El río Ter es el más largo (205 kilómetros) de los que nacen y mueren
en Cataluña. Desde su origen hasta su final, sus aguas son explotadas
por: la estación de esquí Vallter 2000
para fabricar nieve; 98 minicentrales entre Setcases (Ripollès) y
Manlleu (Osona), en un tramo de 131 kilómetros, y por el trasvase del
río a la altura de El Pasteral para abastecer de agua potable al Área
Metropolitana de Barcelona. Una sobreexplotación que difícilmente puede
soportar las aguas del río.
Sus peligros son el poco caudal y el deterioro de la calidad del río a
causa de los purines en el tramo que discurre por Osona. Los efectos de
la falta de agua y la contaminación los padecen, entre otros, el pez
espinoso, la babosa de río y los pájaros acuáticos, que, en un caudal
tan escaso, no tienen dónde pescar.
Como explica Narcís Prat, catedrático del Departamento de Ecología de
la universidad de Barcelona (UB), las minicentrales se han convertido
en el problema “central” de la parte alta del Ter, porque en ocasiones
no retornan al río toda el agua que sacan de él para fabricar
electricidad. El Grupo de Defensa del Ter (GDT)
también insiste en que la excesiva explotación eléctrica en un tramo
tan comprimido, “a duras penas garantiza el caudal mínimo”.
Jesús Soler, expresidente del GDT, precisa que “el río transcurre
casi seco a causa de una explotación que solo genera como máximo el 2%
de la energía que consume el conjunto de la población catalana”. Por
ello, considera que el precio a pagar por mantener esta explotación es
“demasiado elevado”.
Para María Isabel Muñoz, miembro del Instituto del Agua de la UB, la
importancia de mantener un caudal mínimo radica en “garantizar la
funcionalidad del río, que, como sistema, se encarga de depurar los
residuos y mantiene la biodiversidad que habita en él y que se convierte
en un indicador de su calidad biológica”.
La Agencia Catalana del Agua (ACA)
es el organismo de la Generalitat que se encarga del control y calidad
de las aguas interiores y del abastecimiento a la población. En 2010, el
organismo desarrolló un plan para garantizar los caudales ecológicos de
las cuencas catalanas. Antoni Munné, técnico medioambiental de la
entidad, admite que “en la situación de consumo actual de las
minicentrales, el ecosistema del Ter no mejora y en la zona”, resalta,
“hay una reserva genética de truchas”.
Pero, además de un problema ecológico, hay otro legal: las
concesiones de explotación a particulares vienen de principios del siglo
XX y se renovaron en 1986 por 75 años; es decir, no caducan hasta 2061.
En 1986, señala Munné, “no se contemplaba el aspecto ecológico del río y
en algunos casos la concesión que se efectuó fue de cuatro veces su
caudal”.
Antes de iniciar un proceso judicial para cambiar las condiciones de
las concesiones, el ACA intenta dialogar con los propietarios de las
minicentrales y presentar propuestas para que reduzcan la captación
entre el 10 y el 15%, o que adapten su explotación a la estacionalidad.
Y, aunque Antoni Munné admite que “la predisposición de los dueños ha
mejorado”, la realidad es que “no quieren bajar producción y dejar de
ganar”.
Jesús Soler, en cambio, opina que la expropiación con indemnización
es una buena vía. Sugiere que “los propietarios cambien las turbinas de
las centrales por otras que necesiten menos agua para generar la misma
electricidad”.
La calidad química del río es el otro problema del Ter. Gabriel
Borrás, exdirector de Planificación del ACA, señala que “la puesta en
marcha del plan de saneamiento a principios de los 90, ha supuesto un
vuelco importante en cuanto a calidad del agua”. Aún así, hay zonas del
río Ter y masas de agua subterránea en Osona que están en mal estado por
la presencia de nitratos procedentes del impacto de los residuos que
genera la industria porcina. Solo en la comarca de Osona hay
aproximadamente un millón de cerdos.
