jueves, 29 de diciembre de 2011

Mensaje póstumo de Jacques Cousteau a la humanidad

'Nos dejó un legado póstumo, una advertencia a la humanidad, un mensaje que muy pocos han sabido recoger y que otros han pretendido ocultar'
Pedro Pozas Terrados .
Si Rodríguez de la Fuente nos transportó al mundo de la naturaleza y de la biodiversidad y Julio Verne nos enseñó la aventura y la ciencia, Jacques Cousteau nos reveló las maravillas del mundo submarino, sus habitantes, las cuevas subterráneas, lo corales de mil colores y el mundo mágico del mar. Lo que antes sólo podíamos intuir en los acuarios, el nos dejó kilómetros y kilómetros de cinta grabada en sus documentales traducidos a todas las lenguas del mundo.
Con su gorro rojo y a bordo del Calypso, surcó todos los mares y océanos, nos mostró también la belleza de los cetáceos, su vida, sus costumbres, el mundo mágico que Julio Verne nos quiso hacer soñar con “20.000 leguas de viaje submarino” y que Cousteau, paisano suyo, logro hacer realidad.
Pero además de toda la belleza submarina que supo transportar a las pantallas de la televisión y cine en cientos de documentales, también nos dejó un legado póstumo, una advertencia a la humanidad, un mensaje que muy pocos han sabido recoger y que otros han pretendido ocultar.
Como si supiera que pronto le llegaría la hora de abandonar este mundo hermoso lleno de maravillas pero también de horrores cometidos por los humanos, quiso escribir un último libro que fuera un mensaje para las generaciones futuras, para esos niños que veían sus documentales y de mayores se enfrentarían a una sociedad gravemente manipulada por ocultos poderes financieros. Con este pensamiento, se reunió con Susan Schiefelbein, que fue editora de la Saturday Review y  periodista, escribiendo guiones de muchos de los documentales de Cousteau. Durante semanas, Susan fue escribiendo lo que Jacques quería expresar y denunciar de forma contundente.
El libro titulado “Los humanos, las orquídeas y los pulpos. Explorar y conservar el mundo natural” no fue publicado hasta 2007, diez años después de escribirlo, lanzándonos claras advertencias para la humanidad. ¿Por qué se tardo tanto tiempo? ¿Qué era lo que impedía su publicación ante un personaje como el de este gran científico? Pero curiosamente ha sido descatalogado, olvidado de forma intencionada una vez más, escondido y tachado de revolucionario por algunos que le cerraron las puertas aún estando con vida.
Desde el otro lado del mar donde descansa eternamente Cousteau, este rey del mar, genio de la vida marina, nos abre después de tantos años de silencio, su corazón y su mensaje para que quede grabado en la frente de la sociedad adormecida.
Susan, en el Epílogo del libro nos dice: “Jacques-Yves Cousteau y yo, acabamos este libro poco antes de su muerte en 1997. El y yo habíamos colaborado en varios proyectos durante más de veinte años.......Durante esos años, Cousteau hizo muchas advertencias sobre las direcciones que estaban tomando los seres humanos. Siempre que se presentaba a la perspectiva de una calamidad, buscaba una salida. Su clarividencia demostró ser excepcionalmente clara. Algunas de las puertas de salida que él había identificado, por desgracia se han cerrado desde entonces. Pero la mayoría de sus soluciones no sólo siguen siendo válidas sino que requieren una atención urgente”.
A este gran hombre, siempre se le ha conocido por sus documentales, por mostrar las maravillas del mundo submarino, pero siempre que podía y en cualquier evento o conferencia, lanzaba mensajes de advertencia, mensajes que no eran bien visto por los políticos y que los medios de comunicación silenciaban, hasta tal punto que dejaron en muchas ocasiones de invitarle a actos oficiales por temor a lo que pudiera decir públicamente. Sus actos eran vigilados de forma continua y solo dejaban filtrar por aquella época, lo que los Estados querían que saliera a la luz pública. Si las redes sociales hubieran existido por aquella época tan fuerte como están ahora por el momento, hubiera revolucionado la sociedad y sus denuncias hubieran sido escuchadas de forma clara.
Por todo ello, he querido desenterrar su legado humano dirigido a las generaciones jóvenes y futuras, porque no pueden seguir estando ocultas en un libro descatalogado y que muchos de sus seguidores ni siquiera saben que existe. Seguro que desde ese otro mundo del mar donde descansa mecido por las olas de la vida, Cousteau agradecerá este artículo y apoyará con todas sus fuerzas para que sea divulgado en los mil mares de la vida, la justicia, la verdad y la igualdad.
En 1996, el Calypso fue hundido de forma extraña en un supuesto accidente mientras estaba anclado y a salvo en el Puerto de Singapur. Me recuerda a ese otro atentado del Rainwo Warrior de Greenpeace hundido en el Puerto de Auckland (Nueva Zelanda) cuando iba a participar en una flota verde por la paz contra las pruebas nucleares francesas de Mururoa.  Pocos meses después de la pérdida del Calyso, Jacques se encontró con la muerte.
Sobre las conclusiones de la Cumbre de la Tierra realizada en Rio en 1992, dijo: “Río le declara la guerra a la pobreza, pero los delegados sólo ofrecen una fórmula para erradicarla: lo que ellos llaman desarrollo sostenible. Lo que en realidad quieren decir es desarrollo económico, puesto que el desarrollo económico sostenible es un contrasentido. La Tierra no puede sostener una creciente explotación de sus recursos no renovables, les están diciendo a los pobres: ¡haced lo que hacen los ricos!....Pero si cada individuo de la población proyectada de la Tierra..siguiera su ejemplo al pie de la letra....acabaríamos con nuestro planeta”.
Voy a desarrollar cada capítulo del libro y recoger lo más llamativo, el mensaje más claro, las palabras que lanzo este gran hombre para que ahora podamos utilizarlas como símbolo de unidad y libertad hacia un mundo que nos depara graves consecuencias, si no viramos 180 grados la nave de nuestro destino.
Ya en su primer capítulo “El impulso de explorar”, Cousteau no hace el primer razonamiento y llamamiento a problemas sociales y ambientales con los que se había encontrado y una gran lista que aumentaba día a día, como la lógica absurda de los pescadores que responden al declive  de las poblaciones  de peces doblando su esfuerzo de captura, agotando los stocks y pasando de pérdidas en un año a la bancarrota al año siguiente. La lógica absurda de creer que debemos aplicar todos y cada uno de los descubrimientos científicos, de pensar que el progreso exige subordinar los intereses humanos a las nuevas tecnologías en lugar de utilizar las nuevas tecnologías para satisfacer los intereses humanos. La lógica absurda de los militares  que proponen compensar la amenaza que suponen las crecientes reservas de plutonio y bombas nucleares de su vecino aumentando las propias. La lógica absurda  de intentar fortalecer la economía mundial institucionalizando el mercado global, enriqueciendo a los ricos y empobreciendo a los pobres. La lógica absurda de los líderes políticos que proclaman su apoyo a los derechos humanos al tiempo que ignoran los derechos de las generaciones futuras.
Estas y otras afirmaciones y por ser una persona popular y televisiva, era el temor que tenían a Cousteau el poder político y científico y que intentaran por todos los medios que jamás hablara en un acto público en directo frente a políticos y ciudadanos. Temían sus declaraciones. De hecho este libro solo se publicó diez años después de su muerte.




