En Argentina la cantidad de femicidios ha alcanzado una cifra
alarmante: una muerte cada 30 horas. Varios analistas afirman que una de
las principales causas de la violencia de género podría ser la pérdida
de liderazgo del hombre en la sociedad.
En mayo pasado, la joven Carla Figueroa de 18 años de edad, aseguró:
"Yo tengo miedo porque yo no sé de qué es capaz él, de qué puede llegar a
ser capaz. A él no le importa nada y yo tengo un hijo".
Hizo estas declaraciones a un canal de televisión luego de que su ex
pareja y padre de su hijo de 3 años fuera puesto en prisión por haberla
violado e intentar acuchillarla. Más tarde los abogados aprovecharon una
arcaica medida legal llamada "avenimiento" para intentar sacar al
agresor de la cárcel.
Según esta norma, en algunos casos un criminal puede recibir el perdón
si su víctima accede a casarse con él. El poder de convicción de los
defensores jugó un papel crucial: por ingenuidad, presión o temor, Carla
aceptó.
Pronto su nombre aparecería de nuevo en las pantallas, pero por una
razón trágica. Apenas una semana después de la boda el hombre mató a
cuchillazos a la joven delante de su pequeño hijo.
Este horrendo crimen volvió a poner en debate el problema de los
femicidios en un estado donde, según datos, ya hubo más de 240
asesinatos en lo que va del año, o sea una muerte cada 30 horas por
violencia de género.
El femicidio ya está clasificado como delito en varios países de la
región, como Chile, Guatemala o Costa Rica. Pero en la Argentina, aunque
hay normas que protegen a la mujer, por ahora no se ha aprobado ninguno
de los proyectos que prevén la inclusión de este crimen en el código
penal.
Las lagunas legales hacen que la pesadilla para los familiares de las
víctimas se haga prácticamente interminable. Sus hijos pueden acabar
viviendo con padres asesinos que no han sido privados de la patria
potestad. Los parientes de Adriana Zambrano se ven obligados a librar
toda una batalla judicial.
En el 2008 la mujer de 28 años que fue matada a golpes por su ex pareja
delante de su bebé de nueve meses. Mediante algunos recursos legales el
hombre logró que su caso fuera considerado como "homicidio no
premeditado".
De esta manera recibió una condena mínima. Ahora se apresta a recuperar
la libertad y el pleno cuidado de su hija que actualmente tiene tres
años.
Mercedes Zambrano, hermana de Adriana, relata: "Fuimos a juicio, llevó
todo este año. Y ahora en septiembre le dieron la tutela a mi mamá. Pero
solo hasta que él salga en libertad en diciembre o en marzo. Aparte de
perder a una hermana estamos ahora con la lucha de la nena, de la
tenencia de la nena".
El riesgo de que crezca el número de familias que tengan que enfrentar
este tipo de tragedias es cada vez mayor. En mucho tiene que ver con las
tendencias que marcan la pauta en la sociedad.
Fabiana Tuñez, coordinadora de la asociación ´La Casa del Encuentro´,
comenta: "El femicidio, que es el extremo de la violencia, está basado
fundamentalmente en una cuestión que tiene que ver con la cultura, esta
cultura machista, esta cultura patriarcal que naturaliza permanentemente
la existencia de violencia entre un hombre y una mujer”.
Los expertos indican, que esta agresión puede verse alimentada por la
pérdida del liderazgo social del hombre. Algo que se refleja claramente
en la situación en el mercado laboral argentino, donde la participación
de las mujeres supera el 40%. Este fenómeno contribuye a que aumente el
protagonismo femenino en la sociedad.
La psicóloga Liliana Hendel explica: "Lo que sí nos parece a quienes
trabajamos en este tema es que cuanto más fuerte es la autonomía de las
mujeres y su expresión de libertad, más fuerte es la represión del
patriarcado".
La resistencia de los varones a perder su papel tradicional desemboca a
veces en reacciones agresivas. Hasta tal punto que la violencia
doméstica en cualquier momento puede acabar en una tragedia.
Las estadísticas muestran, que en la mayoría de los casos, el asesino
es la pareja o un ex novio de la víctima. Pero para terminar con esta
situación las mismas mujeres tendrían que vencer el miedo que las invade
y asumir el hecho de que uno de los peligros más grandes les puede
acechar precisamente en el lugar donde intentan refugiarse de sus
problemas: en sus casas.
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