«En arte, para
realizar cualquier gesto que vaya mas allá del pensamiento es
inevitable alterar la naturaleza; por eso intento que cada acto esté
plenamente justificado»
Dionisio Romero
Mireya Masó es una artista que trabaja principalmente con la
fotografía y el vídeo. A lo largo de estos últimos años su reflexión ha
estado muy centrada en la relación del hombre con el paisaje. En un
principio se internó en una serie de parques naturales y más
recientemente su investigación la llevó a trabajar en la estación polar
de la Antártida. En estos espacios ha procedido a un registro detallado
de secuencias e imágenes que indagan sobre los procesos de cambio y
transformación, sobre cómo el ser humano percibe su entorno, se hace
cargo de sus significados, toma conciencia de su poder de intervención y
es capaz de registrar espacios de conciencia en la naturaleza. Muchas
de estas propuestas son fronterizas, en el sentido de el hombre es
agente de cambios, pero también sujeto de procesos que no controla, por
lo que no siempre es consciente de su relación perceptiva con el medio
natural, de ahí que Mireya Masó esté interesada en indagar en esa
delgada línea de la percepción consciente. La fotografía y especialmente
el vídeo se adecuan muy bien a estos trabajos que tienden puentes
entre la ciencia, la arquitectura y el arte. Estas relaciones la
llevaron a la las bases argentinas de la Antártida, junto con una
ecóloga marina, para trabajar en un proyecto conjunto que se inauguró
en el Centro d´Art Santa Mónica de Barcelona y el Centro Cultural de
España en Montevideo. El que quiera conocer mejor su trayectoria puede
acercarse a la página web: http://mireyamaso.com/
- En su obra hay constantes referencias a la naturaleza ¿Considera la naturaleza el sujeto principal de su trabajo?
Hace más de diez años me interesé por los parques de Londres. En todo el trabajo que realicé posteriormente siempre me ocupé de la proyección del ser humano más que de la naturaleza en sí misma. Es decir, el sujeto principal es nuestra relación con ella.
Hace más de diez años me interesé por los parques de Londres. En todo el trabajo que realicé posteriormente siempre me ocupé de la proyección del ser humano más que de la naturaleza en sí misma. Es decir, el sujeto principal es nuestra relación con ella.
- ¿Por qué esa elección de los parques? En su viaje artístico
parte de espacios cerrados y llamemos “domesticados” para llegar al
lugar posiblemente más abierto y primordial del planeta como es la
Antártida. ¿Cómo le afecta este recorrido?
En Londres, el punto de partida se sitúa en el Museo de Ciencias Naturales, donde la longevidad de una secuoya gigante es comparada con el tiempo histórico de la escala humana, al inscribir en sus anillos de crecimiento los acontecimientos más relevantes de nuestra historia. Esta aparente objetividad enmascara cómo proyectamos el sujeto en un mundo que, transformado y humanizado, apenas guarda correlato con el ciclo vital del árbol, determinado en el grosor de sus anillos más bien por los factores ambientales. Así inicie It´s not Just a Question of Artificial Lighting or Daylight, el estudio de las estructuras que proyectamos en nuestra acción y relación con la naturaleza domesticada de los parques urbanos en la ciudad de Londres, pero también de cómo nuestros estados emocionales pueden cambiar en función de condiciones externas tales como la intensidad de la luz y las variaciones climáticas de forma similar a como afecta al ciclo de las plantas.
Después de trabajar unos años con los animales y plantas que habitan el límite de las grandes ciudades y con los elefantes del norte de Tailandia, en la Antártida me encontré con un lugar donde apenas había referencias humanas, tan sólo asentamientos aislados en una naturaleza que aún domina la mayor parte del territorio. El sujeto del trabajo, se trasladó del objeto a los mecanismos de percepción del entorno.
En Londres, el punto de partida se sitúa en el Museo de Ciencias Naturales, donde la longevidad de una secuoya gigante es comparada con el tiempo histórico de la escala humana, al inscribir en sus anillos de crecimiento los acontecimientos más relevantes de nuestra historia. Esta aparente objetividad enmascara cómo proyectamos el sujeto en un mundo que, transformado y humanizado, apenas guarda correlato con el ciclo vital del árbol, determinado en el grosor de sus anillos más bien por los factores ambientales. Así inicie It´s not Just a Question of Artificial Lighting or Daylight, el estudio de las estructuras que proyectamos en nuestra acción y relación con la naturaleza domesticada de los parques urbanos en la ciudad de Londres, pero también de cómo nuestros estados emocionales pueden cambiar en función de condiciones externas tales como la intensidad de la luz y las variaciones climáticas de forma similar a como afecta al ciclo de las plantas.
Después de trabajar unos años con los animales y plantas que habitan el límite de las grandes ciudades y con los elefantes del norte de Tailandia, en la Antártida me encontré con un lugar donde apenas había referencias humanas, tan sólo asentamientos aislados en una naturaleza que aún domina la mayor parte del territorio. El sujeto del trabajo, se trasladó del objeto a los mecanismos de percepción del entorno.