RIESGO PÚBLICO

En la primera página de este tercer capítulo ya avisa sobre la irresponsabilidad de los políticos. Dice que ante los vertidos, escapes radiactivos y el cambio que supone el clima global, las autoridades intentan tranquilizar lo que perciben como temores frívolos de los ciudadanos. Nos dicen que por razones muy complicadas, los expertos consideran que el riesgo es aceptable, los seres humanos deben aceptarlo para que continúe el progreso. Ante ello Cousteau considera que la libertad, fraternidad, el albedrío para tomar decisiones personales y el derecho a disponer de información veraz y completa, éstos son valores que se ven comprometidos cuando unas autoridades empujan a los miembros del público, de la ciudadanía a afrontar riesgos peligrosos sin una cuidadosa evaluación previa, a menudo sin contar siquiera con su consentimiento.
Hacer recortes en los planes de seguridad de las centrales nucleares, hacer caso omiso de los riesgos para la salud que representan ciertos productos químicos lucrativos, son ejemplos de riesgo que no demuestran reverencia por la vida, solo indiferencia. No persiguen metas humanitarias desinteresadas, solo el beneficio económico. Quienes lo inflingen recogen los beneficios a corto plazo, mientras que son los ciudadanos quienes lo afrontan y sufren los costos a largo plazo. Como vemos, nada ha cambiado desde que Cousteau afirmara estas verdades en su legado. Continuaba diciendo que los riesgos públicos no razonables no se aceptan razonablemente. Con demasiada frecuencia, estos riesgos se ocultan a la sociedad, censurados por gobiernos e industrias que de manera ilógica citan el interés nacional como justificación del peligro al que someten a los intereses humanos. Como se está viendo con estas afirmaciones, Jacques era un estorbo para las instituciones oficiales, para los políticos de su país y del resto de las naciones del mundo, para las industrias contaminantes.
Esta capacidad crítica de Jacques, es la que ha estado siendo ocultada mientras vivía, poniendo barreras a sus palabras, silencios a sus declaraciones, muros a sus advertencias.
Mucha gente escribe, da por seguro que si el gobierno ha aprobado un producto, éste debe ser seguro. Pero no es verdad. Los tecnócratas nos están convirtiendo en temerarios. Los juegos de azar que nos imponen a menudo ponen en riesgo nuestra seguridad en beneficio de metas que no hacen avanzar la causa humana, sino que la socavan. Al apostar con nuestras vidas a sus planes, quienes nos gobiernan no cumplen con el mandato de una sociedad democrática, sino que la traicionan. No nos ennoblecen, sino que nos convierten en víctimas. Y al consentir riesgos que han tenido como consecuencia daños irreversibles para el medio ambiente, nosotros mismos no solo renunciamos a nuestros propios derechos como ciudadanos. También nosotros victimizamos a los no voluntarios últimos, a los niños del futuro, indefensos, sin voz y sin voto.
Si la mala administración del riesgo en la actualidad fuera solo un problema de políticos corruptos y técnicos malvados, la historia sería más melodramática y el problema más fácil de resolver. Pero los errores en la gestión del riesgo nacen del hecho de que, a medida que la tecnología progresa, vamos perdiendo de vista hacia dónde queremos ir.
            En una ocasión, un evaluador de riesgo o como podríamos decir ahora, una compañía de seguros o un Ministerio de Economía, valoró  cada ave muerta por un vertido de petróleo a dólar la pieza. Cousteau quedó atónito y le dijo: ¿Cómo se atreve a poner un valor en dólares a un ave? ¿A la vida? Si vemos el catálogo de especies en peligro de extinción que al entrar ilegalmente sin un documento que lo ampare, es considerado contrabando, veremos como cada especie tienen presuntamente un valor. En esto Cousteau estaba totalmente en contra. La vida no se vende, no tiene valor. No puede asignarse un valor monetario a la vida sencillamente porque la vida trasciende el valor económico, nos dice este genio en su libro. Una vez y otra vez, han sido los valores de mercado, en lugar de los valores humanos, los que han dictado las decisiones políticas.
Nos cuenta que cuando el consejero de un gobierno minimizó la posibilidad de una catástrofe causada por la energía nuclear afirmando que “los terremotos, los huracanes y los tornados son mucho más probables y pueden tener consecuencias comparables a los de un accidente nuclear, o incluso mayores”, olvidó mencionar la simple verdad que invalida este argumento: no podemos prevenir los terremotos, los huracanes o los tornados, pero podemos prevenir desastres tecnológicos innecesarios. Uno nos lo hace la naturaleza; el otro, nos lo hacemos nosotros mismos.
