Como veremos
—principalmente a través de los textos fundacionales de los partidos
verdes alemán, español y francés y de Los Verdes mundiales y europeos—,
los partidos verdes comparten o ponen de relieve diferentes
características
ECOticias.
Tras el intenso debate de ideas surgido de los años sesenta y la crítica antiproductivista de la sociedad industrial,
la emergencia de una conciencia colectiva y una ideología ecologistas
—es decir, unos valores, unos referentes y una utopía compartidos—
permite dar cabida a la opción verde organizada en el espacio político.
Así, durante los años setenta, junto con el nacimiento de
organizaciones ecologistas en el seno del movimiento social como Amigos
de la Tierra (1969) o Greenpeace (1971), vislumbramos una ebullición
activista en torno a la construcción de «la única familia política internacional aparecida desde la segunda guerra mundial» (Los Verdes mundiales, 1992).
Como veremos —principalmente a través de los textos fundacionales de
los partidos verdes alemán, español y francés y de Los Verdes
mundiales y europeos—, los partidos verdes comparten o ponen de relieve
diferentes características, entre otras la de ser los principales
herederos de los valores de 1968, su gran heterogeneidad en cuanto a
sus orígenes, el sentimiento de desempeñar un papel histórico a favor
de la supervivencia de la especie humana y unas grandes líneas
programáticas semejantes. Sobre todo, en sus principios comparten una
descomunal desconfianza hacia los llamados partidos políticos tradicionales
y las instituciones en general, así como el sentimiento de hacer
política de manera diferente (apoyándose en lemas como el «Sonstige
politische Vereinigung» en Alemania, «La politique autrement» en Francia
o más recientemente «votantes en busca de partido»
de Equo en España). Esta ambigüedad respecto al formato de partido
conocerá una seria evolución y reevaluación con la articulación global
del movimiento verde, su llegada al poder y su consiguiente paulatina institucionalización. Implica hoy en día fuertes contradicciones
en el seno del espacio verde y una interrogación legítima y necesaria
sobre la capacidad de los partidos verdes de mantener vivas sus ansias de reformismo radical.
Los primeros partidos verdes: entre la radicalidad y la renovación
Se considera que el primer partido que promueve en el mundo una renovación social vinculada al respeto a la naturaleza es el Values Party de Nueva Zelanda, constituido en 1972 (2). Dos años después, René Dumont,
ingeniero agrónomo y considerado el padre de la ecología política en
Francia, se presenta a las elecciones presidenciales francesas apoyado
por varias personalidades y asociaciones ecologistas, como Les Amis de la Terre.
Proveniente del sector «tercer-mundista» y medioambientalista, su
candidatura muestra una fuerte interpenetración inicial entre el
movimiento social y asociativo ecologista y su incipiente traducción
política a través de estructuras electorales puntuales y
«biodegradables». Aprovechando el auge de la televisión y de los medios
de masas, René Dumont se presenta como un «candidato limpio» y «pobre» y
no duda en escenificar la escasez del agua y de los alimentos bebiendo
un vaso de agua y comiendo una manzana en directo (3). Aunque cosecha
un tímido resultado, marca un hito simbólico en la construcción política de lo verde abriendo puertas a una estructuración mayor y permanente de la ecología en la política.
