Creo que no es
necesario, a modo de introducción, explicar la urgente necesidad de
reconversión e innovación que requiere la agricultura española.
ECOticias.
“Por último, el agrónomo no debe
limitarse como ha sucedido por la escasez de luces, al corto número de
plantas que maneja de ordinario, sino que ha de aspirar a enriquecerse
con todas las que pueda descubrir útiles ya por su productos, ya para
aprovechar uno u otro terreno y ya por otros motivos,... y así podrá
introducir otras muchas en cultivo para nunca hallarse falto de
recursos en cualquier paraje y clima que se encuentre.”
(Sebastián Eugenio Vela, en Arias y Costa (1819)
Colección de disertaciones sobre varios puntos agronómicos leídas en la
Cátedra de Agricultura del Real Jardín Botánico de Madrid.)
Creo que no es necesario, a modo de introducción, explicar la urgente
necesidad de reconversión e innovación que requiere la agricultura
española. Debemos responder a los grandes cambios que nuestro sector
agrícola está sufriendo no solo en el ámbito de su rentabilidad, sino
también en el de otros caracteres que se creían más estables o
consustanciales como los de naturaleza sociológica y ecológica (formas
de vida, costumbres alimentarias, etnoicidad, políticas agrarias y
medioambientales, variables climáticas). Esta encomienda sugiere la
búsqueda de nuevas herramientas, nuevas fórmulas, técnicas e incluso
nuevas culturas agrícolas; nuevos cultivos y variedades adaptadas a este
rápido proceso de cambio global en el que estamos inmersos, buscando
nuevas (o antiguas) formas de comercialización que acerquen a los
productores y consumidores (cadenas cortas, kilómetro cero, mercados de
agricultores, huertos familiares, redes de intercambio de semillas y
cosechas). Hay que promover organizaciones o colectivos sociales que
reivindiquen para los alimentos valores como los de ser generadores de
salud (nutrición, prevención de enfermedades, valores dietéticos,
producción ecológica), autenticidad (carácter local y tradicional,
coherencia cultural, denominaciones de origen) y justa comercialización
(beneficios económicos compartidos, reconocimiento de los derechos del
agricultor, reducción o eliminación de intermediarios, etc.).
Necesitamos reforzar el paradigma de la diversidad en todos sus
componentes: biodiversidad, agrodiversidad, diversidad cultural y
alimentaria…,nos enfrentamos a los riesgos de la pobreza alimentaria,
del fast food, de la uniformidad, de la pérdida de identidad de los
pueblos, de la dependencia externa y de algo todavía más evidente y
reciente: nos arriesgamos al derrumbe total de la agricultura como forma
de vida generadora de alimentos, empleo y riqueza, y con su pérdida,
también a la de una parte muy significativa de nuestros paisajes,
economía, patrimonio natural e identidad cultural.
Ante este horizonte que es ya una realidad cercana, pretendemos
apoyar con estos párrafos la recuperación de antiguos cultivos hoy
infrautilizados u olvidados (los llamados según acrónimo
internacionalmente aceptado, NUS), pero incorporando también nuevos
elementos procedentes del patrimonio genético y agrícola de otras
regiones del mundo. Necesitamos un nuevo Renacimiento, una mirada
diferente, retrospectiva para aprender lecciones del pasado y a la vez
prospectiva, para no quedarse en lo ya conocido. No es un discurso
ambiguo. Estamos hablando estrictamente de lo que debemos cultivar, para
qué cultivarlo, cómo consumirlo y quién y cómo debe beneficiarse. Y
como decía un prestigioso etnobotánico americano, Evan Schultes (1989)
con referencia a la urgente recuperación del patrimonio etnobiológico de
los pueblos, “pronto será demasiado tarde”. Y esto también vale para
los NUS y España.
El inventario y puesta en valor de los conocimientos tradicionales
Y puesto que acabamos de mencionar el término patrimonio
etnobiológico, empezaremos por recurrir en nuestro empeño a la
herramienta y solución de buscar esos eslabones perdidos, esos NUS, a
través de los saberes populares de los pueblos ibéricos, de nuestro
acervo etnobotánico y agrícola.
La etnobotánica es la ciencia que se ocupa de estudiar las sabidurías
tradicionales (Barrera 1983). Identificada con ese nombre desde
finales del siglo XIX (Harsberger, 1896), experimentó en la segunda
mitad del XX un importante desarrollo de la mano de investigadores
americanos (E. Schultes, E. Hernández Xolocotzi, A. Gómez-Pompa, A.
Barrera, G. E. Wickens, M. Gispert, V. M. Toledo,… la lista sería
interminable) y desde la década de los 80 también en España (L. Villar,
J. Vallés, M.R. González Tejero, R. Morales, D. Rivera, de nuevo una
larga lista que debiera ser encabezada por P. Font Quer quien a pesar
de no haber mencionado la palabra etnobotánica en su Dioscórides renovado, es un incuestionable pionero de la Etnofarmacología, desde varias décadas antes que los anteriormente citados.
También se han encontrado antecedentes en un botánico aragonés
anterior, Pardo Sastrón (en Pardo de Santayana, 2012), que en 1895 y
1901 publicó catálogos de los nombres y usos populares de más de 400
plantas de su pueblo natal (Torrecilla de Alcañiz, Teruel). Podemos
seguir retrocediendo en el tiempo y también encontraríamos antecedentes
en autores del siglo XIX (agrónomos y botánicos como Antonio Sandalio
de Arias y Costa y su discípulo Eugenio Sebastián y Vela, Claudio
Boutelou, en el XVIII con Antonio José de Cavanilles, en el XVI con
Francisco Hernández o mejor aún con Felipe II (véanse las instrucciones
que este monarca diera al médico y botánico Francisco Hernández para su
misión en tierras mexicas). Y mucho antes, entre los siglos X al XIV
entre los agrónomos, médico-farmacéuticos y botánicos andalusíes,
hallamos evidentes antecedentes del quehacer etnobotánico, tema del que
nos hemos ocupado directamente en alguna ocasión (Hernández-Bermejo y
García Sánchez, 2008) y que ampliaremos algo más adelante.