Denuncia también que la industria utiliza de manera habitual decenas de miles de sustancias químicas y que lo que la gente no sabe, es que solo se han comprobado los efectos sobre la salud de aproximadamente un 20 por cien de los productos de uso diario. Si no sabemos nada sobre los efectos individuales de miles de sustancias químicas, ¿cómo puede alguien predecir los efectos que pueden tener una vez mezclados, en innumerables combinaciones, en el aire y el agua donde los rociamos, emitimos y vertimos? ¿Realmente  (se pregunta) nos importan tan poco nuestros hijos que también nosotros podemos ignorar los costes desconocidos de tecnologías no probadas en un futuro inimaginable?. Las autoridades anuncian urbi et orbi como verdades incuestionables la seguridad de las tecnologías. Pero la historia ha demostrado demasiado a menudo que son incuestionablemente erróneas. Se decía que uno de cada 17.000 años por central  nuclear, eran los riesgos de una fusión del núcleo, según el Informe Rasmussen. Pero cuando las centrales nucleares en conjunto llevaban 4.000 años de funcionamiento en el mundo, se habían producido ya dos fusiones del núcleo. El de la central nuclear de Chernóbil, irradió solo en Rusia a 75 millones de personas, produciendo la muerte de decenas de miles que aún hoy continúa produciéndose víctimas mortales y malformaciones. Lo mismo ocurrió con el Challenger, en las probabilidades estaba un fallo entre 100.000 lanzamientos. Solo en 25 lanzamiento explotó por los aires dejando ocho astronautas muertos. Son datos para reflexionar como así lo ha hecho Cousteau en este magnífico libro.
Por ello, los responsables de las decisiones políticas, continúa Jacques, nos abandonan a un juego de la ruleta rusa, pidiéndonos que apretemos unos gatillos tecnológicos sin decirnos si hay balas en la recámara. Esto no es dirigir. Esto no es democracia. Esto es dictadura tecnocrática, dictadura del mercado.
Y hoy lo estamos viendo con la crisis y el poder financiero que está realizando sin miramientos golpes de estado a las democracias del mundo. Cousteau ya nos lo advertía: “dictadura del mercado”.
Dentro de este mismo capítulo, continúa diciendo que después de que las naciones desarrolladas declararan que el tabaco era perjudicial para la salud, las compañías tabacaleras comenzaron a comercializar intensamente sus cigarrillos en países en vías de desarrollo donde la información sobre los riesgos no se había divulgado ampliamente. Después de que ciertos dispositivos para el control de natalidad provocaron daños internos y esterilidad en mujeres de países desarrollados, las compañías farmacéuticas se llevaron sus productos a naciones en vías de desarrollo donde las mujeres no estaban informadas. Después de que la entonces Alemania Occidental prohibiera la telidomida a causa de su vinculación con la focomelia, una malformación congénita, su fabricante siguió vendiendo el fármaco, durante trece angustiosos meses más, a italianos desinformados. Después de que el pueblo austriaco y el alemán comprendieran la amenaza que suponían sus crecientes residuos radiactivos, las industrias implicadas negociaron su envió a China, Egipto o Somalia. Una práctica que hoy sigue en plena vigencia tras la muerte de Cousteau hace ya más de catorce años. Decía que al negar a la gente el derecho a la información sobre los riesgos que introducen en sus vidas diarias, los responsables políticos les niegan los derechos que les corresponden como ciudadanos. El señalaba que según escribía James Madison “Un gobierno popular sin información popular o los medios para adquirirla, no es más que el prólogo a una farsa o una tragedia, o quizás ambas”. Por desgracia, concluye, que en todo el mundo son muchos los políticos que demuestran lo que dice Madison con sus trágicas y absurdas maneras de imponer su voluntad: ahogando todas las objeciones públicas en el caso de que se filtre a los ciudadanos la información sobre los riesgos y burlándose  de los miembros de la comunidad que protestan, mofándose de ellos para desacreditarlos. Lo estamos viendo hoy en día en los movimientos del 15M o diferentes ONGs cuando denuncian o cuando el Proyecto Gran Simio fue ridiculizado por el Gobierno y la oposición  en el 2006 y 2008.
La gente, sigue escribiendo, teme alzarse contra las autoridades que imponen el peligro más de lo que temen el propio peligro. Se confunde la temeridad con la bravura. Se desprecia a los “quejicas” por bloquear la versión oficial del progreso, cuando en realidad aspiran al verdadero progreso, el de presionar para que las tecnologías sean cada vez más seguras.
En una placa expuesta a la entrada de la Exposición Universal del Chicago de 1933, decía: La ciencia descubre. La tecnología ejecuta. El hombre se adapta.
¿Es éste-dice Cousteau- el “progreso” que queremos comprar con la moneda del riesgo humano? ¿Son la sumisión y la resignación las metas por las que debemos jugarnos la vida o la vida de nuestros hijos?
Continúa advirtiendo, que ningún periodista que se precie puede considerar noticia el hecho de que los gobernantes y los funcionarios mientan y que la gente lo sepa. Lo sorprendente, lo terrible, es que la gente sepa que sus gobernantes mienten y no hagan nada al respecto. En este sentido, Yacques se adelantaba a lo que iba a ocurrir en 2011, con las manifestaciones ciudadanas de todo el mundo.
El problema de la democracia moderna, dice, no es que la gente haya perdido el poder que tenía, sino que haya dejado de valorar en su justa medida el poder que posee. Considérese esta asombrosa verdad: el hambre nunca ha asolado a una democracia. Los déspotas pueden gestionar mal los recursos de su  pueblo, pueden consumir las arcas de sus naciones y pueden almacenar reservas de alimentos para ellos mismos porque no tienen que dar cuenta de su fracaso como dirigentes. Los sociólogos proponen que el arma más poderosa contra el hambre es la libertad, la libertad del pueblo a pedir y recibir información, la libertad del pueblo para participar en los asuntos públicos.

