Sin embargo,
para hacer posible la utopía, hay un supuesto básico que debemos
reconocer y es que, más allá de los idiomas, compartimos las mismas
visiones, los mismos significados
Rodrigo Arce Rojas
Avanzar hacia un estado de gobernabilidad ambiental implica
idealmente que los Estados realizan una gestión pública ambiental
efectiva en sintonía con las propuestas, demandas y aspiraciones de la
sociedad civil. Bajo esta situación ideal existen medios
institucionalizados para canalizar las propuestas de la sociedad civil y
el Estado actúa democrática y transparentemente por lo que el ejercicio
de la autoridad cuenta con legitimidad social.
Sin embargo, para hacer posible la utopía, hay un supuesto básico que
debemos reconocer y es que, más allá de los idiomas, compartimos las
mismas visiones, los mismos significados, sentidos respecto a cómo
entendemos y procesamos el concepto “ambiente”, sus contenidos, sus
dinámicas e interacciones. El hecho real es que esto no siempre
percibimos, sentimos y comprendemos lo mismo sobre el ambiente. El otro
hecho es si entendemos el ambiente como únicamente reducido a lo
biofísico (cuyo sinónimo sería “naturaleza”) o comprendemos al ambiente
como un todo que integra sociedad y naturaleza.
Descola y Palsson (1996) afirman que la persistencia de un
pensamiento cosmológico dualístico (separación naturaleza-cultura)
impide el desarrollo de una comprensión más cercana a la realidad
ecológica; tanto el determinismo ambiental como el determinismo cultural
provienen, en última instancia de este dualismo. Según estos autores,
el determinismo ambiental entiende las formas sociales y la acción
social como derivado y dependiente de las estructuras ambientales. Por
su parte, el determinismo cultural afirma que es nuestra forma de pensar
lo que termina por definir la realidad; el entorno es, en última
instancia, una construcción social.
Por su parte, Gómez (S.f.) concibe al ambiente en las siguientes
dimensiones: i) Constructo gnoseológico y epistemológico que refiere la
externalidad, lo que está fuera, de los sistemas y de los campos de
conocimiento, ii) Concepto rearticulador de lo no pensado, iii) Dominio
generalizado de las relaciones sociedad-naturaleza y iv). Campo material
y abstracto de las relaciones cultura, población, naturaleza y
trabajo. En esta misma línea, desde la perspectiva de la Psicología
Ambiental se estudia las relaciones recíprocas entre las conductas de
las personas y el ambiente socio-físico, tanto natural como construido
(Aragonés y Américo, 1998).
La antropología insiste en ver en la percepción del ambiente y en el
comportamiento frente a él un asunto cultural. La información que
recibimos sobre el medio que nos rodea no sólo proviene de nuestra
percepción empírica y del conocimiento académico y científico, sino que
también la heredamos junto con el conjunto de elementos que acompañan a
la cultura (Urbina y Martínez, 2006).
De otro lado, la representación social describe los procesos
de percepción simbólica del entorno. Estas representaciones son
relaciones imaginarias y cognoscitivas entre sociedad y naturaleza que
configuran a lo largo de la historia el sentido común a partir del cual
juzgamos una situación ambiental compleja y actuamos sobre ella (Perló y
Gonzáles, 2006).
La realidad nos muestra que existe un proceso de codeterminación
(determinación mutua) entre los procesos naturales y los procesos
sociales. El ser humano influye sobre su medio y a la vez es influido
por el medio. Estos procesos no son homogéneos pues tienen sus subidas y
sus bajadas, sus flujos y reflujos, sus paralelismos, sus traslapes,
sus vacíos u omisiones. No siendo procesos lineales la figura de espiral
de espirales es la que mejor ilustra este tipo de interrelaciones.
La gobernabilidad ambiental también implica asumir supuestos que las
instituciones funcionan, las normas se cumplen y los acuerdos se
respetan. No siempre es el caso, especialmente para democracias
incipientes o Estados en proceso de construcción como las nuestras. Más
aún cuando desde la agenda de los pueblos indígenas se descubre los
límites del derecho occidental, no en vano cobra en la región inusitada
fuerza los enfoques, aproximaciones teóricas y metodológicas de la
antropología jurídica.
Si los entendimientos sobre lo ambiental son tan diversos entonces
también es de esperar que el fenómeno se repita cuando de habla de
gobernabilidad ambiental. Dependiendo de la interpretación de cada actor
es posible encontrar posiciones más ligadas al ejercicio de poder de
las autoridades privilegiando la democracia representativa. De otro
lado fuerzas sociales y políticas presionan en el marco de enfoques y
prácticas más representativas. El tema se complejiza porque los actores
no son entes monolíticos y es posible encontrar tensiones y
contradicciones en un mismo actor acorde como se mueva el entorno
político, que se constituye en un factor de alta incidencia en la
definición de las decisiones coyunturales. La complejidad y la
incertidumbre son parte de la realidad de los procesos políticos que no
podemos soslayar en nuestro análisis.
Es claro que no estamos en una situación ideal, pero los conceptos
nos ayudan a visibilizar el camino hacia donde queremos llegar y qué
características y atributos debería tener el escenario soñado de
gobernabilidad ambiental. La democracia soñada, las y los funcionarios
soñados, las y los ciudadanos soñados son fuerzas poderosas que definen
marcos de pensamiento y de actuación. El problema no está en la
complejidad de los sistemas sino en la actitud con la que nos
predisponemos a generar propuestas y acciones innovadoras para
acercarnos de una manera más efectiva, práctica y relativamente rápida a
esa situación ideal.
Por tales razones la complejidad de los problemas ambientales no
pueden interpretarse únicamente desde las polarizaciones, que
corresponden más bien a una lógica de segmentos lineales, sino desde las
múltiples aristas a partir del cual un factor se interconecta con otros
factores. Por ejemplo, no es posible llevar la discusión sólo a una
perspectiva “técnica” o “política” sino que los límites económicos de un
sistema ecológico tienen que ser definidos a partir de diálogos entre
pares (en el sentido de sentirse comprometido, influido, beneficiado o
afectado por el tema o temas en cuestión) en una perspectiva
“técnica-política”. Las visiones fragmentadas, por mejor intencionada
que sean, o por las mejores explicaciones racionales que se brinden, no
pueden plantear alternativas sostenibles en tanto subestiman factores
que a la larga pesan en la resultante final del proceso.
Por tanto en el tema de gobernabilidad ambiental no puede
desconocerse la dimensión humana que se manifiesta en conductas y
actitudes, percepciones, conocimientos, saberes, sentimientos y
emociones. Desde una perspectiva de diálogo transformacional estas
perspectivas deben ser consideradas. A los procesos de gestión ambiental
las personas y los colectivos llegan con sus historias, sus discursos,
sus prejuicios, sus imaginarios, sus ideologías y sus representaciones
sociales. Los actores llegan a los escenarios de conflictividad y
tensiones socioambientales con sus certidumbres, incertidumbres,
inquietudes y preguntas, lo que no es en sí un problema, el tema está en
qué medida existe la honestidad para reconocer tus campos de
convicciones sinceras, de las angustias, de los temores y el horror al
vacío intelectual. La gobernabilidad ambiental alude en el fondo a las
posibilidades y limitaciones propias de nuestra humanidad. El
reconocimiento de esta realidad ya es un gran paso para enfrentar los
problemas como retos y la complejidad como algo intrínseco a la
dimensión cósmica.
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