“Primeramente, que en la primera flota que destos reinos partiere
para la Nueva España os embarquéis y va (ya ) is a aquella tierra
primero que a ninguna otra parte de las dichas Indias, porque se tiene
relación que en ella hay más cantidad de plantas y yerbas y otras
semillas medicinales conocidas que en otras parte Item, o habeis de
informar donde quiera que llegáredes de todos los médicos, curujanos,
herbolarios e indios e otras personas curiosas en esta facultad y que os
pareciere podrán entender y saber algo, y tomar relación generalmente
de ellos de todas las yerbas, árboles y plantas medicinales que hubiere
en la provincia donde os halláredes. Otrosí os informareis que
experiencia se tiene de las cosas susodichas y del uso y facultad y
cantidad que de las dichas medicinas se da y de los lugares adonde
nascen y cómo se cultivan y si nascen en lugares secos o húmedos o
acerca de otros árboles y plantas y si hay especies diferentes de ellas y
escribiréis las notas y señales ... de todas las cosas susodichas que
pudiérades hacer experiencia y prueba la hareis ... las escribiréis de
manera que sean bien conoscidas por el uso, facultad y temperamento
dellas.”
(Instrucciones dadas por Felipe II a Francisco Hernández tras ser
nombrado, el 11 de Enero de 1570 Protomédico general de todas las
Indias, islas y tierra firme del Mar Océano, para hacer la Historia
Natural de las cosas de las Indias, por espacio y tiempo de cinco años,
con un salario anual de dos mil ducados).
En España, el inventario de estos saberes populares sobre el uso de
las plantas se inició tímidamente hace algunos años por iniciativa del
Ministerio del Medio Ambiente (Hernández-Bermejo 2009) y se ha activado
de forma más reciente por un nuevo encargo del actual MAGRAMA (Pardo
de Santayana et al. com. pers.).
Son esos saberes tradicionales, esas formas de vida locales, las que
han permitido se conserve el germoplasma de ciertos cultivos y muchas
de sus variedades que habrían desaparecido ante la presión implacable
de su comercialización, de las cadenas de intermediarios, de la pérdida
de rentabilidad de la agricultura, de las políticas comunitarias (la
PAC ha desarrollado una influencia negativa e irresponsable sobre la
agrobiodiversidad europea). Más importante si cabe, ha sido el papel de
conservación que los saberes populares han tenido sobre las técnicas
de cultivo, los usos tradicionales de las plantas, las formas de
preparación y consumo de los alimentos. Resulta imposible resumir en
pocas líneas el acervo genético y cultural que se ha conservado gracias a
la transmisión de estos conocimientos de generación en generación de
campesino/as, abuelo/as, pastores, boticarios… principalmente en el
escenario de las comunidades rurales o locales.
Un capítulo de especial relevancia en este sentido es la información
procedente de los informantes actuales, esto es del saber popular vivo,
respecto a las especies silvestres recolectadas como alimento. Muchas
de ellas no son sino el resultado del asilvestramiento de antiguos
cultivos, mientras que otras, permanecen todavía en un proceso
incipiente de domesticación. En cualquiera de los casos se trata muchas
veces de especies que presentan altos valores nutricionales, dietéticos
o incluso medicinales y posibilitan el desarrollo y puesta en valor de
fórmulas locales de gastronomía. Estamos hablando de plantas como
tagarninas, collejas, espárragos silvestres, acederas y romazas,
cenizos, verdolaga, guardalobo, alcauciles, cardillos, berros, diente de
león, nueza, rusco, sauco, zarzamoras, madroños, achicorias, hinojo…,
la lista puede ser de nuevo muy prolija. Morales et al (2002)
se ocuparon hace algún tiempo de recoger toda la información relativa a
la Comunidad de Madrid y más recientemente (Morales et al,
2011) realizaron una estimación de la flora silvestre ibérico-balear de
interés alimentario que es objeto de colecta y la cifra supera el 6.5 %
de la flora, esto es, más de 500 especies.
La cocina, clave de la innovación en el ámbito agroalimentario. La cocina como patrimonio
En el campo de la Antropología de la alimentación existe un fuerte
movimiento internacional a favor de considerar la cocina como
patrimonio Intangible. Especialistas como Marcelo Álvarez (2002) o
Isabel González Turmo (1999), han explicado cómo los alimentos no son
solo materias nutritivas, sino que a través de su valor simbólico se
convierten en parte del patrimonio cultural de los pueblos, y pasan a
formar parte de las políticas culturales y también de una sugerente
oferta turística.
La cocina viene buscando en los últimos tiempos sus propias bases
académicas, investigando el fundamento científico, fisicoquímico muchas
veces, de los procesos de conservación y elaboración de los alimentos.
Paralelamente, las formas de presentación del producto elaborado han
conseguido metas tan complejas como las de la cocina molecular con sus
deconstrucciones, o la aplicación de técnicas como gelificación,
criogenización, liofilización o esferificación. Se han hecho nuevas
propuestas con eufemismos como los de la Gastrobotánica (de la Calle,
2010) intentando diferenciar las componentes etnobotánicas o
antropológicas de la gastronomía. De esta forma la cocina está
alcanzando en su rápida ascensión académica las puertas de la formación
universitaria.
Personalmente hemos ensayado también esta aventura académica,
impartiendo algunos cursos en las aulas de “mayores” de la Universidad,
explicando simultáneamente el origen de las plantas cultivadas, la
historia de su dispersión en el espacio y tiempo y los usos y procesos
culturales asociados a la historia de su consumo, especialmente en lo
concerniente a su uso alimentario y técnicas de elaboración. En ese
camino y en el del contacto paralelo con diversos agricultores e
iniciativas de innovación agrícola, hemos ido descubriendo un valor
esencial de la cocina: su carácter indispensable para la introducción de
cualquier nuevo producto en la agricultura. No hay forma de generar la
oferta de algo nuevo sin haber fomentado previamente su demanda. Dicho
de otra forma, es necesario saber cómo se consumen los alimentos, y
por lo tanto como se cocinan, antes de poner en cultivo una especie o
variedad nuevas. Aquellas que triunfaron sin dificultad pese a llegar
procedentes de otros continentes, como las habichuelas, los frijoles o
porotos americanos, el fresón y las calabazas o zapallos, no encontraron
apenas resistencia pues hallaron formas de consumo ya asentadas con
especies equivalentes. Otras sin embargo tan importantes como la patata o
el tomate tuvieron que esperar decenas de años antes de ser aceptadas.
