Hace 51 años, el Ejército norteamericano comenzó a rociar los frondosos valles y las planicies
del centro y el sur de Vientam con 75 millones de litros de un
herbicida poco conocido hasta entonces, con la intención de arrasar los
campos que podían ofrecer refugio al Vietcong. El Agente Naranja,
fabricado por químicas como Monsanto y Dow Chemical, resultó contener
una dioxina extremadamente dañina, que ha provocado en los humanos
cánceres, diabetes, linfomas y malformaciones. Sólo ahora, millones de
enfermedades y muertes después, Estados Unidos ha comenzado la limpieza
de unos eriales que aun son tóxicos.
Las operaciones de limpieza comenzaron el jueves en la ciudad de
Danang. Durarán cuatro años y costarán 43 millones de dólares, según el
Departamento de Estado de EE UU. En los diez años en que se empleó, el
Agente Naranja del Pentágono arrasó dos millones de hectáreas, y afectó
también a Camboya y Laos. Los norteamericanos emplearon concentraciones
de dioxinas hasta 55 veces superiores a las normales, de ahí sus
devastadores efectos sobre la salud. Hasta los años 90, sin embargo, el
Gobierno de EE UU no reconoció formalmente los efectos nocivos del
químico.
Por aquel entonces, los estragos entre los vietnamitas eran ya
obvios: cánceres, dolencias respiratorias, quemaduras, abortos, fetos
deformes y malformaciones. Pero tuvieron que ser los soldados
norteamericanos que prestaron servicio en Vietnam los que obligaran a
Washington a reaccionar. Primero, 15.000 soldados demandaron a los
fabricantes del producto, y lograron, en 1984, un acuerdo extrajudicial
de 180 millones de dólares. Posteriormente, el Congreso autorizó al Departamento de Veteranos del Gobierno a que indemnizara a los 4,2 millones de soldados que sirvieron en zonas donde se empleó el químico, si presentaban secuelas.
Según dijo en una investigación judicial de 1983 Henry Kissinger, asesor de seguridad nacional de Richard Nixon,
fue este presidente quien dio la orden final de dejar de emplear el
herbicida en 1971, desautorizando a la cúpula militar del país, que
quería seguir con su uso. El general William Westmoreland, comandante de
las tropas de EE UU en Vietnam hasta 1968 dijo también en esa
investigación que el Agente Naranja se empleó con profusión “porque el
enemigo creía el mito de que podía ser nocivo para su salud, y se
mantenía alejado de él”. Aquella fue postura oficial de los oficiales
del Gobierno norteamericano durante muchos años: el Agente Naranja era
para ellos un herbicida, inocuo hasta que se demostrara lo contrario.
Cruz Roja estima que hay un millón de vietnamitas que viven con las
secuelas de esa dioxina, y que 100.000 de ellos son niños con
malformaciones. En la pasada década, esa organización de ayuda ha
tratado a más de 660.000 personas con secuelas causadas por el Agente
Naranja. Muchas zonas han sido limpiadas, progresivamente, por Hanoi,
pero aun queda una veintena de bases y puestos norteamericanos, hoy
abandonados, que siguen altamente contaminados. Entre ellos, parte del
aeropuerto de Danang.
En los próximos cuatro años, los grupos de limpieza retirarán
sedimentos de las zonas contaminadas, para luego someterlos a un
tratamiento de desorción térmica, exponiéndolos a temperaturas extremas
para provocar la evaporación los químicos, según ha explicado la
embajada norteamericana en Hanoi. Danang, con más de 800.000 habitantes,
es una de las mayores ciudades de la costa central de Vietnam. Se
calcula que hay en ella 11.000 personas con discapacidades, muchas
relacionadas con el Agente Naranja.
“La dioxina en este suelo es un legado del pasado tan doloroso que
compartimos”, dijo el jueves en un discurso en Danang el embajador
norteamericano en Vietnam, David B. Shear. “Pero el proyecto que
iniciamos aquí y ahora, mano a mano con los vietnamitas, es un símbolo
del futuro esperanzador que estamos construyendo de forma conjunta.
Ambos estamos avanzando y dando los primeros pasos para enterrar el
legado de nuestro pasado”.
En 2004, un grupo de ciudadanos vietnamitas presentó una demanda civil
en los juzgados de Nueva York contra químicas como Dow, Monsanto o
Hercules, que le vendieron el Agente Naranja al Pentágono, por
considerarlas cómplices en crímenes de guerra. El juez, Jack Weinstein,
la desestimó al año siguiente, al considerar que vender químicos no
suponía un crimen de guerra, y que además el herbicida se había diseñado
específicamente para defoliar, no para afectar a la población. En aquel
caso, los efectos colaterales, aun en su gravedad, no se consideraron suficientes para encontrar culpables.
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