viernes, 17 de agosto de 2012

El Darién panameño, entre el abandono y la solución militar

Un inspector revisa un camión que transporta madera, en la provincia de Darién, Panamá. EFEUn inspector revisa un camión que transporta madera, en la provincia de Darién, Panamá. Caminos tortuosos y el férreo control de la militarizada policía panameña de fronteras aguardan al visitante en la provincia selvática de Darién, penetrada por el tráfico de drogas e indocumentados, la guerrilla colombiana y la tala ilegal, que empañan su belleza natural y amenazan el incipiente ecoturismo. EFECaminos tortuosos y el férreo control de la militarizada policía panameña de fronteras aguardan al visitante en la provincia selvática de Darién, penetrada por el tráfico de drogas e indocumentados, la guerrilla colombiana y la tala ilegal, que empañan su belleza natural y amenazan el incipiente ecoturismo.
Al adentrarse por esa provincia panameña, fronteriza con Colombia, el primer impacto que recibe el viajero que llega por carretera es el estricto control del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront), que hace pensar en una situación de guerra.
Ya desde Agua Fría, el puesto de seguridad en el límite entre las provincias de Panamá y Darién, a unos 200 kilómetros de la frontera con Colombia, queda de manifiesto la "autoridad" del Senafront y de su jefe, Frank Ábrego, un comisionado policial con formación militar que "está a cargo" de ese territorio, según sus hombres.
"Los periodistas tienen que presentarse en el puesto para decir qué van a hacer, nosotros no vamos a impedirles su trabajo, pero tienen que decirnos, porque si mañana sale algo en los medios que no nos dijeron, el comisionado Ábrego nos va a preguntar cómo pasó eso y él es el que manda aquí", explicó a Acan-Efe el teniente al mando.
Efectivamente, cada persona es identificada e interrogada por un bisoño agente de la Brigada Oriental, ataviados todos ellos con uniforme de camuflaje de selva y fusil de guerra, sobre el lugar a visitar, la duración del viaje y las actividades previstas.
Al regreso por el mismo puesto de Agua Fría, el trato será menos cortés: los agentes armados, de unos 25 años de promedio, detienen los vehículos, abren las puertas y exigen a los ocupantes descender con el equipaje para revisarlo, cual aduana.
"Sabemos que esto molesta, pero son órdenes", asegura el suboficial mientras otro agente inspecciona con golpes la carrocería del vehículo y revisa los asientos.
"Es que las cosas están calientes por aquí", susurra un joven uniformado a modo de explicación.
Y sí que están calientes. Tras una larga travesía que incluye parte del trayecto por mar, el encuentro casual con lugareños en la remota Punta Patiño, una reserva natural propiedad de la Asociación Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ANCON), en la costa del Pacífico, permite apreciar tanto los impresionantes paisajes de la selva darienita como recoger testimonios de la situación.
"Aquí, con el Senafront y todo, sigue pasando lo mismo, hay droga, se sabe por dónde pasan los guerrilleros, imagínese que hasta 'piedreros' (drogadictos que viven en la calle) hay en Punta Alegre", comenta uno de los lugareños de la etnia Emberá refiriéndose a una comunidad situada en la reserva natural.
El presidente panameño, Ricardo Martinelli, auguró en mayo pasado que su país "pronto" será totalmente soberano porque las autoridades terminarán de expulsar del Darién a la "narcoguerrilla" de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), de las que dijo que "trafican droga en todo el territorio nacional".
Otro fenómeno que se da en Darién es el tráfico de indocumentados, últimamente sobre todo de cubanos procedentes de Ecuador, país al que ingresan legalmente porque no requieren visado, y en el que comienzan un peligroso viaje por tierra hacia Estados Unidos.
El Servicio Nacional de Migración ha llegado a detectar hasta 90 cubanos a la semana, y por carecer de capacidad en sus albergues, se limita a abrirles un expediente y dejarlos en libertad.
En la escuela de Punta Patiño, los maestros intentan mantener alejados a los chicos de estos problemas.
El maestro Concepción trabaja con su colega Giselle en la formación de un conjunto de bailes típicos entre los escolares "para darles ocupación y preservar la cultura, porque luego de la escuela no tienen nada que hacer", declara.
Las niñas emberá, con el torso descubierto y pintadas con tintes vegetales, presentan a los visitantes sus danzas tradicionales, mientras los afropanameños bailan el bullerengue, uno de los ritmos de sus ancestros traídos como esclavos desde África.
Se trata de comunidades en las que es patente el abandono, con un paisaje humano en el que sorprende la proliferación de niños, con mujeres que a los 35 años tienen nueve hijos e incluso nietos.
En los caminos de la zona tampoco sorprende el tránsito habitual de camiones cargados con enormes árboles de maderas preciosas que se dirigen a aserraderos para su procesamiento o exportación.
Se trata de un negocio legítimo en el que, no obstante, se dan casos de tala clandestina y autorizaciones falsificadas.
Según un inspector de la Autoridad Nacional del Ambiente, cuando se descubren estos casos, se decomisa la madera para su subasta.
En temporada lluviosa circula una media de tres camiones diarios con grandes troncos, mientras que en la época seca pasan "hasta 30" al día, precisa el funcionario.

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