Muchas permanecieron y permanecen ignoradas o infrautilizadas porque
nunca se enseñó al consumidor la forma de prepararlas como alimento, y
algunas fracasaron, incluso recientemente, en su intento de introducción
(como el bábaco en los años 90) por no haber enseñado previamente nada
sobre la forma de su consumo. En pocas palabras:
Enseñar a cocinar los nuevos cultivos es un paso y herramienta
imprescindible para el éxito de su introducción. La cocina adquiere así
un valor estratégico para la innovación agrícola más allá de su valor
cultural y patrimonial. Paralelamente, la cocina también puede
retroalimentarse en este empeño:
• Al recuperar recetas tradicionales con ingredientes olvidados o marginados:
gachas de almortas, tagarninas esparragás, potaje de cenizos y
romanzillas, panes con amapolas, sopa de majao veraniego con alficoz,
ensaladas, jugos y confituras de granado, rellenos y panes espolvoreados
con semillas de amapolas, tortilla de collejas, potaje con berros,
ensalada de verduras silvestres con astillejos, cerrajillas y
achicorias, radichetas como guarnición de asados, potaje de guardalobos,
arroz con collejas, ensalada de verdolagas, guiso de borrajas con
papas, manzanas rellenas de crema de harina de algarroba, purés, pastas y
sopas de castañas, sopa de lentejas rojas con sumaq (zumaque),…
• Al innovar nuestra cocina con nuevos ingredientes como la quinoa, la chia, la cañihua, o el amaranto.
Surgen así y recetas como los grisines de polenta con chia y amapola,
las galletitas de amaranto, el tabulé y la chaufa de quinoa, el guiso
paraguayo de quinoa con choclo y mandioca, etc.
• Y finalmente, al encontrar nuevos valores dietéticos con nuevos ingredientes.
Como los del aloe, con sus variadas virtudes medicinales, los del
granado y otros frutos rojos (y semillas) ricos en antioxidantes, la
estevia como edulcorante, sin problemas para los diabéticos, sémolas sin
gluten como el trigo sarraceno, la avena o la escanda. Nuevas formas
de consumo de estos alimentos van surgiendo potenciando el cultivo y
consumo de las especies respectivas: galletitas de avena, milanesas de
mijo y avena, yogures con lino o con aloe, etc.
Cambio climático y cultivos infrautilizados
Viene siendo un razonable y cada vez más evidente motivo de
preocupación el impacto del cambio climático sobre el planeta, sobre la
biosfera y sus componentes, y sobre los intereses económicos, calidad
de vida y supervivencia de las poblaciones humanas. Durante los
últimos diez años ha sido espectacular la reacción y preocupación por
encontrar mecanismos de mitigación y por estudiar las consecuencias del
cambio climático sobre la distribución y supervivencia de las especies
vegetales y animales (Heywood, 2012).
Esta preocupación y búsqueda de respuesta, con ayuda de los métodos
más avanzados (SIG, técnicas de observación, evaluación y predicción
mediante teledetección, desarrollo de modelos numéricos predictivos,
etc.) ha alcanzado con fuerza ámbitos como los de la gestión de los
espacios protegidos, los criterios de evaluación del riesgo de extinción
de las especies, la evolución de los bosques, la búsqueda de nuevas
alternativas para la silvicultura y la de refugios climáticos para las
formaciones y especies forestales más amenazadas .
Sin embargo, y a pesar de la necesidad y evidencia de una urgente
respuesta, las reacciones por el momento sobre la producción, estructura
y políticas agrarias de la mayor parte de los países del mundo,
especialmente de aquellos que como España se encuentran situados en una
zona de previsibles fuertes modificaciones climáticas, son tímidas.
Por ejemplo, el Plan de Acción Andaluz por el Clima 2007-2012, no
incluía dentro de sus 140 medidas ni una sola que se refiriera a
posibles cambios en la agrobiodiversidad de la agricultura andaluza.
Las únicas referencias a este sector productivo abordaban aspectos como
la reducción de emisiones de CO2, reducción de residuos, fomento del reciclaje, eficiencia energética y todo lo más al estímulo de la agricultura ecológica.
Durante el pasado Seminario Internacional organizado en Córdoba por
la Cátedra de Hambre y Pobreza, auspiciado por FAO, BI, (Bioversity
International), el MAGRAMA, y otras instituciones, tampoco encontramos
ejemplos de acciones decididas ni en España ni en Latinoamérica. Se
siguen convocando foros congresuales en España sobre “Adaptaciones al
cambio climático en la producción hortícola”, con diversas
contribuciones y líneas de trabajo en el campo de la protección de
cultivos o en el de la mejora genética, buscando mejores adaptaciones
de ciertos cultivos como la fresa, el tomate, el melón o la patata
frente al estrés hídrico, la salinidad de los suelos o al impacto
diferencial de plagas y enfermedades. Esto es algo positivo pero las
consecuencias del cambio climático y sus formas de afectar a la
agricultura son mucho más complejas: hay cambios en los polinizadores,
en el impacto de plagas y enfermedades, en sus predadores, en el estrés
hídrico y por lo tanto en las necesidades de riego en casi todos los
cultivos.
Pero además de la variación gradual de ciertos parámetros climáticos
como es el caso de la temperatura, está el de la estocasticidad del
clima, esto es, el impacto de accidentes meteorológicos como
inundaciones, heladas inesperadas, períodos secos muy prolongados,
golpes de calor por encima de los límites de tolerancia de los cultivos.
Y esto afecta de lleno al elenco de especies y variedades en cultivo.
Estamos lejos de poder plantear una más audaz innovación que incluya
nuevos (o viejos) paradigmas como los del incremento de la
agrodiversidad, o el de la recuperación de variedades tradicionales,
cultivos infrautilizados, marginados u olvidados incorporando nuevos
cultivos procedentes de otras regiones del mundo.
La lección del pasado
Aunque provista de una muy diversa y singular flora silvestre, la
Península Ibérica fue acumulando cultivos de regiones más orientales del
Mediterráneo desde los orígenes neolíticos de su experiencia agrícola.
La influencia de las viejas culturas mediterráneas trajeron enseguida
cereales (trigo, centeno, cebada, mijo, panizo), leguminosas (habas,
lentejas, garbanzos, especies frutales (ciruelo, melocotonero,
albérchigo, granado, membrillo y hortícolas (lechugas, zanahorias,
nabos, coles…) que unidas a las verduras y frutos autóctonos ibéricos
(generalmente secos: bellotas, hayucos, castañas, avellanos, pero
también piruétanos, majoletos, servales, manzanos, cerezos y endrinos,
fresas, moras …), algunas leguminosas y muchas hierbas aromáticas,
consiguieron una elevada agrobiodiversidad en tiempos de la Hispania
Romana.