- En el año 2006 viajó a la Antártida en compañía de una
ecóloga marina. ¿En qué consistió el trabajo qué realizó y cómo fue la
relación arte-ciencia?
La Antártida fue desde el inicio un proyecto compartido en todas sus fases, desde la planificación, al trabajo de campo y su desarrollo, con Mercedes Masó, ecóloga marina y responsable de esta propuesta. Esto me permitió una aproximación al mundo de la ciencia, que fue enriqueciéndose a medida que avanzaba con nuevas colaboraciones con científicos de otros campos, donde fue crucial, ya en el estadio final, el apoyo de Josep Perellò, físico, responsable del proyecto de arte y ciencia en el Centro d’Art Santa Mónica. Con ocasión de la exposición, en el 2010 organizamos en el centro unas jornadas de debate sobre percepción y diatomeas, al tiempo que editamos un libro donde se reflejan los encuentros de esta experiencia cruzada. Salir del límite de la propia disciplina no sólo me parece enriquecedor sino necesario.
La Antártida fue desde el inicio un proyecto compartido en todas sus fases, desde la planificación, al trabajo de campo y su desarrollo, con Mercedes Masó, ecóloga marina y responsable de esta propuesta. Esto me permitió una aproximación al mundo de la ciencia, que fue enriqueciéndose a medida que avanzaba con nuevas colaboraciones con científicos de otros campos, donde fue crucial, ya en el estadio final, el apoyo de Josep Perellò, físico, responsable del proyecto de arte y ciencia en el Centro d’Art Santa Mónica. Con ocasión de la exposición, en el 2010 organizamos en el centro unas jornadas de debate sobre percepción y diatomeas, al tiempo que editamos un libro donde se reflejan los encuentros de esta experiencia cruzada. Salir del límite de la propia disciplina no sólo me parece enriquecedor sino necesario.
- Entonces compartió con científicos ese inmenso laboratorio
natural. ¿Cuál ha sido su propia investigación plástica?, ¿qué temas ha
tratado?
Mi investigación fue en torno a los mecanismos de percepción del ser humano en un entorno en continua transformación. El denominador común es el cambio que experimenta el paisaje y los límites de nuestra percepción para cuantificar estas variaciones. Me planteé el siguiente interrogante: ¿a qué velocidad deben sucederse los cambios para que seamos capaces de percibirlos? Los cambios sutiles son capaces de provocar grandes variaciones en el medio, pero nuestra capacidad está limitada por la imposibilidad de retener sucesivas imágenes tal y como sucede con la cámara.
Trabajé en diferentes escalas: por un lado, la observación macroscópica, mostrada a través de los témpanos que conforman el paisaje antártico, y por otro la captación, mediante un microscopio electrónico, de los microorganismos que habitan en el hielo.
Por una parte, pues, con los témpanos que observábamos diariamente en la bahía y después recorrimos con el rompehielos. Allí trabajaba Ted Scambos, un glaciólogo con el que visité el A22A, cuando instaló una torre de control en su superficie para seguir su evolución. Estuve registrando con mi cámara los cambios lumínicos y los desplazamientos de témpanos que configuraban un paisaje en movimiento, en ocasiones sutil y otras veces tan veloz como los vientos huracanados.
Por otra, interesada en la estructura de sílice de las diatomeas, un alga microscópica presente en las muestras de agua helada que Mercedes recogía en la Antártida, profundicé en las investigaciones de Richard Gordon, un bionanotecnólogo que experimenta con sus posibilidades prácticas, aun embrionarias pero muy sugerentes, puesto que sustituye los métodos industriales por la biotecnología, con un eficiente ahorro de energía y materiales. Así que nos planteamos una colaboración con los alumnos de Marta Malé y Luis E. Fraguada del Institut d’Arquitectura Avançada de Catalunya de la que salieron modelos tridimensionales inspirados en los elementos formales que configuran la estructura de diatomeas y radiolarias.
Mi investigación fue en torno a los mecanismos de percepción del ser humano en un entorno en continua transformación. El denominador común es el cambio que experimenta el paisaje y los límites de nuestra percepción para cuantificar estas variaciones. Me planteé el siguiente interrogante: ¿a qué velocidad deben sucederse los cambios para que seamos capaces de percibirlos? Los cambios sutiles son capaces de provocar grandes variaciones en el medio, pero nuestra capacidad está limitada por la imposibilidad de retener sucesivas imágenes tal y como sucede con la cámara.
Trabajé en diferentes escalas: por un lado, la observación macroscópica, mostrada a través de los témpanos que conforman el paisaje antártico, y por otro la captación, mediante un microscopio electrónico, de los microorganismos que habitan en el hielo.
Por una parte, pues, con los témpanos que observábamos diariamente en la bahía y después recorrimos con el rompehielos. Allí trabajaba Ted Scambos, un glaciólogo con el que visité el A22A, cuando instaló una torre de control en su superficie para seguir su evolución. Estuve registrando con mi cámara los cambios lumínicos y los desplazamientos de témpanos que configuraban un paisaje en movimiento, en ocasiones sutil y otras veces tan veloz como los vientos huracanados.