AGUA IRREPARABLE, AIRE IRREPARABLE

En este capítulo cuarto, Cousteau mantiene que todavía las industrias vierten sustancias desconocidas a la Tierra, y realizan pruebas para identificar los peligros solo después de habernos expuesto a ellos, en lugar de hacer las pruebas primero para garantizar nuestra seguridad. Las ciudades siguen resolviendo sus problemas transfiriendo sus venenos a otros, a merced del viento, de las aguas de un río o de las corrientes de una costa; las naciones siguen computando la contaminación en subtotales, afirmando la”aceptabilidad” de cada una de sus infracciones individuales por mucho que se añadan implacablemente al agregado global. Los seres humanos aún tenemos que comprender la enormidad de lo que estamos haciendo: en un segundo geológico, estamos deshaciendo complejidades que tardaron una eternidad en crearse. Mientras que la historia la contamos en milenios, la historia de la vida se escribe en miles de millones de años.
Comenta que somos parte de la Tierra, el producto de todo lo que vino antes, y por tanto emparentados con todo lo que hoy existe.
Nos enseña que en lo más profundo de nuestra carne y nuestros huesos, llevamos trazas de nuestros orígenes más elementales, legados de la atmósfera y los océanos primitivos: el hierro de nuestra sangre, el carbonato de calcio de nuestros huesos, el mar en miniatura dentro de cada célula, menos salado que el mar actual pero que recuerda una era en la que algún pez mutó para convertirse en reptil y se arrastró por la tierra virgen. Nosotros, los seres vivos, ya sea mamíferos, anfibios, reptiles o plantas, todos somos aire y agua encarnados. La atmósfera y el océano sustentan la vida. El poder de estos dos recursos es aún más asombroso si tenemos en cuenta que, por “infinitos” que parezcan nuestros suministros de aire y agua, son en realidad escasas las provisiones de ambos de que de algún modo sustentan muestras multitudes. La naturaleza nos ha dado mareas que alimentan la tierra con nutrientes, y las hemos convertido en mareas globales.
¿Por qué proteger la biosfera de la Tierra? El futuro que estamos creando puede ser milagroso o trágico: nadie habrá que pueda explicar la historia completa. La pregunta no es por qué debemos proteger la biosfera; la pregunta es cuando. La respuesta es ahora.

LAS SAGRADAS ESCRITURAS Y EL MEDIO AMBIENTE.

            Jacques Cousteau se preguntaba: ¿Cuántos leen escrituras que alaban la creación de su Dios pero consienten que se dañe?. Los periódicos nos informan diariamente de políticos, presidentes y ayatollahs que de manera regular proclaman que dirigen sus naciones de acuerdo con la palabra de su Dios. Pero..¿cuántos de ellos honran el divino mandamiento de salvaguardas la naturaleza? ¿Cuántos, al contrario, se comportan como Pedro de la pasión, proclamando a grandes voces que creen en Dios pero le niegan cuando surge la oportunidad de proteger el medio ambiente tal como mandan las sagradas escrituras?.
            Charles Darwin desde un primer momento, fue un racista empedernido y por ello inventó la selección natural, el fuerte se come al débil, una táctica empleada a fondo por los nazis. Cousteau escribe que por desgracia para los Yaganes, Charles Darwin los describió en los años 1830 en los cuadernos de notas de su histórico viaje a bordo del HMS Beagle. Desde entonces los indígenas de la Tierra del Fuego perdieron su anonimato, y con él la calidad de vida. Darwin regresó a su tierra con amenos relatos sobre unos grotescos animales humanos. “Nunca había visto criaturas más miserables”, anotó “atrofiados en su crecimiento, con sus horrendas caras grotescamente ornamentadas con pintura blanca y casi desnudos...con la piel roja sucia y grasienta, el cabello enmarañado, las voces discordantes. Viendo a tales hombres, resulta difícil creer que sean nuestros parientes y vivan en nuestro mismo mundo” Darwin comparó a los Yáganse con los monos y se equivocaba como lo hizo con la selección natural, ya que la teoría de la evolución no es idea de Darwin, sino de Lamark.
            De esta forma, años después, los emisarios del mundo culto dispararon a los nativos como si fuesen aves de caza. Infectaron la tribu con sus insidiosas importaciones: la sífilis y el alcoholismo. De los miles de Yáganse que habían recibido a los primeros exploradores con los brazos abiertos, solo sobrevivían veinticuatro. Los exploradores del siglo XX, que habían planeado civilizar a los salvajes, los habían eliminado salvajemente. Y eso se lo debemos a Darwin.
            Dicen los monjes budistas que la bajeza del carácter humano viene acompañada de daños al medio ambiente y, en consecuencia, de un descenso de la esperanza de vida. Y al contrario, los budistas afirman que un ambiente protegido produce una sociedad sana e incluso moralmente. Tiene que haber una manera de mejorar la calidad de vida sin necesidad de degradar la vida al mismo tiempo. Estamos malditos, pero no por el destino, sino por nosotros mismos. Nos hemos dejado resignar a la falta de agua limpia, a la falta de recursos, de paisajes incorruptos, no afectados por explotaciones mineras o silvícola.