Procedentes de Centroeuropa, de las Penínsulas Balcánica e Itálica,
de África, Asia Menor y hasta de Asia Oriental, arribaron hasta este
extremo occidental de la Cuenca Mediterránea, numerosas especies
vegetales, que unidas a la componente autóctona ibérica, formaban ya en
el siglo X, un muy diverso acervo genético. Podemos establecer una
cierta cronología de este progresivo enriquecimiento a través de los
escritos de naturalistas, médicos, agrónomos y hasta de los literatos
griegos y romanos (Estrabón, Plinio, Dioscórides, Virgilio) y mejor
todavía gracias a los autores hispanorromanos e hispanovisigodos
(Columela, Isidoro de Sevilla). Por lo tanto y con anterioridad a la
influencia árabe, el elenco de especies útiles al hombre en la Península
Ibérica era ya notablemente diverso.
Flora agrícola de al-Andalus: el puente entre Oriente y Occidente
El estudio de la llegada progresiva de especies orientales resulta de
especial interés. Establecer la cronología de su introducción, el
establecimiento efectivo de su cultivo y la evolución de sus formas de
aprovechamiento y diversidad varietal, permite reconstruir uno de los
episodios más interesantes de la historia de la dispersión de las
especies agrícolas. Nos hemos ocupado en varias ocasiones de estos temas
comparando la citación progresiva de especies asiáticas y africanas a
través de autores hisparromanos, hispanovisigos y de los principales
geóponos andalusíes del siglo X-XIV. (Carabaza et al, 2001¸ García Sánchez y Hernández Bermejo, 1995, 2007, García Sánchez et al,
2008; Hernández Bermejo, 1990, 1991, 1999), Hernández Bermejo y García
Sánchez (1088, 1998, 2000, 2008, 2009), Hernández Bermejo et al (2012), Navarro y Hernández Bermejo, 1994).
Al-Andalus provocó y vivió un auténtico Renacimiento cultural,
artístico, científico e incluso religioso, que se adelantó en varios
siglos al Renacimiento del resto de Europa. Fue un tiempo de innovación
desde la tradición. Desde el punto de vista agrícola o mejor, desde la
perspectiva del uso y conocimiento de las plantas, se observan estas
mismas pautas. Muchas de las especies orientales llegaron o se
consolidaron en el paisaje agrícola ibérico. Otras fueron objeto de un
intenso comercio exterior. La relación de estas especies es muy amplia:
arroz, caña de azúcar, algodoneros, sorgo, berenjena, pepino,
alcachofa, espinaca, melones dulces, cáñamo, cártamo, taro, regaliz,
chufa, jengibre, aloe, diversos cítricos (cidro, lima, limoneros,
naranjo amargo, toronja, zamboas), bananeros, árbol del amor,
acederaque, azofaifos, moreras, estoraque, argán, brasil… Los
andalusíes, además de enriquecer o consolidar la biodiversidad del
paisaje agrícola ibérico y sus culturas tradicionales asociadas,
perfeccionaron técnicas de riego, abonado, propagación, control de
plagas, desarrollaron nuevas formas de aprovechamiento de las plantas,
dieron lugar a una singular gastronomía, y fueron la causa del
enriquecimiento paralelo del castellano y otras lenguas romances con
innumerables términos relacionados con la descripción y
aprovechamiento de las plantas. Esta aportación se consolidó a pesar
del simultáneo proceso de persecución oficial de sus formas de
vida, que incluyó la quema de sus libros, la destrucción de todo
vestigio de su patrimonio etnobotánico, su persecución,
incumpliendo las Capitulaciones firmadas en 1492, y su definitiva
expulsión casi un siglo después de la toma de Granada por los Reyes
Católicos.
El papel desempeñado por esta cultura y período histórico en la
introducción y consolidación de numerosos cultivos ha resultado ser muy
importante, no solo porque transformaron la agricultura del
mediterráneo occidental y del suelo ibérico, sino también porque todo
ello permitió más tarde el salto de estos cultivos y culturas hacia
América, a través de la colonización española.
Podemos hablar de una auténtica escuela agronómica andalusí, de
geóponos (agrónomos) entre cuyos principales representantes estuvieron,
Arib Ibn Said (siglo X), Ibn Hayyay (siglo XI), Ibn Bassal (siglo XI),
Al Tignari (siglo XII), Ibn al-Awamm (siglo XII), Ibn Luyun (siglo
XIV). Tampoco podemos olvidar el Tratado de Botánica probablemente
atribuible a Abu al-Jayr (siglo XII) en el que se citan más de mil
quinientas especies de la flora meridional ibérica con una muy rica
información sobre sus virtudes, usos y aplicaciones.
A través del Kitab al Filaha, el tratado de agricultura de Ibn
al-Awamm, seguramente el más importante y enciclopédico de los escritos
medievales del Occidente europeo, se descubren los principales
elementos de este paisaje. Cultivos arbóreos dominados por olivos,
vides, almendros, algarrobos, higueras, melocotoneros, albaricoqueros,
manzanos, perales, nísperos, membrilleros, castaños, nogales,
pistachos, azarolos, majuelos, palmeras datileras, limoneros, cidros,
zamboas, azofaifos, almeces, moreras, avellanos, encinas, madroños y
mirtos. Huertos con lechugas, zanahorias, rábanos, coles, coliflores,
berzas, melones, pepinos, acelgas, espinacas, puerros, cebollas,
berengenas, habichuelas, cardos, alcachofas, verdolagas, numerosas
especias y plantas aromáticas (albahaca, mastuerzo, alcaravea, azafrán,
cominos, alcaparras, mostazas, mejoranas, hinojo, toronjil, cominos,
tomillos). Campos de cereales y leguminosas sembrados de trigo, cebada,
arroz, mijo, panizo y escaña entre los primeros; y habas, habichuelas,
guisantes, garbanzos, lentejas, yeros, altramuces, y alholvas entre
los segundos. Cultivos de caña de azúcar en el litoral de Almúñecar y
Vélez-Málaga; cultivos textiles como lino, algodón (asiático) y cáñamo;
tintóreos de alazor, rubia, alheña, hierba pastel y azafrán;
encurtidoras como el zumaque. Se aprovechaban especies silvestres como
el esparto, mimbreras y palmito; se producía cochinilla de tintoreros y
gusanos de seda mediante el cultivo de sus plantas hospedantes; se
plantaban numerosas especies ornamentales en los jardines y se utilizaba
infinidad de hierbas medicinales. Estos eran los paisajes agrícolas
antes de 1492.
