jueves, 13 de septiembre de 2012

Globalización y destrucción

Es cada vez mayor el abismo que separa a ricos y pobres en nuestro mundo. Hambre, enfermedad contagiosa, crimen, droga
 Marcus Eduardo de Oliveira 
Una cosa es indiscutible: hoy en día, en nuestro mundo real, impera una gran injusticia globalizada sobre los pueblos subdesarrollados.
Es cada vez mayor el abismo que separa a ricos y pobres en nuestro mundo. Hambre, enfermedad contagiosa, crimen, droga, desempleo, subdesarrollo, inestabilidad en los mercados financieros, disparidad en la distribución de ingresos, terrorismo, recesión económica, exclusión social, corrupción, deuda externa de los países pobres, marginalización, agravamiento de la pobreza, violencia en las grandes ciudades, debilitamiento del Estado de derecho y la falta de respeto a aún a los derechos humanos, son características de un proceso creciente llamado “globalización destructiva” que afecta a la mayor parte de los pobres de la Tierra que viven en los países subdesarrollados, esos que solemos denominar Tercer Mundo y que se encuentran en Latinoamérica, en Asia y, sobre todo, en África.
Según datos recientes del PNUD, cientos y cientos de millones de personas no pueden satisfacer sus necesidades más primarias, como alimentación, vestido, vivienda o una educación elemental. Solamente en América Latina y el Caribe, el número de personas en condiciones de extrema pobreza pasó de 48 (2008) a 57 millones (2011) – 26 por ciento de la población vive con menos de dos dólares por día; hay 19 millones de desempleados y de cada 10 nuevos empleos generados, siete son informales.
LA GLOBALIZACIÓN
La globalización tiene un papel fundamental en la creciente exclusión. Hasta el señor Bill Clinton (ex-presidente de los EE.UU.) afirmó públicamente los peligros de la globalización: “La comunidad global no puede sobrevivir como sucedió en el ‘cuento de las dos ciudades’ –una moderna e integrada, con un teléfono celular en cada mano y un McDonald en cada esquina– y la otra envuelta en la pobreza y con un resentimiento creciente, llena de problemas de salud pública y ambiental que nadie puede administrar”. El proceso de “degradación social” está al servicio de las fuerzas imperialistas, donde Wall Street y, principalmente, el gobierno de los EE.UU. es lo primer y único responsable.
Para hacer un mundo mejor es necesario, en primer plano, forjar una nueva senda de desarrollo que vincule el crecimiento económico a la responsabilidad social y ambiental, uniendo la sociedad civil, a los trabajadores, empresarios y los gobiernos. Es necesario crear políticas de protección social. Es necesario el fortalecimiento del comercio internacional de forma justa y equilibrada. Para lograr una meta de crecimiento económico es necesaria una tasa promedio de crecimiento anual de la economía mundial de alredor de 3,5 por ciento – con un Producto Bruto Mundial (PNB) de 140 billones de dólares para 2050.
UN MUNDO MEJOR

No tengo dudas de que un mundo mejor es posible. La ciencia y la técnica actual lo permiten. Pero, para ello, es necesario que los gobiernos de los países desarrollados tengan una conducta responsable en sus modus operandi económicos y políticos a fin de ayudar a mejorar las condiciones de vida de millones y millones de hombres [y mujeres] que claman por un cambio de ruta del actual sistema económico-financiero. Los países desarrollados se deben comprometer a ayudar a los países en desarrollo a través del fortalecimiento de la capacidad institucional, el incremento de la asistencia internacional para el desarrollo, la apertura de mercados y, especialmente, a la reducción de subsidios a la agricultura. Como ejemplo de la “globalización destructiva” que hemos abordado aquí, analicemos la siguiente cita del intelectual uruguayo Eduardo Galeano: “Los datos del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos indican que cuatro países encabezan la venta de armas en el mundo: Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Rusia.
Estos son, casualmente, los países que tienen derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (además de China). Traducido a la práctica, el derecho de veto significa poder de decisión. La Asamblea General de las Naciones Unidas, donde están los demás países, formula recomendaciones; pero quien decide es el Consejo de Seguridad. La Asamblea habla o calla, el Consejo hace o deshace. O sea: cuatro potencias, cuyas economías dependen en buena medida de las guerras del mundo, son las que tienen en sus manos el rumbo del máximo organismo internacional. Según su acta de fundación, la Organización de las Naciones Unidas se ocupa del mantenimiento de la paz, la defensa de los derechos humanos, la amistad entre las naciones y la cooperación internacional”.

Hoy, solamente un efecto es visible: la única fuerza real que gobierna el mundo es, obviamente, al poder económico y financiero. En las palabras de José Saramago ese poder es “regido por las empresas multinacionales de acuerdo con estrategias de dominio que nada tienen que ver con aquel bien común al que, por definición, aspira la democracia”.
El futuro de nuestro mundo está, solamente, en nuestras manos. Hacer un mundo mejor es posible y deseable, para nosotros, nuestros hermanos y hermanas; para los pueblos pobres y oprimidos del mundo. El bienestar de las propias naciones es consecuencia directa de una buena política económica. Es obligación de los gobiernos hacer un mundo mejor. Hay pocas razones para creer lo contrario.

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