Caminos tortuosos y el férreo control de la
militarizada policía panameña de fronteras aguardan al visitante en la
provincia selvática de Darién, penetrada por el tráfico de drogas e
indocumentados, la guerrilla colombiana y la tala ilegal, que empañan su
belleza natural y amenazan el incipiente ecoturismo.
Al adentrarse por esa provincia panameña, fronteriza con Colombia, el
primer impacto que recibe el viajero que llega por carretera es el
estricto control del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront), que
hace pensar en una situación de guerra.
Ya desde Agua Fría, el puesto de seguridad en el límite entre las
provincias de Panamá y Darién, a unos 200 kilómetros de la frontera con
Colombia, queda de manifiesto la "autoridad" del Senafront y de su jefe,
Frank Ábrego, un comisionado policial con formación militar que "está a
cargo" de ese territorio, según sus hombres.
"Los periodistas tienen que presentarse en el puesto para decir qué
van a hacer, nosotros no vamos a impedirles su trabajo, pero tienen que
decirnos, porque si mañana sale algo en los medios que no nos dijeron,
el comisionado Ábrego nos va a preguntar cómo pasó eso y él es el que
manda aquí", explicó a Acan-Efe el teniente al mando.
Efectivamente, cada persona es identificada e interrogada por un
bisoño agente de la Brigada Oriental, ataviados todos ellos con uniforme
de camuflaje de selva y fusil de guerra, sobre el lugar a visitar, la
duración del viaje y las actividades previstas.
Al regreso por el mismo puesto de Agua Fría, el trato será menos
cortés: los agentes armados, de unos 25 años de promedio, detienen los
vehículos, abren las puertas y exigen a los ocupantes descender con el
equipaje para revisarlo, cual aduana.
"Sabemos que esto molesta, pero son órdenes", asegura el suboficial
mientras otro agente inspecciona con golpes la carrocería del vehículo y
revisa los asientos.
"Es que las cosas están calientes por aquí", susurra un joven uniformado a modo de explicación.
Y sí que están calientes. Tras una larga travesía que incluye parte
del trayecto por mar, el encuentro casual con lugareños en la remota
Punta Patiño, una reserva natural propiedad de la Asociación Nacional
para la Conservación de la Naturaleza (ANCON), en la costa del Pacífico,
permite apreciar tanto los impresionantes paisajes de la selva
darienita como recoger testimonios de la situación.
"Aquí, con el Senafront y todo, sigue pasando lo mismo, hay droga, se
sabe por dónde pasan los guerrilleros, imagínese que hasta 'piedreros'
(drogadictos que viven en la calle) hay en Punta Alegre", comenta uno de
los lugareños de la etnia Emberá refiriéndose a una comunidad situada
en la reserva natural.
El presidente panameño, Ricardo Martinelli, auguró en mayo pasado que
su país "pronto" será totalmente soberano porque las autoridades
terminarán de expulsar del Darién a la "narcoguerrilla" de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), de las que dijo que
"trafican droga en todo el territorio nacional".
Otro fenómeno que se da en Darién es el tráfico de indocumentados,
últimamente sobre todo de cubanos procedentes de Ecuador, país al que
ingresan legalmente porque no requieren visado, y en el que comienzan un
peligroso viaje por tierra hacia Estados Unidos.
El Servicio Nacional de Migración ha llegado a detectar hasta 90
cubanos a la semana, y por carecer de capacidad en sus albergues, se
limita a abrirles un expediente y dejarlos en libertad.
En la escuela de Punta Patiño, los maestros intentan mantener alejados a los chicos de estos problemas.
El maestro Concepción trabaja con su colega Giselle en la formación
de un conjunto de bailes típicos entre los escolares "para darles
ocupación y preservar la cultura, porque luego de la escuela no tienen
nada que hacer", declara.
Las niñas emberá, con el torso descubierto y pintadas con tintes
vegetales, presentan a los visitantes sus danzas tradicionales, mientras
los afropanameños bailan el bullerengue, uno de los ritmos de sus
ancestros traídos como esclavos desde África.
Se trata de comunidades en las que es patente el abandono, con un
paisaje humano en el que sorprende la proliferación de niños, con
mujeres que a los 35 años tienen nueve hijos e incluso nietos.
En los caminos de la zona tampoco sorprende el tránsito habitual de
camiones cargados con enormes árboles de maderas preciosas que se
dirigen a aserraderos para su procesamiento o exportación.
Se trata de un negocio legítimo en el que, no obstante, se dan casos de tala clandestina y autorizaciones falsificadas.
Según un inspector de la Autoridad Nacional del Ambiente, cuando se
descubren estos casos, se decomisa la madera para su subasta.
En temporada lluviosa circula una media de tres camiones diarios con
grandes troncos, mientras que en la época seca pasan "hasta 30" al día,
precisa el funcionario.
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