Hay especies que por su carácter tropical probablemente nunca
llegaron a cultivarse en el Occidente mediterráneo como la pimienta {Piper nigrum), el añil (Indigofera indica), la canela {Cinnamomum zeylanicum), o el estoraque (Styrax officinale),
pero otras hoy desaparecidas de la agricultura ibérica que si fueron
probables cultivos formales en los siglos de referencia, como la alheña (Lawsonia inermis) o el algodonero arbóreo (Gossypium arboreum). Otras fueron con toda seguridad cultivos frecuentes, pero se encuentran hoy marginados o incluso totalmente olvidados (Pistacia
vera, Zizyphus lotus, Vigna sinensis, Linum usitatissimum, Cannabis
sativa, Lepidium sativum, Eruca sativa, Portulaca olerácea, Cichorium
intybus, Silybum marianum, Myrtus communis, Urginea marítima, etc).
América y 1492: se abre el gran proceso de globalización de la agrodiversidad a nivel planetario
Una visión retrospectiva de la agricultura española y del espectro de
especies cultivadas durante los últimos 500 años mostraría con
claridad la notable variación experimentada respecto a la naturaleza de
los cultivos. Estos cambios se manifiestan no solo por la progresiva
incorporación de la flora americana al paisaje agrícola ibérico e
insular (patata, maíz, girasol, frijoles, tomate, algodoneros
americanos, aguacates, chirimoyos, tabaco, etc.), sino también por la
pérdida de un buen número de las especies cultivadas durante los siglos
anteriores al del viaje de Colón. Se elegirá como referencia la
agricultura meridional española del siglo XV. Se trata de un asunto de
valiosa documentación gracias a los autores hispanoárabes de los siglos
precedentes. Por Andalucía se van a promover y producir preferentemente
los intercambios de ejemplares y semillas con América durante los
siglos XVI y XVII, merced a la centralización del comercio,
protagonizada por la Casa de Indias en Sevilla. Además, son las tierras
de Andalucía occidental con las que cuenta inicialmente la Corona
española para producir el trigo que alimentará las colonias de las
Nuevas Indias Occidentales y paliar los déficits cerealistas
registrados desde los primeros momentos en tierras americanas.
La conquista de Andalucía occidental por los reyes cristianos había
durado entre 150 y 200 años, iniciándose en el siglo XIII. Por lo tanto,
la agricultura había sido trasformada en buena medida bajo patrón
castellano (cerealista y ganadero). Sin embargo en Andalucía oriental
acababan de ser vencidos los hispanomusulmanes del reino nazarí, y no
solo su paisaje agrícola y costumbres, sino que sus propios pobladores
permanecieron en la región durante cierto tiempo o incluso volvieron
después de su expulsión. Jerónimo Münzer, un viajero nurenburgués que
visitó la Península Ibérica entre 1494 y 1495, describió el recién
conquistado reino de Granada por las huestes cristianas, refiriéndose en
términos admirativos y respetuosos a la agricultura nazarí,
estructurada en huertos y regadíos, destacando el primor de sus técnicas
de cultivo, el desarrollo de las de riego, y la elevada biodiversidad
de especies y variedades cultivadas, establecidas bajo un paisaje
notablemente arbolado.
.Cultivos y usos olvidados
No hace muchos años y con ocasión del Congreso Internacional de
Etnobotánica organizado en Córdoba con motivo del V Centenario del viaje
de Colón (Hernández Bermejo y León, eds, 1992), tuvimos motivo y
oportunidad para examinar las causas de marginación de muchos cultivos
como resultado del impacto de la flora del Viejo Mundo en América y de
la flora americana en España. Entre estas causas se encontraban,
decíamos entonces a) la pérdida de competitividad de ciertas especies
frente a otras más productivas; b) los cambios lentos y progresivos en
las costumbres, hábitos alimentarios y formas de vida; c) la competencia
establecida por intereses económicos o políticos ajenos a la región y
culturas de referencia; d) las persecuciones religiosas o culturales
generalmente asociadas a la causa anterior; e) la desaparición de los
grupos étnicos y comunidades locales conocedores de los usos y
utilidades de las plantas y de sus formas de cultivo y aprovechamiento.
Pero la agrodiversidad ibérica también sufrió paralelamente una
notable pérdida con la marginación o incluso olvido total de muchos
cultivos. Si se compara la agricultura de la España meridional de los
Reyes Católicos con la oficial castellana de Alonso de Herrera (siglo
XVI), con la de los Austrias (Gregorio de los Ríos), o con la de la
Ilustración y Decadencia del Imperio (Lagasca, Rojas Clemente, Claudio y
Esteban Boutelou, Arias y Costa), y primera mitad del siglo XX (Dantin
Cereceda), se constata la evidente pérdida de un elevado número de
cultivos. Muchas de estas especies se refugiaron en forma silvestre como
malas hierbas en cunetas y lindes de cultivo. Otras desaparecieron por
completo de la flora agrícola española. Y en ciertos casos, cruzaron
el Atlántico y fueron aceptadas, incluso triunfaron, como integrantes
de las agriculturas del Nuevo Continente, conservándose hasta la
actualidad, incorporadas a su patrimonio etnobotánico, agrícola y
alimentario. Por eso los huertos mayas son hoy día un interesante núcleo
de conservación in situ de parte de nuestras NUS, especialmente de
ciertos frutales subtropicales como es el caso de los cítricos. Y por
eso en las formas de alimentación de países como Argentina se conserva
el consumo de hierbas amargas como la rúcula y la radicheta. Por eso hay
todavía oportunidad de recuperar el germoplasma de esas NUS e incluso
de sus asociadas tradiciones alimentarias.
Las NUS como herramientas para la innovación de la agrodiversidad en la agricultura española. Algunos ejemplos
Aceptada la transferencia incompleta de germoplasma desde otros
rincones de la agricultura mundial y la lección que nuestra propia
historia agrícola puede darnos, haremos una síntesis de las ideas
citadas anteriormente y sugeriremos algunos nuevos componentes para la
agrodiversidad de los territorios españoles.