COGE EL DINERO Y CORRE.

Mientras saquean en busca de beneficios económicos, quienes arrasan las tierras y los mares solo piensan en el dinero para hoy, sin pensar que están acabando con su propio botín para mañana. Las redes de nailon han revolucionado la industria pesquera, dicen los propietarios de las flotas. Pero quienes utilizan redes de nailon han creado una industria competidora: la pesca fantasma. Cada año, cientos de millones de kilos de materiales de plástico utilizados por las flotas comerciales (redes, sedales, boyas) se hunden hasta el fondo. Las redes de algodón se desintegran, las de nailon, no.
            Habla de las explosiones  con dinamita para pesca y como el 90% de los peces que matan, se hunden y se pudren en el fondo; de los que echan chorros de cianuro con el fin de anestesiar a los peces tropicales y recogerlos para el comercio, matando el coral y muchas otras especies; de los millones de botes de recreo que sin conciencia y de forma abusiva, lanzan sus anclas cada día rompiendo corales en todos los arrecifes del mundo, arrasando las praderas de posidonia (los bosques del mar); de las deforestaciones tropicales y el abuso en la destrucción de los bosques del mundo.
            Se lamenta que por el momento estamos atrapados en el círculo vicioso del saqueo: la degradación que hemos causado nos embota los sentidos y de este modo se autoperpetúa. Con cada extinción de una especie, con cada destrucción de un paisaje, con cada corrupción de una masa de agua, la gente se da cuenta de que la vida es menos agradable, pero luego descubren que la desolación no es la muerte, que pueden sobrevivir y por fin se acostumbran adaptándose a una calidad de vida más baja. El empobrecimiento del medio ambiente corre paralelo al empobrecimiento del espíritu. Cada uno, es causa del otro, y ambos se agravan progresivamente.
            Cuenta Jacques Cousteau, que su hijo se hizo amigo del Jefe de una tribu indígena del amazonas cerca de la frontera entre Ecuador y Perú. Un día, el jefe llamado Kukush, le informó que los miembros más sabios de la tribu se habían reunido; necesitaban una nueva canoa y habían discutido la grave decisión de si debían talar un árbol. Por fin, habían decidido hacerlo y rezaban a los dioses para que los perdonaran. Pero para Kukush, una plegaria no era suficiente. Para remplazar el árbol que habían tomado, Kuskush plantó varios centenares. No eran mas que plántulas, nunca crecerían lo bastante como para que él o su tribu pudieran utilizarlos durante su vida. Aquellos árboles eran para sus nietos. Eran para la Tierra. Hermosa lección de amor.
            En este mismo sentido Cousteau denuncia que la industria comercial sigue el credo “coge el dinero y corre”. Consideran más conveniente erradicar todo un banco pesquero, invirtiendo en beneficios inmediatos, que gestionar la pesca como un recurso frágil, pero renovable. Nuestra voraz pesca está agotando los cofres de proteínas del mundo, en lugar de llenarlos.
            Ante la necesidad de amortizar sus costosos buques industriales, adictas para siempre a créditos bancarios y subsidios gubernamentales, la industria pesquera solo sirve para perpetuar el caos. Conjuntamente, estos grupos de presión reclaman menos regulaciones, mayor apoyo a los precios, más créditos gubernamentales, más subsidios para los barcos y más tecnología. Hablan de capturas monumentales y hacen promesas vacías sobre la abundancia de los años venideros. Pocos hablan en defensa del consumidor, que ahora paga precios desorbitados por el pescado en las pescaderías e indirectamente en forma de impuestos. Pocos hablan en defensa de los peces, mientras las poblaciones adicionales de especies comestibles siguen reduciéndose. Pocos hablan a favor de los mares, mientras unas costas tras otras se agotan y pasan a unirse al océano agotado. Todo el mundo habla del presente, pocos hablan del futuro.
Un ejemplo de lo que dice Jacques, lo hemos tenido recientemente cuando la Unión Europea no ha renovado el contrato para 2011 con Marruecos que autorizaba la pesca intensiva y comercial a 135 barcos europeos, entre ellos muchos de España, por 31 millones de euros. Hemos agotado nuestros caladeros y dependemos de terceros países para abastecernos de pescado. Otras formas, como bien señala él, se encuentran en las inversiones en enormes buques “factoría”, auténticas industrias flotantes equipadas con la maquinaria necesaria para cortar cabezas, extraer espinas, filetear, empaquetar y congelar trozos prácticamente genéticos de pescado irreconocible. Los pesqueros de arrastre dragan los fondos del océano con redes cónicas que mantienen abiertas por medio de un marco de acero de dos toneladas y media, arrancando los peces del fondo al tiempo que destruyen su hábitat. El aumento de la capacidad tecnológica solo ha conseguido agravar la sobreexplotación. Bien es verdad, que los pescadores han acabado con poblaciones de peces sin la ayuda de la tecnología mucho antes de que la pesca industrial dotara a sus barcos se sónares panorámicos de localización. La tecnología avanzada solo ha añadido velocidad a la devastación; mientras que antes se tardaba décadas en arruinar un caladero o población, hoy podemos realizar la hazaña en solo unas pocas temporadas.
Cousteau no se queda en estos datos, va más allá. Afirma que una industria que destina una tercera parte de sus productos a animales de granja para piensos, no se dedica a alimentar a las personas. Si realmente queremos alimentar con pescado a los hambrientos del mundo ¿por qué las naciones industrializadas han agotado las aguas de las regiones del mundo donde se pasa hambre o están agotando sus caladeros? Los caladeros vacíos del Tercer Mundo, los peces vendidos para alimentar cerdos, el desperdicio de peces sin interés comercial, todo apunta al hecho de que no agotamos las aguas del mundo en busca de comida, sino en busca de beneficios. Sin embargo, la pesca no sustenta la economía hoy ni lo ha hecho nunca. En la mayoría de los países, la pesca representa menos del 1 % del PIB. Se pregunta: ¿por qué una industria como la pesquera que contribuye tan poco a la sociedad posee una influencia tan desproporcionada?. La respuesta es simple: la fuerza del grupo de presión pesquero se deriva en la enormidad de sus pérdidas potenciales. Los pescadores tienen mucha influencia y los hostigados políticos locales no piensan en términos de las futuras temporadas de pesca, sino en las próximas elecciones.
En 1967 Arvid Pardo, delegado maltés en las Naciones Unidas, sorprendió a la comunidad global con una propuesta noble: declarar el mar y sus recursos “patrimonio común de la humanidad”, del que no debía apropiarse ninguna nación para su propio beneficio, sino que debía ser salvaguardado por todas las naciones para el beneficio de toda la humanidad. Inspirado por sus palabras, los miembros de la Asamblea General de las naciones Unidas aprobaron de manera unánime la declaración de Pardo e instituyeron un Comité de los Fondos marinos para que elaborara la legislación que plasmara aquel magnánimo concepto. Por desgracia, nunca llegó a funcionar por los intereses que todos sabemos.
Yacques escribe en este capítulo que solo conseguiremos proteger nuestros caladeros si dejamos de desobedecer todas las leyes políticas y comenzamos a cumplir unas pocas leyes naturales. Si simplemente cejamos en nuestra obsesión por las reglas dirigidas a proteger a los pescadores y comenzamos a respetar las reglas que también protegen a los peces. Si respetamos las leyes biológicas de las pesquerías, a los pocos años podríamos llegar a duplicar las capturas actuales, alcanzando las proyecciones que hoy nos parecen quimeras. Podríamos convertir nuestras famosas ZEE, que son zonas nacionales de explotación, en ZNR, zonas nacionales de responsabilidad. Podemos dejar de insistir en que el recurso pertenece a todas las naciones para agotarlo y comenzar  a darnos cuenta de que pertenece a todas las naciones para protegerlo. Para poner fin a la anarquía de la pesca, debemos crear una Autoridad del Océano Global que establezca normas racionales que cada nación costera, haciéndose responsable de su propia zona de 200 millas, se encargue de hacer cumplir. Una llamada de este gran humanista y explorador del mar que ha quedado en el olvido.