Los purines se filtran al subsuelo contaminando, además del Ter,
acuíferos y pozos y dejándolos inservibles. Munné explica que el proceso
emprendido para combatir el problema pasa por “declarar las zonas
vulnerables y reducir el porcentaje de purines y fertilizantes
agrícolas. Una posible solución sería utilizar estos residuos para
producir biogas. Por ahora “estamos estables dentro la gravedad”,
diagnostica Munné. En cambio, Soler, del GDT, estima que la única
solución al problema del Ter en Osona es “racionalizar el número de
cabezas de ganado en un territorio limitado”.
El tercer problema que afecta al Ter es el trasvase de sus aguas
hacia el Área Metropolitana de Barcelona a la altura de El Pasteral. Pau
Masramon, representante del Observatorio del Ter, explica que desde los
pantanos de Sau, Susqueda y Pasteral, “se desvía el 76% del caudal
anual para suministrar a la capital catalana y a su periferia. Así estos
pantanos se convierten en los depósitos de Barcelona”. Mientras que
Gabriel Borrás asegura que la media anual del trasvase es del 45%.
A la altura de la ciudad de Girona, hay una estación de medición que
certifica el caudal ecológico, fijado en un mínimo de 3.000 litros por
segundo. La estación lleva más de un año estropeada, según el
Observatorio del Ter. La ACA asegura que la instalación está en “proceso
de reparación y en todo momento se garantiza la cantidad mínima”.
Masramon replica que “los mínimos de caudal son los que salen de El
Pasteral, no los que pasan por el tramo bajo del río”.
Como las concesiones de las minicentrales, el trasvase del Ter es
antiguo, de principios de los años 60. Masramon es consciente de que
llegan tarde para reclamar una buena praxis y buscar alternativas al
suministro del área de Barcelona.
Borrás, el exdirectivo del ACA, sostiene que en el plan de gestión
del agua se contempla reducir el 21% el suministro de agua de boca a
Barcelona Las alternativas pasan por reutilizar el agua de los riegos y
la industria, extender el ahorro del núcleo de Barcelona a la periferia,
la desalinización o la recuperación de acuíferos. Borrás concluye: “El
agua del Ter es actualmente la más barata de obtener y estos otros
recursos encarecerían el precio del agua”.
Una presa sin agua
La presa de Colomers (Baix Empordà), un embalse del río Ter que se
extiende por los municipios de Colomers y Foixà, actualmente está
soprendentemente destinada al cicloturismo.
La última reforma se llevó a cabo en 1963. El objetivo de las obras
era regar la llanura derecha del Ter y poder regular la desviación del
agua hacia el canal de riego de Molí. El embalse tiene 103 metros de
anchura, 18 metros de altura y 1 hectómetro cúbico de capacidad. Consta
de cinco compuertas centrales grandes y dos laterales. Las obras
acabaron en 1970 y desde entonces aún no se ha utilizado. Tras años en
desuso, recientemente se han adecuado las instalaciones de la presa para
permitir el paso de cicloturistas con la intención de hacer rentables
las instalaciones y fomentar el turismo rural. Este proyecto ha sido
cofinanciado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional.
Pese a no haber sido utilizado nunca como pantano, tradicionalmente
ha sido una zona que ha sufrido fuertes modificaciones. Durante la Edad
Media, a la altura de Colomers, el Ter se dividía en dos brazos. Uno se
dirigía al golfo de Roses y desembocaba entre la Escala y Empúries. El
otro tramo descargaba cerca de L'Estartit, más al norte de la actual
desembocadura, cuyo desvío se efectuó en 1790. Este último brazo del río
Ter era navegable con embarcación ligera hasta Torroella de Montgrí.
Después, debido a la explotación con fines agrarios, la pérdida de
caudal hizo que se formaran aluviones que impiden cualquier tipo de
navegación.
Ya en el siglo XIII las aguas del Ter en la zona tuvieron un destino
agrícola e industrial con la construcción de una esclusa en Colomers
para regar los campos y desviar una parte del agua para su uso como
fuerza en los molinos harineros.
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