sábado, 25 de febrero de 2012

Dimensiones psicosociales de la Gobernabilidad Ambiental

Sin embargo, para hacer posible la utopía, hay un supuesto básico que debemos reconocer y es que, más allá de los idiomas, compartimos las mismas visiones, los mismos significados
Rodrigo Arce Rojas 
Avanzar hacia un estado de gobernabilidad ambiental implica idealmente que los Estados realizan una gestión pública  ambiental efectiva en sintonía con las propuestas, demandas y aspiraciones de la sociedad civil. Bajo esta situación ideal existen medios institucionalizados para canalizar las propuestas de la sociedad civil y el Estado actúa democrática y transparentemente por lo que el ejercicio de la autoridad cuenta con legitimidad social.
Sin embargo, para hacer posible la utopía, hay un supuesto básico que debemos reconocer y es que, más allá de los idiomas, compartimos las mismas visiones, los mismos significados, sentidos respecto a cómo entendemos y procesamos el concepto “ambiente”, sus contenidos, sus dinámicas e interacciones. El hecho real es que esto no siempre percibimos, sentimos y comprendemos lo mismo sobre el ambiente. El otro hecho es si entendemos el ambiente como únicamente reducido a lo biofísico (cuyo sinónimo sería “naturaleza”) o comprendemos al ambiente como un todo que integra sociedad y naturaleza.
Descola y Palsson (1996) afirman que la persistencia de un pensamiento cosmológico dualístico (separación naturaleza-cultura) impide el desarrollo de una comprensión más cercana a la realidad ecológica; tanto el determinismo ambiental como el determinismo cultural provienen, en última instancia de este dualismo. Según estos autores, el determinismo ambiental entiende las formas sociales y la acción social como derivado y dependiente de las estructuras ambientales. Por su parte, el determinismo cultural afirma que es nuestra forma de pensar lo que termina por definir la realidad; el entorno es, en última instancia, una construcción social.

Por su parte, Gómez (S.f.) concibe al ambiente en las siguientes dimensiones: i) Constructo gnoseológico y epistemológico que refiere la externalidad, lo que está fuera, de los sistemas y de los campos de conocimiento, ii) Concepto rearticulador de lo no pensado, iii) Dominio generalizado de las relaciones sociedad-naturaleza y iv). Campo material y abstracto de las relaciones cultura, población, naturaleza y trabajo.  En esta misma línea, desde la perspectiva de la Psicología Ambiental se estudia las relaciones recíprocas entre las conductas de las personas y el ambiente socio-físico, tanto natural como construido (Aragonés y Américo, 1998).
La antropología insiste en ver en la percepción del ambiente y en el  comportamiento frente a él un asunto cultural. La información que recibimos sobre el medio que nos rodea no sólo proviene de nuestra percepción empírica y del conocimiento académico y científico, sino que también la heredamos junto con el conjunto de elementos que acompañan a la cultura (Urbina y Martínez, 2006).
De otro lado, la representación social describe los procesos de percepción simbólica del entorno. Estas representaciones son relaciones imaginarias y cognoscitivas entre sociedad y naturaleza que configuran a lo largo de la historia el sentido común a partir del cual juzgamos una situación ambiental compleja y actuamos sobre ella (Perló y Gonzáles, 2006).
La realidad nos muestra que existe un proceso de codeterminación (determinación mutua) entre los procesos naturales y los procesos sociales. El ser humano influye sobre su medio y a la vez es influido por el medio. Estos procesos no son homogéneos pues tienen sus subidas y sus bajadas, sus flujos y reflujos, sus paralelismos, sus traslapes, sus vacíos u omisiones. No siendo procesos lineales la figura de espiral de espirales es la que mejor ilustra este tipo de interrelaciones.
La gobernabilidad ambiental también implica asumir supuestos que las instituciones funcionan, las normas se cumplen y los acuerdos se respetan. No siempre es el caso, especialmente para democracias incipientes o Estados en proceso de construcción como las nuestras. Más aún cuando desde la agenda de los pueblos indígenas se descubre los límites del derecho occidental, no en vano cobra en la región inusitada fuerza los enfoques, aproximaciones teóricas y metodológicas de la antropología jurídica.
Si los entendimientos sobre lo ambiental son tan diversos entonces también es de esperar que el fenómeno se repita cuando de habla de gobernabilidad ambiental. Dependiendo de la interpretación de cada actor es posible encontrar posiciones más ligadas al ejercicio de poder de las autoridades  privilegiando la democracia representativa. De otro lado fuerzas sociales y políticas presionan en el marco de enfoques y prácticas más representativas. El tema se complejiza porque los actores no son entes monolíticos y es posible encontrar tensiones y contradicciones en un mismo actor acorde como se mueva el entorno político, que se constituye en un factor de alta incidencia en la definición de las decisiones coyunturales. La complejidad y la incertidumbre son parte de la realidad de los procesos políticos que no podemos soslayar en nuestro análisis.
Es claro que no estamos en una situación ideal, pero los conceptos nos ayudan a visibilizar el camino hacia donde queremos llegar y qué características y  atributos debería tener el escenario soñado de gobernabilidad ambiental. La democracia soñada, las y los funcionarios soñados, las y los ciudadanos soñados son fuerzas poderosas que definen marcos de pensamiento y de actuación. El problema no está en la complejidad de los sistemas sino en la actitud con la que nos predisponemos a generar propuestas y acciones innovadoras para acercarnos de una manera más efectiva, práctica y relativamente rápida a esa situación ideal.
Por tales razones la complejidad de los problemas ambientales no pueden interpretarse únicamente desde las polarizaciones, que corresponden más bien a una lógica de segmentos lineales, sino desde las múltiples aristas a partir del cual un factor se interconecta con otros factores. Por ejemplo, no es posible llevar la discusión sólo a una perspectiva “técnica” o “política” sino que los límites económicos de un sistema ecológico tienen que ser definidos a partir de diálogos entre pares (en el sentido de sentirse comprometido, influido, beneficiado o afectado por el tema o temas en cuestión) en una perspectiva “técnica-política”. Las visiones fragmentadas, por mejor intencionada que sean, o por las mejores explicaciones racionales que se brinden, no pueden plantear alternativas sostenibles en tanto subestiman factores que a la larga pesan en la resultante final del proceso.
Por tanto en el tema de gobernabilidad ambiental no puede desconocerse la dimensión humana que se manifiesta en conductas y actitudes, percepciones, conocimientos, saberes, sentimientos y emociones. Desde una perspectiva de diálogo transformacional estas perspectivas deben ser consideradas. A los procesos de gestión ambiental las personas y los colectivos llegan con sus historias, sus discursos, sus prejuicios, sus imaginarios, sus ideologías y sus representaciones sociales. Los actores llegan a los escenarios de conflictividad y tensiones socioambientales con sus certidumbres, incertidumbres, inquietudes y preguntas, lo que no es en sí un problema, el tema está en qué medida existe la honestidad para reconocer tus campos de convicciones sinceras, de las angustias, de los temores y el horror al vacío intelectual. La gobernabilidad ambiental alude en el fondo a las posibilidades y limitaciones propias de nuestra humanidad. El reconocimiento de esta realidad ya es un gran paso para enfrentar los problemas como retos y la complejidad como algo intrínseco a la dimensión cósmica.

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