LA CIENCIA Y LOS VALORES HUMANOS

            Vemos cómo la biología, el estudio de la vida, conduce a la guerra biológica, a los mecanismos de la muerte, la química, a medicinas que curan enfermedades pero también a la contaminación que la induce, la física, a nuevos conceptos sobre el universo que han hecho más libres a la mente humana, pero también a las armas nucleares que nos han condenado con el conocimiento de una amenaza constante. Los medios científicos para exaltar la especie humana han quedado ensombrecidos por los medios tecnológicos para eliminarla.
            Hemos permitido, sigue diciendo Cousteau en el capítulo dedicado a la ciencia, que se estrechen los objetivos de la ciencia, que han pasado de ser una búsqueda del progreso global a ser una búsqueda del poder nacional y el provecho personal. Les hemos permitido que tomen sus decisiones en secreto, aplicando la ciencia en nuestra sociedad sin consideración por nuestra sociedad, sin responder ante nuestra sociedad. Nos hemos dejado intimidar por los expertos, resultándonos más fácil alegar ignorancia de las nuevas propuestas científicas que aprender sobre ellas o hacer sentir nuestra voz, nuestras opiniones, nuestras necesidades, nuestros deseos y exigencias. Nosotros, los que pagamos la investigación científica, los que pagamos las aplicaciones científicas, y las armas y los pesticidas y los venenos, nosotros hemos permitido que nos quiten la ciencia, que la usen contra nosotros. Ni los científicos ni los fabricantes de armas ni los especuladores, son los únicos culpables. Nosotros mismos hemos permitido que en la comunidad humana la ciencia quede disociada de la ética de la comunidad humana. Y somos nosotros, solo nosotros, quienes podemos y debemos ponerla de nuevo en su sitio.
            Y sigue diciendo que los críticos más duros plantean a los científicos preguntas que parecen justificadas ¿en qué momento se convierte la falta de atención en negligencia? ¿No es la propia negligencia un crimen, y la negligencia que pone en peligro vidas humanas e incluso la vida misma, el crimen último? ¿No deberíamos exigir a los científicos  que estén atentos a los peligros inminentes? ¿No deberíamos despertar a los sonámbulos?.
            Cuando se han quemado libros, solo las páginas se convierten en cenizas, no las ideas. Lo mismo puede decirse del universo. Lo que una persona no descubra, otra lo hará: así lo prueba la historia con su larga lista de casos en los que un descubrimiento fue revelado de manera simultánea por varios científicos que trabajaban independientemente en países alejados. Nadie logrará nunca censurar el conocimiento porque  nadie puede negar la existencia. Eso si añado yo, pueden secuestrar, ocultar, comprar la patente....., pasar años o décadas sin que salga a la luz un descubrimiento que beneficie a la humanidad de forma gratuita, que contribuya al bienestar social, pero tarde o temprano la luz sale de nuevo, algunas veces por necesidad y otras por los nuevos científicos sin títulos, personas que estudian, aprenden, son autodidactas, descubren, prueban, comparan y sobre todo, divulgan para el conocimiento libre de la humanidad.
            Yacques nos dice que el despilfarro de los recursos intelectuales de la ciencia ha quedado prácticamente institucionalizado en años recientes a causa de dos políticas concretas: la asignación inapropiada de fondos para la investigación y el secretismo científico. El secreto priva a la sociedad del conocimiento, pero también en algunos casos de su seguridad cotidiana. Amparándose en el pretexto de la seguridad nacional, los departamentos de defensa y las agencias de inteligencia han archivado desde siempre miles de artículos científicos de investigación aplicada en carpetas clasificadas. Ahí esta el caso de NicolasTesla y seguro que de otros muchos investigadores y genios de la historia.
            Cousteau lo escribe bien claro. Quien monopoliza sus hallazgos por intereses económicos puede ser mezquino, pero quien oculta hallazgos que pueden afectar a la seguridad humana, a la salud o a la vida, es un criminal. En muchos países civilizados quien se niega a ayudar a una persona en peligro puede ser arrestado y procesado. ¿Son los ejecutivos que, en nombre de la competencia, ocultan información sobre un nuevo fármaco que podría salvar vidas tan diferentes de quien ve morir a una persona y, teniendo el poder de ayudarla, no hace nada?.
            Tenemos que dejar, nos advierte, que utilizar los poderes de la ciencia para amenazar a otras naciones y comenzar a utilizarlos para poner fin a nuestras divisiones globales. Debemos aprender que una nación enfrentada a otra es como una mano enfrentada al corazón, dos elementos de un mismo cuerpo vivo que intenta dañar a sus propias partes y destruir el todo. El enemigo de la humanidad nunca ha sido la ciencia, ni siquiera los descubrimientos científicos relacionados con el arsénico o el átomo. El único enemigo de la humanidad es el ser humano. La revolución científico-industrial no ha sido en absoluto una revolución. ¿Qué tipo de revolución fracasa en su intento de proporcionar a las personas hambrientas la comida que necesitan y en cambio proporciona a los ricos comida en exceso? Debemos admitir una terrible verdad: durante más de medio siglo hemos tenido a nuestra disposición la capacidad científica de poner fin al sufrimiento en el mundo. Durante más de medio siglo hemos podido utilizar la ciencia para eliminar las necesidades humanas.
            Ante esta profunda lamentación de Jacques Cousteau, añado que si hemos podido y no lo hemos hecho, si podemos ahora y lo ignoramos, evitar la muerte de millones de personas por hambrunas, somos responsables y partícipes de esos crímenes contra la humanidad.