En 1980, en Karlsruhe (Alemania), se funda Die Grünen,
el partido verde alemán, convertido desde entonces en el partido verde
madre, no por su antigüedad sino por haber sido uno de los principales
motores políticos e ideológicos del ecologismo en Europa y el mundo
(4). Nacidos del caos (5) —aplicando así la teoría schumpeteriana de la
destrucción creativa—, Die Grünen, suma heterogénea de
ecologistas radicales (Fundis), ecosocialistas, ecologistas reformistas
(Realos) y ecofeministas (Riechmann, 1994: 189-211), se presentan como
el anti-parteien-partei (el partido antipartido) y la
alternativa ecopacifista a los partidos tradicionales. Convencidos de
su papel histórico para luchar en contra del «no respeto de los
derechos humanos, el hambre y la pobreza en el Tercer Mundo […], la
crisis climática y la confrontación militar» se presentan como el
«cambio fundamental» tanto dentro como fuera de las instituciones
políticas:
Los Verdes sabemos que esta movilización por parte de las
fuerzas ecologistas y democráticas a nivel parlamentario y
extraparlamentario, que debería haberse llevado a cabo hace tiempo, es
totalmente necesaria. (Verabschiedete Satzungspräambel, 1980)
Por su parte, Les Verts franceses van aún más allá en la necesidad
de competir por la hegemonía sociopolítica. En sus textos fundacionales
establecen como objetivo no sólo la conquista democrática del poder político sino también del económico frente a los «dos imperialismos dominantes» capitalista y socialista:
No podemos escapar, nos guste o no, a la conquista del poder, no
sólo político sino, sobre todo, y será aún más difícil, del poder
económico. Tendremos que arrancar a los que los poseen, sociedades
capitalistas, Estados capitalistas o Estados «socialistas», no sólo los
mandos políticos, sino sobre todo los medios de producción y de
intercambio. (Textes fondateurs des Verts, 1984)
En España, la creación del partido verde sigue el mismo discurso que
sus homólogos europeos, ya que el impulso viene directamente de la
mano de una de las principales dirigentes de Los Verdes alemanes, Petra Kelly,
que en los años siguientes se convierte en el icono del movimiento
verde español (huérfano desde entonces de figuras locales). El 29 de
mayo de 1983 y aprovechando su visita, dieciséis activistas ecologistas (6) firman el Manifiesto de Tenerife,
donde, a pesar de mostrar un cierto recelo hacia las instituciones,
plantean la fundación de un partido político como algo imprescindible:
Aunque somos plenamente conscientes de que los canales
institucionales suponen un riesgo objetivo de ahogar el movimiento
social, consideramos indispensable la existencia de una formación
política comprometida con nuestra concepción global de la vida y de las
relaciones del hombre con su entorno. (Manifiesto de Tenerife, 1983,
punto III)
La creación de partidos políticos verdes corresponde pues a la
necesidad de los y las militantes ecologistas, quienes, al haber
perdido la confianza en los partidos productivistas clásicos tanto de
izquierdas como de derechas, quieren contar con un movimiento que
autogestionen y que los represente en la teoría y en la praxis. Frente a
las prácticas políticas vigentes, los primeros partidos verdes
muestran posturas muy críticas heredadas de la contracultura de 1968 y acompañadas de un compromiso radical con la democracia participativa. Tanto en España como en el resto de Europa, se construye la idea de un partido verde a partir de un rechazo a las organizaciones jerárquicas, verticales y machistas.
Bajo la influencia de los movimientos medioambientalistas, feministas,
regionalistas y libertarios y con la aportación de las corrientes
marxistas renovadoras, se intenta construir la opción verde desde la perspectiva de la horizontalidad, la igualdad de género y la participación activa de sus integrantes.
Asimismo, en opinión de Die Grünen, el cambio no sólo debe
hacerse desde el punto de vista de la ecología sino también desde el de
la «democracia de base, la no violencia y la autodeterminación de los
seres humanos» (1980). En cuanto a Los Verdes españoles y sin que hoy
cambiara mucha la formulación, exponen en su manifiesto fundacional que
«los partidos políticos actualmente existentes en nuestro país no
cubren la necesidad de dar respuesta a las aspiraciones de nuestro
pueblo por conseguir cotas crecientes de calidad de vida y de disfrute
adecuado de los recursos naturales». Por lo tanto, se hace
imprescindible estar «en todas cuantas instancias consultivas,
deliberantes y decisorias intervienen en el campo del Medio Ambiente»,
sin olvidar nunca «el ejercicio irrenunciable de la presión social». En
otras palabras: una organización bípeda con un pie en los movimientos sociales y otro pie en las instituciones.
