de la sospecha, de que tales resguardos son una excusa para
garantizar el negocio de esas corporaciones.
Por el momento, no se les ha pasado por sus mentes afiebradas,
pasteurizar las lechugas o los tomates, por lo desastroso de su
resultado y lo ridículo que sería, pero en rigor de verdad son productos
que consumimos crudos casi a diario,….¿o no?
Por otro lado el precio que hoy se paga a los productores de los
alimentos por sus cosechas o productos, es solo una fracción muy menor
de la que debe pagar el consumidor. El resto se va en una cadena de
valor que por lo general lucra en mucho mayor grado, con riesgos
infinitamente menores. A saber: transporte, distribución, propaganda,
comercialización minorista, auspicios (fútbol, por ejemplo, recuerdo la
fabulosa suma pagada a un futbolista por una industria láctea ya
desaparecida escandalosamente).
No nos olvidemos que el estado moja abundantemente el pan en la salsa
con el I.V.A. y el Impuesto a los Ingresos Brutos (provincial) en cada
transacción comercial y facturación de la cadena de valor. En estos
momentos (fines del 2010), en los que en nuestro país se ha desatado una
inflación fenomenal por la delirante política ganadera que llevó a cabo
el gobierno de turno, que nos dejó desprovistos de carne vacuna;
tradicional soporte central de la alimentación popular; la generación de
recursos alimentarios locales, para muchas comunidades del interior,
representaría sin duda un paliativo.
Tarde o temprano, el encarecimiento de la energía determinará la vuelta
al sistema tradicional de que los pueblos se alimenten con aquello que
tengan a mano, de producción local. Esto es deseable pues es
naturalmente más fresco, gustoso, accesible y barato.
Como de lo que estamos hablando, en realidad, no es de la industria
farmacéutica, ni de la de los alimentos, ni de las corporaciones
comerciales ni nada de eso; sino de nuestra libertad y dado que el
estado dilapida los recursos que son de toda la Nación, generando
grandes y costosas estructuras burocráticas, que terminan impulsando el
encarecimiento de recursos medicinales y alimentarios; la discusión debe
darse en el terreno filosófico.
De la utilidad de tantas regulaciones, permítanme la libertad de
sospechar y pensar íntimamente, que persiguen un propósito espurio. Creo
que no somos pocos los profesionales del medio que lo hacemos, aunque
solo pocos nos atrevemos a decirlo con todas las letras.
El estado por lo menos, debiera poner el mismo empeño y dedicación para
garantizarnos que las hamburguesas que debieran ser de carne de vaca o
la que se declare, no contengan soja texturizada. Lo mismo para
infinidad de productos en la que ingresa esta materia prima. Si alguien
desea introducir soja en un fiambre, una salchicha, una hamburguesa, un
chorizo o lo que se cuadre, debiera tener el derecho de hacerlo, siempre
y cuando lo explicite sin eufemismos y en letra grande. Ésta también
sería una libertad y como tal debemos velar por ella. Pero la mentira
por acción u omisión no me parece que sea un derecho social válido como
recurso comercial y de eso sí el estado es responsable de que no ocurra y
todos sabemos que mira para otro lado.
Este tipo de adulteraciones es bastante común en nuestro país, al que alguna vez rebauticé como trucholandia.
Comparemos simplemente con la aceptación de la venta de cigarrillos o
bebidas alcohólicas; allí el estado se limita tan solo a advertir de lo
dañino que es su consumo o su consumo excesivo. Ese es el único deber
del estado, no puede ni debe ir más allá, cada uno luego decide.
No es esto una diatriba contra las grandes empresas que en general
proveen de alimentos y medicinas. Sin ellas no habría abasto a las
grandes ciudades; pero de allí a que prácticamente se impida a las
pequeñas comunidades a producir y consumir sus alimentos sin su
intervención, existe éticamente un gran trecho.
Creo que si no tomamos debida conciencia sobre lo que significa la
palabra libertad y lo que representa, estamos condenados a perderla poco
a poco y la habremos perdido no solo para nosotros, sino también para
nuestra posteridad. La única manera de conservarla es asumiendo
compromiso y responsabilidad. En especial, no debemos dejar por pereza,
que otros piensen por nosotros.
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