Unas elecciones en un país de 57.000 habitantes, cubierto por el
hielo y cuya capital funciona con solo dos semáforos, tienen todas las
papeletas para pasar inadvertidas en los medios. Y así ha sido. Sin
embargo, los comicios celebrados el pasado martes en Groenlandia fueron
monitoreados con preocupación en Washington, Bruselas y Pekín. Y es que
de los habitantes de la mayor isla del planeta, cuatro veces el tamaño
de España, dependía no solo su futuro Gobierno, sino la geopolítica
mundial.
Groenlandia tiene grandes yacimientos intactos de hierro, uranio y
tierras raras. Tiene reservas de petróleo y gas. Y tiene también afanes
independentistas. En 2008, esta provincia danesa logró, merced a un
referéndum, más competencias y el derecho a la autodeterminación, aunque
Copenhague sigue subsidiando la mitad de su presupuesto. Y en 2009, los
groenlandeses llevaron al poder al partido Inuit Ataqatigiit,
izquierdista y proindependencia. Su líder, Kuupid Kleist, se puso manos a
la obra. Para financiar la futura emancipación, Kleist abrió
Groenlandia a las compañías mineras. Las licencias de exploración se
multiplicaron.
Y allí desembarcó China, justo a tiempo de ver aprobada la “ley a
gran escala”, que permite importar mano de obra extranjera barata y sin
protección laboral. Lo ideal para su gigantesco proyecto de explotación
de hierro en Isua, que prevé la llegada de 3.000 obreros chinos para
construir la mina y un puerto. Y mal asunto para la UE y EE UU, que
observan alarmados el avance chino en el Ártico, donde el deshielo está
abriendo rutas de navegación y el acceso a las riquezas del subsuelo.
Pero el martes llegó la sorpresa. Contra todo pronóstico, los
groenlandeses (el 80% son inuit, o esquimales) dijeron basta. Temen ver
destruido su entorno y su modo de vida, basado en la pesca y en la caza.
Los socialdemócratas ganaron con un 42% de los votos, frente al 34% de
los independentistas. Aleqa Hammond, una risueña inuit, hija de un
cazador, políglota y experta en turismo, será primera ministra. Habla de
derechos humanos y de medio ambiente. Ha prometido derogar la “ley a
gran escala” y revisar los contratos mineros. ¿Dejar Dinamarca para
acabar en manos de China? No, gracias. El sueño emancipador de
Groenlandia está congelado. Como sus tierras.
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