Como es el caso para Die Grünen y como constante para la
mayoría de los ecologistas en política, esta aplicación concreta del
concepto de reformismo radical conduce a una relación ambigua con el sistema político vigente
y su herramienta central, el partido político. A la vez que se critica a
este último por su inadecuación a los nuevos retos socioecológicos y
por sus prácticas internas, aparece como una necesidad, un mal menor
para tomar las riendas del cambio. Pehr Garton explica que la mayoría de
los partidos verdes en el mundo, a pesar de una insatisfacción
profunda con la democracia representativa, aceptan las reglas de juego
de la democracia parlamentaria (véase el posible margen de actuación
dentro del sistema). Sin embargo, se aceptan a menudo estas reglas de
forma transitoria, oscilando entre propuestas de reformas de lo
existente y medidas de desobediencia civil, siempre teniendo como telón de fondo la democracia participativa y directa, señalada por Garton como uno de los catorce principios básicos de un partido verde (2008: 111).
La ‘glocalización’ verde
Tras esta primera fase marcada por una voluntad mezclada de radicalidad y renovación, el movimiento verde intenta dar pasos de organización a escala global.
En vísperas de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Medio
Ambiente y el Desarrollo de 1992 tiene lugar el primer encuentro mundial
verde. Denunciando «una situación global de emergencia» y pidiendo «un
nuevo modelo de desarrollo», los representantes de los partidos verdes
recuerdan que ha llegado la hora de ir «más allá del “pensar global,
actuar local”» y que también es necesario «actuar globalmente». Se
comprometen así a «dar ímpetu a la ecología política y a la política
verde tanto en el Norte como en el Sur». Aunque la declaración de 1992
da a entender que la ecología política tiene que desempeñar un papel
histórico, la estructuración del movimiento verde mundial está todavía
en pañales teóricos y prácticos. Además de una débil presencia de los
países del Sur —incluso recordando que la ecología no es un «lujo del
Norte»—, este primer encuentro tiene más bien un carácter coyuntural y
de alcance parcial. Aprovechando el impulso y la proyección política de
la Cumbre de la Tierra, se orienta más bien a la crítica de políticas
concretas y todavía peca por su poca capacidad de aportar una visión
global.
El primer congreso de Los Verdes mundiales en Australia en el año
2001 trata de remediar esta situación y profundizar en la globalidad de
lo verde. Tras definirse en la Carta de Camberra —hoy
referencia para el ámbito político ecologista— como «la red
internacional de los partidos y movimientos políticos verdes», Los Verdes mundiales afirman el carácter transformador de la ecología política
a través de la «necesidad de cambios fundamentales en las actitudes de
la gente, en sus valores y sus formas de producir y vivir». Además, al
no coincidir con ningún acto de la agenda política como en 1992,
refuerzan el carácter permanente y holístico de la lucha ecologista y
proponen principios estructurales e ideológicos que se fundamentan en la
sabiduría ecológica, la justicia social, la democracia participativa,
la no violencia, la sostenibilidad y el respeto de la diversidad. En
2008 en Sao Paulo (Brasil) y luego en 2012 en Dakar (Senegal), los
segundo y tercero congresos de Los Verdes mundiales intentan dar un paso
más en la concreción de aspectos políticos y organizativos (7) al
apostar por una estructura capaz de asegurar no sólo su presencia común
en actos mundiales (como las cumbres de la ONU, de la Organización
Mundial de Comercio, etc.) sino también su capacidad de hablar con una
sola voz en dichos acontecimientos. De este modo se trata de reforzar la unidad ecologista y su capacidad de influencia de lo local en lo global,
así como de vincular mejor el trabajo de base de los grupos ecologistas
con la creciente presencia de miembros de los verdes en cargos de
responsabilidad políticos.