Hortícolas
Tal vez sea éste el grupo de mayor número de NUS, con especial origen
en la marginación. Se trata en su mayoría de especies consumidas como
verdura cocida, rehogada o en fresco en forma de ensaladas, con cierto
toque de amargor. Algunas gastronomías actuales en Europa (y también en
América por exportación del cultivo y tradición de consumo) las
incorporan aún de forma preferente como guarnición de carnes. También
hay algunas muy aromatizantes, difícilmente separables de su
cualificación como especias o aromáticas. Entre ellas están las
Amarantáceas: Amaranthus tricolor (= A. gangeticus, bledos); las Apiáceas: Foeniculum vulgare (hinojo), Pastinaca sativa (chirivía), Smyrnium olusatrum (apio caballar u olosatro) y Chrytmum maritimum (hinojo marino); Borragináceas como Borrago officinalis (borraja), Simphytum officinale (consuelda mayor); numerosas Brasicáceas como Eruca vesicaria subsp. sativa (nuestra tradicional oruga, ahora llamada rúcula por influencia italiana), Nasturtium officinale (berro, que todavía se consume en potaje en Canarias como plato tradicional), Lepidium sativum (mastuerzo) y un sinfín de otros mastuerzos y jaramagos silvestres como Bunias erucago, Barbarea verna, Cochlearia officinalis, Cardamine vulgaris, C. pratensis, Lepidium campestre, Rapistrum rugosum, Capsella spp., Crambe spp.,
así como diversas mostazas y rábanos picantes, más saborizantes y
especias que hortícolas en sentido estricto, entre las que se encuentran
no sólo las tradicionales Sinapis alba (mostaza blanca) y Brassica nigra (mostaza negra), silvestres en nuestros paisajes arvenses, sino también algunas más selectas como Armoracia rusticana (rábano picante) y la oriental Wasabia japonica (el wasabi), hoy muy popular por su uso como condimento del sushi; Cariofiláceas como Silene inflata (collejas); Campanuláceas (Campanula rapunculus); Poligonáceas: Rumex acetosa (acedera) y otras especies del mismo género; Portulacáceas, como la muy exquisita verdolaga (Portulaca oleracea); y entre las Quenopodiáceas: Atriplex hortensis (armuelle), cenizos como el vulgar Chenopodium album o el endemismos ibérico, Chenopodium bonus-henricus y
diversas barrillas y hierba-saladas de los géneros Salsola y
Salicornia, interesantes por su extrema adaptación a los suelos salinos.
Hemos dejado para el final el caso especial de las Asteráceas entre las que hay especies como el diente de león (Taraxacum officinale), las achicorias (radichetas en Argentina, Cichorium intybus) o los salsifíes (Tragopogon porrifolius, Scorzonera hispanica).
Merece especialmente destacar el caso de los llamados “cardos”,
espinosas muy bien representadas en la flora silvestre ibérica, y de los
que al menos 25 son objeto de uso alimentario, en su mayor parte a
través de la colecta de poblaciones silvestres; entre ellas Arctium minus (lampazo), Silybum marianum (sílibo o cardo mariano), Scolymus maculatus (tagarninas), Scolymus hispanicus (cardillos), algunas especies de Onopordum y por supuesto los “cardos”en sentido popular (C. carduncullus), las alcachofas (C. scolymus) y el cártamo (Carthamus tinctorius)
que siguen siendo objeto de cultivo extensivo. Estos últimos, los
cardos, presentan además de sus propiedades alimentarias, virtudes
medicinales como las de ser hipocolesterolemiantes, hipoglucemiantes,
diuréticos, antirreumáticas, hepatoprotectores y antioxidantes, y gozan
además de buena reputación entre los cocineros por prepararse de
formas tradicionales, a veces ciertamente exquisitas, como las
tagarninas “esparragás” o los corazones de alcachofa hervidos en leche.
La lista de cardos utilizables como alimento podría ser mucho más
amplia: Carduus benedictus, Carthamus coerulescens, C. arborescens, Arctium lappa, Reichardia picrioides, Calendula officinalis, Hyoseris radicata, etc.
Deberíamos también mencionar entre las hortícolas de fruto muchas
especies de zapallos americanos casi desconocidas en la agricultura
española (género Cucurbita) más allá de C. pepo y C. ficifolia (calabazas y calabacines). Entre ellas C. moschata, C. máxima o C. argirosperma.
En la misma familia de las Cucurbitáceas también podemos recuperar
los antiguos cohombros cultivados en la Hispania romana (el alficoz, o
melón amargo primitivo, Cucumis flexuosus, consumido como pepino antes de la llegada de Cucumis sativus): otro melón amargo muy conocido en Oriente es Momordica charanthia. Al género Sechium, de la misma familia, pertenece un excelente zapallo , el chayote, Sechium edule, poco conocido y la también especie americana y completamente ignorada, Sechium tataco, como también lo es Cyclanthera pedata, muy consumida sin embargo en Centroamérica.
Finalmente, no podemos dejar de citar las posibilidades de
incorporación de especies de raíz y tubérculo desde la flora andina: Arracachia xanthorriza (la arracacha), la muy famosa maca por sus propiedades sexualmente vigorizantes (Lepidium meyenii), la mashua (Tropaeolum tuberosum), el ulluco (Ullucus tuberosus), la oca (Oxalis tuberosa), el chago (Mirabilis expansa), o el yacón (Polimnia sonchifolia), entre otros muchos.
Leguminosas
Incluiremos aquí diversas leguminosas de grano utilizadas en alimentación humana, animal o mixta como: Lathyrus sativus (almorta, guijo, tito), Lathyrus cicera (titarro, chícharo, galgana), Vicia ervilia (yeros, alcarceña, ervilla, lenteja bastarda), Vicia monanthos (garroba, algarroba), Vicia narbonensis (alverjón), Vigna sinensis (habichuela, caupí). De la alholva o foeno-greco (Trigonella foeno-graecum) hablaremos más adelante con ocasión de las especias.