Por otra, interesada en la estructura de sílice de las diatomeas, un alga microscópica presente en las muestras de agua helada que Mercedes recogía en la Antártida, profundicé en las investigaciones de Richard Gordon, un bionanotecnólogo que experimenta con sus posibilidades prácticas, aun embrionarias pero muy sugerentes, puesto que sustituye los métodos industriales por la biotecnología, con un eficiente ahorro de energía y materiales. Así que nos planteamos una colaboración con los alumnos de Marta Malé y Luis E. Fraguada del Institut d’Arquitectura Avançada de Catalunya de la que salieron modelos tridimensionales inspirados en los elementos formales que configuran la estructura de diatomeas y radiolarias.
- Normalmente el artista interesado en la ciencia, recurre a
ella como campo de reflexiones, si cabe, de metáforas o citas, pero
usted en su trabajo parece que va más allá: se instala como una
científica más con sus colegas, pero usted desarrolla otro lenguaje
¿Cómo valoran los científicos su trabajo?
En efecto, no se trataba de hacer ilustraciones científicas sino de una experiencia transdisciplinar. Mercedes y yo estuvimos siempre unidas, observando, registrando, compartiendo nuestros conocimientos e incluso intercambiando los roles. Esto fue básico para la generación del proyecto; por ejemplo una de las instalaciones de vídeo, Ventanas ambientales, 2006-2010, incorpora el concepto tanto en el título como en su contenido, con el que los científicos nombran la interacción de factores físico-químicos y biológicos determinantes del arranque de un proceso, como el crecimiento de la población de una determinada especie. En la exposición, las ventanas del claustro de Santa Mónica fueron utilizadas para ofrecer una visión de los diferentes estados de la bahía de Base Esperanza, a través de proyecciones de vídeo donde se apreciaban de forma sutil, casi al límite de nuestra percepción, leves variaciones del medio. A esta estructura general se superponía el tratamiento individualizado de cada escena, pero todo respondía a esta idea de ventanas ambientales.
En la sala central, otra instalación, Tiempo de cambios, contrapone un ritmo dinámico claramente perceptible al cambio sutil de la obra anterior, a través del desplazamiento de los témpanos observados desde tierra firme y desde la cubierta del rompehielos Iritzar, y de dos secuencias ―una obtenida en colaboración con José Manuel Fortuño en el microscopio electrónico del Instituto de Ciencias del Mar y otra recreada por animación― en las que se recorre con la cámara un mismo ejemplar de fitoplancton antártico (Dictyocha). En este caso, traté de completar la imagen plana que proporcionaba el microscopio con una reconstrucción tridimensional en movimiento que permitiera apreciar la complejidad de su estructura. Por otro lado, en esta misma instalación aparece la actividad de los científicos: un geólogo que desde tierra firme referencia con su GPS los témpanos arrastrados por las corrientes marinas y los preparativos para instalar la torre en el A22A. En todos ellos, frente al dinamismo del paisaje, la figura humana permanece estática.
En efecto, no se trataba de hacer ilustraciones científicas sino de una experiencia transdisciplinar. Mercedes y yo estuvimos siempre unidas, observando, registrando, compartiendo nuestros conocimientos e incluso intercambiando los roles. Esto fue básico para la generación del proyecto; por ejemplo una de las instalaciones de vídeo, Ventanas ambientales, 2006-2010, incorpora el concepto tanto en el título como en su contenido, con el que los científicos nombran la interacción de factores físico-químicos y biológicos determinantes del arranque de un proceso, como el crecimiento de la población de una determinada especie. En la exposición, las ventanas del claustro de Santa Mónica fueron utilizadas para ofrecer una visión de los diferentes estados de la bahía de Base Esperanza, a través de proyecciones de vídeo donde se apreciaban de forma sutil, casi al límite de nuestra percepción, leves variaciones del medio. A esta estructura general se superponía el tratamiento individualizado de cada escena, pero todo respondía a esta idea de ventanas ambientales.
En la sala central, otra instalación, Tiempo de cambios, contrapone un ritmo dinámico claramente perceptible al cambio sutil de la obra anterior, a través del desplazamiento de los témpanos observados desde tierra firme y desde la cubierta del rompehielos Iritzar, y de dos secuencias ―una obtenida en colaboración con José Manuel Fortuño en el microscopio electrónico del Instituto de Ciencias del Mar y otra recreada por animación― en las que se recorre con la cámara un mismo ejemplar de fitoplancton antártico (Dictyocha). En este caso, traté de completar la imagen plana que proporcionaba el microscopio con una reconstrucción tridimensional en movimiento que permitiera apreciar la complejidad de su estructura. Por otro lado, en esta misma instalación aparece la actividad de los científicos: un geólogo que desde tierra firme referencia con su GPS los témpanos arrastrados por las corrientes marinas y los preparativos para instalar la torre en el A22A. En todos ellos, frente al dinamismo del paisaje, la figura humana permanece estática.
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