A pesar de este empujón y de la extensión del movimiento verde en
nuevas zonas de influencia como Asia o África —donde existe una fuerte
competencia entre movimientos más o menos serios por apadrinar la marca
verde—, cabe constatar que el desarrollo de la opción verde fuera de
sus focos de mayor crecimiento —incluso en Norteamérica, pionera en las
luchas y reflexiones ecologistas en los años sesenta— sigue
estructuralmente débil (8). Sin embargo, visto el amplio espectro de
situaciones del panorama verde tanto en el Norte como en el Sur, es
complicado concluir, en la línea de la tesis postmaterialista de Ronald
Inglehart (1991), que la preocupación por el medio ambiente se vincula
o aumenta con un nivel de bienestar material consolidado. Las
afinidades entre ciertos movimientos ecofeministas y ambientalistas en
el Sur con el proyecto político verde (véase por ejemplo el Green Belt
Movement y Wangari Maathai en Kenia) muestran que el «ecologismo de los
pobres» (Martínez Alier, 2005) puede a veces corresponder a la
construcción de un espacio en torno a la ecología política. Por otro
lado, como muchos actores de conflictos ecológicos en el Sur parecen
reticentes a llamarse ambientalistas o ecologistas (y dado el
descrédito de algunos partidos autoproclamados verdes), existe una
dificultad real a la hora de vincular movimientos de base con clara
orientación ecologista con la ideología verde y su traducción en
política. Ahora sí, el paraguas de una organización mundial, impulsada
por núcleos bien consolidados como Europa u Oceanía, da pie a una
dinámica centrípeta que convierte lo verde en un punto focal de
atracción y de interés tanto para movimientos ambientalistas deseosos
de dar un paso más en su lucha como para otros más oportunistas en
busca de una franquicia o de una reconversión política.
En Europa la organización y estructuración de la ecología en
política ha llegado a un refinamiento mucho mayor que en el resto del
mundo. Sustentándose en partidos con fuerte implantación en sus países
respectivos (como en Alemania, Bélgica, Francia, Finlandia, Luxemburgo,
Países Bajos, Suecia, Suiza, etc.), el movimiento verde ha sido la primera fuerza capaz de poner en marcha el primer partido de ámbito europeo: European Greens
(Partido Verde europeo). (9) Haciendo suyos así el carácter
transnacional —por tanto fuertemente europeísta— y las enseñanzas de la
ecología política, y gracias a un fuerte sentimiento de pertenencia
común, el Partido Verde europeo afirma su especificidad y establece sus
fundamentos:
Los Verdes europeos hemos venido juntos con el fin de conformar
nuestra propia familia política. Luchamos por una Europa libre,
democrática y social en un mundo pacífico, justo y ecológicamente
sostenible. Defendemos valores como la justicia, los derechos humanos y
civiles, la sostenibilidad y el derecho de cada individuo a llevar sin
miedo su propia vida. (The Charter of the European Greens, 2004)
De la misma manera, el ámbito juvenil verde sigue a grandes rasgos
las pautas de desarrollo del movimiento verde. Por un lado, no parece
sorprendente que la mayor implantación de organizaciones juveniles
vinculadas de forma orgánica o no a un partido verde se encuentre en los
países donde mayor implantación de la opción verde en política
encontramos (Alemania, Finlandia, Suecia, etc.). Por otro lado, la
fuerte capacidad de agrupación y organización en el ámbito europeo a
través de la Federación de Jóvenes Verdes europeos —integrada en el 2008
por unas treinta organizaciones juveniles u ONG ecologistas—(10)
contrasta con la dificultad de organización a escala continental en
Latinoamérica, Asia o África. A pesar de esta debilidad estructural en
estas regiones, la juventud verde también dio un paso hacia la
«globalización» de su compromiso en vísperas del séptimo Foro Social Mundial en Nairobi
en el 2007 con la creación de Global Young Greens, autodefinida como
«una red mundial de jóvenes activistas y organizaciones juveniles
verdes». Es la misma dinámica que obra en los países de Europa del Este y
del Cáucaso, donde el impulso ideológico y el esfuerzo organizativo ya
no vienen sólo del motor alemán sino también y cada vez más
directamente del Partido Verde europeo, lo que podríamos asemejar por
su influencia a la nueva organización madre verde. (11)
Los Verdes ante el reto del poder: ¿historia de una desilusión o germen del cambio?
En paralelo a su glocalización, la ecología política se adentra en
los arcanos del poder, donde pone —y sigue poniendo al igual que otros
partidos transformadores— a prueba sus planteamientos teóricos y prácticos.