Acabamos de mencionar las antiguas habichuelas cultivadas desde la
antigüedad en la Península mucho antes que se conocieran los frijoles
americanos (Phaseolus spp., principalmente P. vulgaris). Corresponden principalmente a la especie Vigna unguiculata o tal vez a Dolichos lablab,
ambas Faseoleas del Viejo Mundo conocidas desde muchos siglos en el
Occidente mediterráneo, pero especialmente cultivadas en el período
hispanoárabe. Como ejemplo de la marginación que estas leguminosas han
sufrido a consecuencia de la introducción de los frijoles americanos
(judías, alubias o habichuelas), podemos recordar cómo en el texto de
Ibn al-Awamm, se cultivaban en Al-Andalus al menos doce “especies” según
el autor (cultivares), que denomina con nombres como ‘marfilada’,
‘adivina’, ‘jacintina’, ‘dura’ o ‘bermeja’, ‘de picaza’, ‘alfahareña’,
‘romana’, ‘etiópica’, ‘blanca’... Esta biodiversidad genética corría
pareja con una alta variedad en sus formas de consumo: en verde (las
vainas, aderezadas con aceite y vinagre), en sopas junto a pescados
salados, cocidas las semillas con agua, trasformadas en harina,
preparando luego purés que se servían como guarnición de otros platos,
sazonados además con especias. No hay que olvidar que actualmente en el
comercio de productos dietéticos y en la elaboración de diversas
recetas orientales, se encuentran junto a la soja (Glycine mas) y a la antigua habichuela o poroto africano (V.unguiculata = V. sinensis) otras especies del mismo género y de procedencia asiática tales como Vigna mungo (mung) y V. angularis (aduki) que podemos considerar todavía como NUS en nuestra agricultura.
También se debería incluir en este grupo una buena parte del
germoplasma de otras leguminosas de grano, mejor conocidas en la
alimentación humana y abundantemente cultivadas en la actualidad, pero
cuya variabilidad infraespecífica, a nivel de cultivares locales o
tradicionales, se ha visto notablemente mermada durante los últimos
siglos, como es el caso de muchas variedades de Cicer arietinum (garbanzo), Pisum sativum (guisante), Vicia faba (haba) y Lens esculenta (lenteja). En el mismísimo género americano Phaseolus, la Península Ibérica es centro secundario de diversidad pero sólo de P. vulgaris. Otras especies del mismo género son ignoradas.
Cereales y otros granos
Podemos mencionar la marginación de mijos y panizos, esto es de especies como Panicum miliaceum, Setaria italica y Pennisetum glaucum. Otras especies de interés de este mismo grupo de cereales son Eragrostis tef (el teff), Eleusine coracana y Digitaria exilis (el
fonio) todos ellos de elevado interés por sus valores nutricionales,
adaptación a climas áridos o incluso en algunos casos – como en el del
teff - por su bajo contenido en gluten, lo que les convierte en
alimento adecuado para celíacos.
También algunos trigos como las escañas (Triticum spelta, T. dicoccum) y en menor medida los sorgos (Sorghum spp.) y avenas pueden considerarse como NUS, así como otros cereales mucho aún más olvidados como es el alpiste (Phalaris canariensis.)
Un caso muy especial lo constituyen los mal llamados pseudocereales,
esto es aquellas especies de grano que no pertenecen a la familia de
las Gramíneas o Poáceas sino a otras como Quenopodiáceas, Amarantáceas y
Poligonáceas, y que presentan un elevado valor dietético, nutricional o
medicinal por su alto contenido en proteínas y bajo índice
glucémico, muchas de ellas de origen americano como la quinoa
(Chenopodium quinoa), la cañihua (Chenopodium pallidicaule) la kiwicha (Amaranthus caudatus), y los amarantos, alegrías y huatlis (Amaranthus cruentus, Amaranthus hypochondriacus). El asiático trigo sarraceno Fagopyrum esculentum se
ha convertido en una importante fuente de hidratos de carbono libre de
gluten e ideal para la alimentación de celíacos. Y además de ellas, no
hay que olvidar otras que también fueron importantes en la Antigüedad y
ahora reverdecen ante la evidencia de sus propiedades nutricionales o
medicinales. Este es el caso del lino (Linum usitatisssimum), del cáñamo (Cannabis sativa), del sésamo o ajonjolí (Sesamum indicum) y del llantén (Plantago spp.).
Árboles frutales
Con independencia de alguna recuperación local y muy actual, llegaron
casi a desaparecer por completo del cultivo en la Península especies
otrora frecuentemente cultivadas como el alfónsigo o pistacho (Pistacia vera), el azofaifo (Ziziphus lotus), los serbales (Sorbus domestica y S. aria), el azarolo (Crataegus azarolla) y majoletos o espinos albares (C. monogyna), el arrayán o mirto (Myrtus communis), que además de ornamental, cosmético y medicinal fue apreciado frutal, el almez (Celtis australis) y entre los cítricos, Citrus medica (cidro) y especies primitivas como azamboas, limoneros dulces o limas primitivas y bergamotas.
Otros cultivos, que tuvieron en otros tiempos mayor importancia, han
ido mermando progresivamente su presencia hasta llegar a la
marginalidad, como es el caso de la higuera (Ficus carica), de la que se ha perdido parte de su biodiversidad en cultivo, del membrillo (Cydonia oblonga), o del algarrobo (Ceratonia siliqua),
antes muy utilizado como sucedáneo del chocolate y que hoy presenta
interés para la industria farmacéutica por sus propiedades laxantes y
otras virtudes y usos medicinales. Especial atención merecen los
frutales hoy llamados “frutos rojos”, crecientemente valorados por sus
propiedades antioxidantes; entre ellos el granado Punica granatum, el madroño (Arbutus unedo), los groselleros como Ribes nigrum y R. uva-crispa, el moral Morus nigra, las zarzamoras (Rubus rubrum, R.fruticosus), el ya citado mirto (Myrtus communis), las bayas del Goyi (Lycium barbarum), los arándanos (Vaccinium spp.) y endrinos (Prunus spinosa).
