lunes, 27 de agosto de 2012

El nuevo brillo de Tabarca



Tabarca, situada a unos ocho kilómetros de Santa Pola, vive este verano su particular revolución urbana y económica. La isla alicantina, en la que en invierno apenas habitan 30 personas, ya no tiene calles de arena y piedras. Las tres rúas de su minúscula trama urbana ahora están adoquinadas y muchas casas han sido reformadas y pintadas de blanco. La iglesia, que estuvo cubierto de andamios durante décadas, luce restaurada. “Se ha hecho mucho, pero aquí todo se hace a ritmo lento”, admite la propietaria del restaurante Ramos que permanece abierto todo el año.
La oferta para pernoctar también ha aumentado, acaba de reabrir sus puertas la antigua casa del Gobernador, un establecimiento con encanto, de apenas 15 habitaciones, que ahora se llama hotel boutique Tabarca (www.hotelislatabarca.com). Otra opción es el hotel La Trancada (http://www.latrancada.com), además de algunas pensiones o casas particulares que alquilan habitaciones.
En la pequeña isla, cuya superficie ronda las 40 hectáreas y que dista de Alicante unos 22 kilómetros, el ritmo lo marca la llegada de las tabarqueras, los barcos de recreo que traen cada día a centenares de turistas. Principalmente extranjeros, sobre todo este verano. En verano no faltan los restaurantes en Tabarca, también conocida como isla Plana. En la playa se amontonan unos junto a otros, y dentro de la muralla de la ciudad habrá otra decena. La gastronomía es uno de los atractivos de la isla, y en especial su caldero, un guiso con gallina (pescado de roca muy sabroso y con muchas espinas), mero y otros pescados que se sirven con patatas y all i oli. Con el caldo se cocinará un arroz a banda, que se sirve de segundo plato.

En cualquiera de los numerosos restaurantes abiertos en verano se puede probar el caldero. Por ejemplo en Amparín  o en La Almadraba.
Los residentes de Tabarca, que viven sobre todo de la pesca y el turismo, se quejan del elevado precio del billete de los barcos turísticos, el trayecto desde Alicante sale por 18 euros (http://www.cruceroskontiki.com/). “Si son una familia numerosa con lo que pagan ya no pueden gastar mucho aquí”, cuenta la dependienta de una tienda de souvenirs.
Antes de atracar en el puerto de la isla, las tabarqueras se detienen unos minutos para dar de comer a los peces. Una nube de lecholas, dentones y doradas rodea la embarcación, y los turistas aprovechan para hacer fotografías. Una vez en la isla, lo que más llama la atención es su pequeño tamaño: una longitud que no llega a dos kilómetros, una anchura máxima de 450 metros y la ausencia de relieve (la altitud máxima son 15 metros sobre el nivel del mar).
La visita a monumentos se concentra en tres puntos: la torre de San José, que fue prisión en otros tiempos; el faro, que fue escuela de fareros procedentes de toda Europa, y las murallas. Carlos III mandó fortificar la isla para que se alojaran en ella los vecinos de la isla italiana de Tabarka, frente a la costa de Túnez, cuyos habitantes habían sido capturados por los argelinos. En marzo de 1769 llegaron 69 familias de origen genovés que se instalaron en Nueva Tabarca, y todavía hoy los apellidos más frecuentes son Russo, Parodi o Manzanaro. Recientemente el Ayuntamiento de Alicante ha inaugurado un pequeño museo sobre la historia de la isla y su riqueza marina, ubicado en la misma playa.
El encanto de Tabarca reside sobre todo en sus aguas claras y limpias, y las decenas de calas y recovecos para nadar y bucear.

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