LA PAZ CALIENTE: ARMAS NUCLEARES Y ENERGÍA NUCLEAR.

            Los contenedores en los que se guardan los residuos radiactivos, se hinchan con los gases y a través de fugas salen a la tierra circundante. Así se expresa Cousteau en el capitulo sobre la energía nuclear. Denuncia que cientos de centrales nucleares envejecidas se acercan a la obsolescencia mientras las compañías y los países que las construyeron no tienen ni dinero para desmontarlas ni lugar donde enterrar las partes contaminadas. Las agencias gubernamentales han eludido el problema de proteger a los ciudadanos simplemente haciendo caso omiso de ellos, vertiendo líquidos radiactivos en los ríos y bombeando toneladas en la tierra, utilizando el sello de “seguridad nacional” para mantener sus sucios secretos ocultos a los ojos de su propio pueblo.
            Nos relata el atroz asesinato de cientos de miles de personas civiles en Hiroshima y Nagasaki, como el Presidente de Estados Unidos Harry Truman quiso ser el administrador de esa nueva arma letal e intentar que solo ellos tuvieran la bomba para erigirse superiores a las demás potencias.
            Deja claro que la energía nuclear es la fuente más cara a causa de los costes astronómicos de la construcción de unas centrales lo bastante resistentes como para soportar una irradiación constante, por no mencionar la arremetida radiactiva de posibles accidentes. El físico y premio Nobel Henry Kendall, ha calculado, que una central nuclear grande  produce la cantidad de radiactividad de vida larga que liberaría la detonación de casi dos mil bombas de Hiroshima. Para pagar las nuevas centrales, la industria de Estados Unidos cargó a los consumidores incrementos de las tarifas eléctricas de hasta un 50 por ciento. Hoy día, más de un centenar de centrales nucleares en ese país han sido canceladas.
            El accidente de la Central Nuclear de Fukushima por un tsunami en Japón  (2011), donde han muerto centenares de personas y cientos más que se irán produciendo con el paso del tiempo, ya lo auguraba Jacques Cousteau en este capítulo de su libro. Decía hablando de la inseguridad de estas centrales radiactivas preguntándose ¿Qué precio pagarán por las decisiones de hoy de abrazar más fuertemente la energía nuclear? ¿Cómo puede ningún simple mortal afirmar que tienen poder sobre las incógnitas de los 250.000 años que durante los cuales los residuos nucleares seguirán siendo peligrosos? ¿Podemos realmente creer todos los imponderables y todos los impredecibles del planeta, los tsunamis, los movimientos geológicos, incluso asteroides, respetarán la integridad de nuestros almacenes de residuos y nuestras centrales nucleares? Cada año sacude la Tierra unos 100.000 terremotos.
            También como en algunos otros lugares del libro, Jacques invita a la revolución pacífica, a lo que el 15 M o Democracia Real Ya ha hecho tímidamente en España y en muchos lugares de Europa o la llamada revolución árabe, donde algunos dictadores han sido destronados por el ímpetu del pueblo y la unión de los ciudadanos. Nos dice claramente Cousteau, que la decisión tomada por unos pocos políticos de unas pocas naciones nos afecta a todos. Podemos evitar que negocien con nuestras vidas y con las vidas de nuestros hijos. Basta con que nos demos cuenta de que no necesitamos rendirnos a las dementes irracionalidades de una docenas de hombres cuando nosotros somos miles de millones de personas.