Una mención especial merece el caso del granado, del que cada vez se
aprecian más sus virtudes antioxidantes y anticancerígenas, y del que
después de haber vivido una fuerte marginación en el último cuarto del
siglo XX, aparece ahora cada vez con más firmeza en el ámbito de nuestra
fruticultura, pese a lo cual debemos reconocer haber perdido una parte
significada de nuestra antigua diversidad varietal. Otros países
mediterráneos como Turquía nos llevan mucho terreno por delante en el
cultivo y consumo de esta especie. Y ni que decir tiene que quedan
muchas especies de ambiente subtropical por incorporar a nuestra
fruticultura de clima más cálido. Después del aguacate, chriimoyo,
papayo y mango, están por aparecer otros muchos como Spondiax spp., Pouteria spp., Synzigium spp., Eugenia spp., Psidium spp., Annona spp., Cyphomandra betacea, Solanum quitoense,…
Aromáticas,edulcorantes, bebidas estimulantes, perfumeras, tintóreas, colorantes, encurtidoras, fibras y textiles …
Pese a que algunas especias y aromáticas, como el azafrán, han
resistido el paso de los siglos, otras perdieron su importancia y
resultaron desplazadas parcial o totalmente por las americanas
introducidas (Capsicum spp.) o por la intensificación del
mercado internacional de especias. Este es el caso por ejemplo del
mastuerzo y de las ya citadas mostazas. Algunas aromáticas europeas y
mediterráneas son hoy día tal vez mucho más cultivadas o utilizadas en
la cocina latinoamericana que en la española (cilantro y romero, por
ejemplo). Entre las tintóreas se perdió el cultivo de plantas como
hierba pastel (Isatis tinctorea) y gualda (Reseda lutea). Algo similar ocurrió con el zumaque (Rhus coriaria),
especie característica de la cocina turca que triunfa en las cocinas
latinoamericanas y de la que apenas hacemos uso en España pese a que
todavía quedan en el paisaje ibérico frecuentes pinceladas rojas
procedentes de las poblaciones asilvestradas de antiguos cultivos de
zumaque para su uso como encurtidora en la industria y artesanía de la
piel.
Nuestra amapola, Papaver rhoeas es cada vez más usada en pastelería de diseño y la americana chia (Salvia chia)
es una semilla con dos tercios de su contenido en lípidos formados por
ácidos grasos insaturados, sin contenido en gluten y con alto
contenido en fibra y proteínas, que la convierten en un importante
recursos dietético en el control del colesterol, tensión arterial,
regeneración de tejidos y actividad cerebral y otras muchas virtudes.
De Sudamérica también ha llegado ya un importante edulcorante para
diabéticos, Stevia peruviana, que ya se cultiva y comercializa
en España. Y recuperando estamos ahora por sus virtudes dietéticas –
alimento para celíacos - la olvidada alhova (Trigonella foenum-graecum)
y otras muchas aromáticas están en lista de espera para recuperar
prestigios perdidos en nuestra cocina tales como el cilantro (Coriandrum sativum) o el ruibarbo (Rheum palmatum).
Entre las especies estimulantes y psicotrópicas para su consumo en
infusión y/o bebidas alcohólicas también existen muchas ideas a
ensayar: el té (Thea sinensis) o mejor aún la hierba mate (Ilex paraguaiensis), consumida por millones de personas en Sudamérica y ya también en algunos países mediterráneos. En el género Artemisia tenemos especies endémicas en peligro de extinción por su consumo silvestre (A. granatensis) y otras que fueron tradicionales y hoy están marginadas por sus efectos supuestamente nocivos (la absenta o ajenjo, A. absinthium).
Un breve párrafo merece el caso de Aloe vera y el de otras especies del mismo género (A. saponaria, A. ferox,..)
que irrumpieron hace más de 3000 años en el campo de la medicina y
ahora alcanzan el de la alimentación precisamente de nuevo por sus
virtudes dietéticas. El acíbar o aloe que llegó a caracterizar los
paisajes agrícolas axarqueños (Málaga) en el reino nazarí, reaparece
ahora en el marco de nuestra agricultura en áreas libres de grandes
fríos. Y puesto que hemos citado de soslayo el mundo de la cosmética ý
perfumería advertimos de las muchas posibilidades que ofrece, así como
el de las artesanías de los tintes naturales o el de las fibras
vegetales. Imposible es, tratar en pocas páginas este horizonte como
también lo es el de la enorme capacidad de incremento de la
agrodiversidad en la producción de ornamentales y plantas de vivero para
jardinería. No puede el lector aspirar a una visión completa de los
miles de especies nuevas que podrían incorporarse a nuestra agricultura.
Si diversificar fue siempre una acertada estrategia para cualquier
iniciativa empresarial, en el campo de la agricultura, en este momento,
diversificar, es una imperiosa necesidad.
Dificultades
previsibles en el proceso de transferencia: El marco internacional en
la transferencia de germoplasma y conocimientos
Las perspectivas de recuperar algunas o muchas de las citadas NUS en
páginas anteriores o bien de otras que hayamos podido ignorar en este
corto espacio, presentan no solo las dificultades inherentes de
cualquier reconversión agrícola y el requerimiento de una demanda y
mercado asegurado para los nuevos cultivos y productos sino, mucho
antes, evitar las limitaciones que presenta el actual marco
internacional de acceso al germoplasma como resultado de la aplicación e
los criterios del Convenio Internacional para la Conservación y el Uso
sostenible de la Biodiversidad (CBD), de sus normas en materia de
Acceso y Distribución de Beneficios y más en concreto de la aplicación
del Protocolo de Nagoya. El material de partida, semillas, bulbos,
rizomas o cualquier otro material de propagación requiere del acuerdo
previo (ATM) e incluso contrato de acceso, entre el agente demandante y
el país de origen. Estamos hablando de innovar, y por lo tanto la
mayor parte de esas posibles NUS van a estar fuera de los anexos del
Tratado Internacional para los Recursos Fitogenéticos de FAO, lo que
dificultará aun más el camino en el caso de materiales de propagación
que deban ser importados de otros países. Se requiere de la
colaboración de la administración del Estado en la facilitación de esos
acuerdos, en el marco de la cooperación internacional.
No obstante, no en todos los casos encontraremos en este camino las
restricciones del Protocolo de Nagoya. Precisamente en la mayor parte de
ellos, se tratará de especies olvidadas o marginadas de nuestra propia
flora o de nuestro propio patrimonio fitogenético que podremos
recuperar de forma endógena a partir de nuestros bancos de germoplasma,
agricultura tradicional y prospección etnobotánica, todo ello con la
ayuda de esa documentación histórica que no nos cansaremos nunca en
reivindicar como valiosa plataforma para la innovación.
En otros casos y como hemos indicado más arriba, al haberse podido
conservar nuestras antiguas variedades y cultivos en el contexto
agrícola de otros países, también tendremos que recurrir a los acuerdos
de transferencia, pero probablemente podremos hacerlo, si esto se
plantea de forma lógica e inteligente, en el marco de una cooperación
biunívoca que beneficie tanto a los intereses de la agricultura española
como a los del país de procedencia. Y de nuevo será necesaria una
política clara y decidida de la administración, estableciendo objetivos
estratégicos y facilitando este tipo de acuerdos. Determinados países
de Latinoamérica, del Norte de África y Mediterráneo deberían ocupar
ese espacio de prioridad.
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