sábado, 4 de agosto de 2012

El Ciemat se sacude la radiación



“El cero no existe”. Joaquín Quiñones es un hombre robusto dentro de un traje hecho a cincel. “En radiación, como en casi todo apartado de la ciencia, no existe”, explica. Se refiere a que la radiación siempre está ahí: ínfimas cantidades de material radiactivo residen en rocas o plantas; la radiación del cosmos bombardea la Tierra; los aviones radian… Y también lo hacen instalaciones nucleares como en la que trabaja él. “Hay que bajar nuestro nivel al natural en Madrid. Ahora es ligeramente superior al que habría si no se hubiera trabajado con materiales radiactivos durante 30 años, pero nunca será cero”.
Quiñones es el científico responsable del plan de limpieza del Ciemat (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas) por el que el centro aspira a dejar de estar catalogado como instalación nuclear. La etiqueta conlleva un complejo protocolo de obligaciones y medidas de seguridad: parque de bomberos propio, centro médico, controles, simulacros de evacuaciones… Prácticas no solo pesadas, sino también muy caras. Hasta ahora, el Consejo de Seguridad Nuclear español (CSN) nunca ha retirado la categoría a ninguna instalación que haya trabajado con material atómico, pero en el Ciemat la última estructura nuclear se desmontó en los noventa. Desde entonces sus trabajos se centran en el I+D+i.
El proceso de limpieza, aprobado en 2004 y que ha costado hasta ahora 48 millones de euros, afecta a dos instalaciones radioactivas y cuatro nucleares (estas últimas contuvieron material fisionable cuando estaban operativas). Está en su fase final, y se espera que se complete a últimos de año. Acaba de cerrarse el capítulo más delicado: la descontaminación del terreno en que se derramaron productos tóxicos el 7 de noviembre de 1970 en el peor accidente nuclear de Madrid.
Aquella mañana se estaban trasvasando por una tubería 700 litros de desechos de alta radiactividad, una válvula quedó mal cerrada y en torno a unos 50 litros escaparon al terreno, luego al alcantarillado y desde allí a los ríos Manzanares, Jarama y Tajo. Las autoridades franquistas lo ocultaron pese a que se detectaron partículas atómicas hasta en Lisboa. Aquellos días los agricultores de la región recibieron la visita de hombres con batas blancas que compraron toda la cosecha de hortalizas regadas con agua contaminada, pero la reacción fue tardía y los madrileños almorzaron toneladas de repollos atómicos.

Leyendas urbanas

Dentro de una carpa con la que se pretende evitar que escape una sola partícula de polvo, tres obreros terminan ahora de cementar los 10 metros cuadrados en los que se produjo la fuga. Antes, los técnicos del Ciemat junto con los de la Empresa Nacional de Residuos radioactivos (Enresa) excavaron hasta nueve metros para extraer todo el perímetro de tierra contaminada.
A unos metros de la carpa se desarrolla otro de los principales apartados de la limpieza. Se trata de los trabajos en el llamado Montecillo, una elevación del terreno hasta hace poco cubierta de pinos y ardillas. El problema es que los árboles habían enraizado sobre estériles de uranio escombrados después de ser utilizados en las instalaciones. Ahora, técnicos vestidos con trajes blancos y máscaras antinucleares retiran con una excavadora el metro y medio de suelo que puede estar contaminado. La tierra y los árboles se guardan en bolsas de plástico y se analizarán para diferenciar cuáles contienen restos de cesio-137 y estroncio-90 y deben ir al almacén de residuos de media y baja actividad de El Cabril (Córdoba), y cuáles están limpios y pueden tirarse como cualquier desecho. “Hasta ahora, los residuos han probado ser de muy baja intensidad”, cuenta Quiñones supervisando a los operarios, “muchos suelos en España tienen naturalmente más carga radiactiva”.
Cayetano López, el director general del Ciemat, considera una leyenda urbana que las zanahorias contaminadas por el escape del 70 estén enterradas en ese monte. “Ahora lo averiguaremos”, explica en su despacho junto a un Quiñones cuadrado con marcialidad de edecán. “Yo creo que esas verduras se trajeron aquí en su día pero luego se enterraron en una mina de uranio”, cuenta.

Es difícil determinar muchas de las cosas que sucedieron en el centro antes de la llegada de la democracia. En aquella época formaba parte de la extinta Junta de Energía Nuclear y se dedicaba al estudio atómico. La versión oficial asegura que con fines pacíficos, pero abundan las sospechas de que Franco fantaseaba con encontrar la fórmula de la bomba.
Quiñones asegura que la limpieza total es un trabajo hercúleo, pero tiende a desdramatizar el alcance de la contaminación: “La gestión que se hizo de los residuos en los 70 se atenía a la legalidad de la época; lo que pasa es que la actual es mucho más exigente”. ¿Pero hay algún riesgo? “No”, asegura, “si no, los 1.400 que trabajamos aquí no estaríamos tan tranquilos”. Cuando se empezó a diseñar el plan de limpieza en los 90, los técnicos calcularon que, junto a unas 600 toneladas de material de media y baja radiactividad que se llevarían a El Cabril, se extraerían 15 de alta intensidad que se quedarían en el Ciemat por estar prohibido que viajen. Finalmente, no se han localizado estos últimos y no quedará un bidón en el centro. El asunto es delicado. El Ciemat está en plena Ciudad Universitaria y solo una valla metálica lo separa de la Dehesa de la Villa, donde se ubican barrios densamente poblados. Los vecinos antes protestaban por el peligro de vivir cerca de una instalación contaminada. Cuando empezó el proceso de limpieza pasaron a quejarse porque pudiera levantar radiactividad enterrada.
Para evitar suspicacias, la transparencia es una obsesión del centro. Pantallas en cinco puntos de las instalaciones miden la radiación ambiental. La carga media el día de esta visita era de 0,16 microsieverts por hora, la mitad que la detectada en algunos puntos de Canarias.
Pero en el Ciemat saben que el centro ha estado muchos años rodeado de suspicacias. Vecinos agrupados en una coordinadora denuncian la alta incidencia de casos de cáncer en la zona; alguna vez se han localizado hojas de árboles con restos de cesio y estroncio; en 1994 el sindicato CGT se querelló por sobredosis radiactiva a dos trabajadores; en 2003 un vertido de aguas provenientes del desmantelado reactor nuclear suscitó la polémica; y en 2006 se encontraron trazos de plutonio, americio y radio (ínfimos: menos de un bequerelio por gramo) enterrados en el cercano campo de fútbol universitario. Pese a todo, las investigaciones que ha realizado el CSN siempre se han cerrado con conclusiones rotundamente positivas sobre la seguridad del centro. “Que nos retiren la categoría de instalación requerirá aún infinidad de estudios y comprobaciones”, cuenta Quiñones. No quiere fijar plazos, pero fantasea con que dentro de tres años ya no hagan falta bomberos ni controles. Ese día estará acreditada que la radiación del Ciemat es únicamente la de las estrellas, el suelo y los pinos de la Dehesa.

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