De hecho, muchos partidos verdes han llegado a cuotas de poder bastante
importantes primero a nivel local y regional y luego a nivel nacional y
continental, asumiendo cada vez más cargos de responsabilidad, y eso
no siempre con personas —y un colectivo detrás— lo suficientemente
preparadas. Por supuesto, asumir esos cargos de responsabilidad conlleva
las inevitables contradicciones inherentes a la práctica del poder,
sobre todo para un movimiento nacido al calor de la radicalidad y de las
utopías revolucionarias. Después de haber dejado de ser «pequeños
partidos movilizadores de conflictos», los verdes se han transformado en
la década de los noventa en partidos dentro del sistema político. Su participación en gobiernos ha provocado profundas transformaciones,
como el reforzamiento de los liderazgos y una estructura interna
similar a los partidos tradicionales, y ha supeditado sus logros
políticos en coaliciones gubernamentales a su capacidad de chantaje
sobre sus socios (Valencia, 2006: 212-213).
Las decisiones tomadas por Joschka Fischer, activista destacado en
varios grupos revolucionarios y anarquistas en los años sesenta y
setenta, como ministro de Asuntos Exteriores de Alemania son un ejemplo
de la dificultad para el movimiento verde —y, por extensión, para
cualquier movimiento transformador— de conservar su autenticidad
ideológica una vez dentro y en interacción con el sistema vigente (12).
Al mandar tropas alemanas a Afganistán con el beneplácito de Die Grünen,
¿incumplió Fischer los fundamentos pacifistas de la ecología política
o, al contrario, permitió mantener la paz en la región? ¿Esta concesión
en la política extranjera ha podido abrir a cambio la puerta a avances
ecológicos en otros sectores, como por ejemplo la salida de la energía
nuclear? ¿Fue éticamente aceptable y responsable este compromiso?
Podríamos extender esta reflexión a otro debate ecopacifista parecido y
no resuelto en el seno del ecologismo político europeo: frente a la
opción de rechazo rotundo de cualquier organización militar, ¿debería
aceptar el ecologismo político que la Unión Europea se dotase de un
ejército federal capaz de asegurar la defensa del territorio europeo y
de ser fuerza de paz en el mundo?
Además de mostrar concepciones opuestas de la naturaleza humana (que
van desde Rousseau hasta Hobbes), esta confrontación del ideario verde
con la inercia y los márgenes de actuación dentro del propio sistema
capitalista es fuente de fuertes conflictos internos y estructurales
dentro del movimiento verde. En el fondo, es una consecuencia casi
ineluctable del rasgo fundacional basado en el oxímoron partido
antipartido. Conllevó en los años ochenta la lucha entre los Realos y
los Fundis, que resaltaba la tensión dialéctica entre los posibilistas y
defensores de la Realpolitik y los guardianes de los Fundamentos y de
las organizaciones de base. ¿Hasta dónde tiene que aceptar el
movimiento verde, tal y como lo preconiza el Realo Daniel Cohn-Bendit,
«el riesgo del compromiso donde se pierde la pureza ideológica para
afrontar lo real de la acción y de la eficacia»? (Cohn-Bendit y
Mendiluce, 2000: 46). Sin duda, además de su transformación en un
partido más dentro del sistema político tradicional y sin la perspectiva
de convertirse en socio mayoritario a corto o medio plazo, la
dificultad de compatibilizar el reformismo de los pequeños pasos y la
radicalidad transformadora del largo plazo es una de las mayores
contradicciones actuales del movimiento verde.
Al mismo tiempo, y aunque queden supeditadas a la capacidad de
mantener una cohesión y una coherencia internas en torno a unos valores
fundacionales, estas contradicciones son también el germen y motor de
la fecundidad innovadora e ideológica del ecologismo en política. Para
superarlas de forma crítica y positiva, es necesario seguir
profundizando en la reflexión y la práctica en torno a la ecología
política a la vez como ideología global y transformadora, y como espacio incluyente, aglutinador y permeable a otras experiencias y redes sociales y políticas. La historia ecologista y su praxis política quedan todavía en gran parte por escribir.
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