LA VIDA EN MIL MILLONES DE AÑOS.

            Escribe que la sala de la evolución no solo define nuestro lugar en el tiempo sino que también define nuestro lugar en la fraternidad de la vida. Nosotros, los seres vivos, fuimos descritos por Loren Eiseley como huérfanos cósmicos, sin memoria de la explosión de las estrellas, las colisiones galácticas, las tormentas primigenias y las erupciones de volcanes que nos concibieron. Sin embargo nosotros, los huérfanos cósmicos, no estamos solos. Toda nuestra familia de la vida, animales y plantas, animales de sangre fría o de sangre caliente, todos somos hermanos unidos por antepasados comunes, las primeras células nutridas por la tierra y el mar. Los acontecimientos que tuvieron lugar a lo largo de miles de millones de años en el pasado sin duda pueden guiarnos en nuestros sueños para los miles de  millones de años en el futuro.
            Nos aclara que el desarrollo del cerebro y  de la inteligencia progresa a lo largo de vías paralelas durante la evolución de los primates. Entonces la tendencia se fractura de manera abrupta produciendo un cisma entre el chimpancé y el humano. He visto cachalotes comportarse con más inteligencia que los simios. Nuestros homólogos evolutivos más cercanos quizá no sean los primates, sino animales situados en la cima de otra rama del árbol familiar: los mamíferos marinos, y más concretamente en los cetáceos.
            El homo sapiens escribe, aún no comprende que su supervivencia depende ahora no de conquistar la naturaleza, sino de protegerla. El hombre ha ascendido hasta su nivel de incompetencia. ¡Nos queda tanto camino por recorrer………!
            Jacques finaliza entre otras cosas, escribiendo que la vida ha evolucionado hasta las formas que los biólogos consideran el vertebrado más complejo, al ser humano, y la planta más compleja, la orquídea; designando al pulpo, dada su inteligencia y su devoción por la continuidad de su especie, como el invertebrado más elevado.
            Las cuestiones medioambientales siguen cayendo en el olvido, en la ignorancia de políticos que solo ven hasta donde llega las urnas, sin importarles la situación real del mundo, de nuestra Tierra. Lo denunciado por Cousteau sigue vigente, es actual y vamos a peor por la ineptitud de gobernantes y dirigentes que bailan al son de la música que les impone el poder financiero, responsable último de este ataque suicida contra la vida.
            La Cumbre de Durban de donde se supone deberían haber salido planes de acción concretos para evitar que el cambio climático siga avanzando y se sigan deforestando las selvas tropicales, ha sido un nuevo completo fracaso. A los políticos no les importa las hambrunas, la desertización, la deforestación…..,de esta forma se convierten en cómplices de todas las muertes que se produzcan a causa del cambio climático que nos quieren amoldar a él, en lugar de evitar su continuidad alarmante hacia una autodestrucción sin precedentes en la historia de la Tierra.
            El activista contra la explotación petrolera en Nigeria y en representación de la Red Internacional “Justicia Climática”, Nnimmo Bassey ha preguntado a los gobiernos si no se avergüenzan de su egoísta indiferencia por la creación de esta crisis y el pasotismo e ineficacia para poder dar un respiro a todas las sociedades del mundo. Solo están preocupados del negocio del CO2, un negocio que está hundiendo a muchos pueblos que viven de los bosques.
            Bassey ha dicho que “el acuerdo que se está generando aquí significa más años de inactividad. Esta inacción tendrá como consecuencia la incineración de África y causará devastación en todo el mundo”. Este nuevo fracaso supone condenar a muerte a millones de personas. ¿Tenemos que permitirlo? Cousteau nos ha dejado una gran reflexión. El, que vivió las experiencias muy hermosas y nos hizo sentir la belleza del mar, sabía que de no protegerlo, las estampas de la vida se volverían grises, tristes, con colores de muerto de asfixia ambiental.
            Condenar a muerte a millones de personas por puro placer de no ponerse de acuerdo en algo tan elemental como la protección de la vida, de  nuestra Tierra, colma el vaso de las dignidades y es un crimen de lesa humanidad que tiene que ser juzgado por los pueblos del mundo. La indignación que nos dejó Yacques en este libro, es la misma que impulsa a la sociedad a indignarse contra la ineptitud, el robo, el acoso, la dictadura y la falta de derechos fundamentales de las personas. El bienestar social ha sido herido por una crisis nacida del poder corrupto financiero. El bienestar de la humanidad esta siendo asesinado ante una dictadura global que ataca el propio significado “humanidad”.
            Jacques Cousteau nos ha dejado este mensaje póstumo para defender la vida de la Tierra en toda su amplitud. Un mensaje que debe ser escuchado aunque haya pasado años y muchos hayan intentado que no llegaran sus palabras a ser leídas por usted.
            Debemos destapar a los opresores de nuestra sociedad, a los que no quieren que sigamos avanzando y evolucionando hacía un bienestar social total, a los que premeditadamente se aferran a tecnologías obsoletas existiendo energías libres y casi gratuitas al servicio del pueblo, apartar a los políticos ineptos instaurando leyes que impidan privilegios, pedir responsabilidades penales por sus acciones, que no se permita a representantes elegidos por el pueblo proceder de empresas manipuladoras, que tengan responsabilidad penal en el empleo de dinero público.
            Cousteau ya lo pedía poco antes de su muerte en 1997, el hombre en su conjunto debe evolucionar hacia un mundo de vida, preservando la biodiversidad en todo su esplendor.

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