sábado, 4 de agosto de 2012

Las secuelas de un desastre



“Muchos vecinos volvimos, pese a que estaba prohibido, para colaborar en la extinción del fuego”, recuerda José Luis Domínguez, de 36 años, que lamenta que todo esté muerto tras el incendio que arrasó 35.000 hectáreas de 13 municipios de Huelva y Sevilla en 2004. “Antes tenía trabajo en el corcho o limpiando fincas. Todo eso se ha perdido”, afirma.
El incendio de Riotinto (Huelva), del que se han cumplido recientemente ocho años, arrebató la vida a dos personas y asoló la zona. Fue el tercero más grande de España y el primero de Andalucía. Casi una década después, el paisaje ha recuperado verdor, pero muchos árboles centenarios desaparecieron para siempre. Habrá que esperar entre 60 y 80 años, para que el aspecto de pueblos como Berrocal, uno de los más afectados por el incendio, vuelvan a lucir su tradicional estampa de bosque mediterráneo.
En el bar de este pueblo de la cuenca minera, de 350 habitantes, Isidoro Romero, de 84 años, sentado junto a otros veteranos recuerda que se hartó de llorar: “Salí apresurado con dos bestias para la finca porque se me quemaba lo que tenía. Y se me quemó”. Y es que el incendio de Riotinto fue devastador. Tuvo cuatro focos y el viento propició que el fuego se comportara como un monstruo dando zancadas por el monte y arrasando animales y enseres.
Un matrimonio sevillano perdió la vida alcanzado por las llamas cuando circulaba con su vehículo por el campo. Las causas del fuego siguen siendo hoy un misterio. El único acusado de provocar el incendio, Emilio Perdigón Panduro, vecino de Riotinto, quedó absuelto por falta de pruebas tras el juicio celebrado en enero de 2010.
Juan Romero, de Ecologistas en Acción, apunta al monte con el dedo: “¿Ves allí? En ese lugar han brotado de cepa unos alcornocales, esta encina la cortaron, aquella está calcinada”. Apunta que los alcornocales de Berrocal se han recuperado en un 10%. Las encinas son más delicadas y sólo se ha recuperado el 2%.
La Junta de Andalucía ha actuado en un perímetro de unos 200 metros alrededor del pueblo procediendo a la limpieza y a la selección de brotes, pero eso “sólo supone un 1% del total”, afirma Romero, quien remarca que, al menos, después de ocho años, el color del paisaje de Berrocal ha cambiado del negro al verde. “Pero es un verde engañoso porque hay verde de matorral, de brezo y de la jara, pero no hay bosque”.
Los vecinos recuerdan claramente el desastre. “Vine a tomar café aquí \[un bar del pueblo\] cuando vi una humareda enorme. Era un volcán de humo y llamas. Le dije a mi hijo que abriera corriendo la puerta de la finca para que salieran los animales y vi pasar el fuego a una velocidad de vértigo”, señala Pedro Chacón, de 73 años. Los vecinos fueron evacuados del pueblo y alojados en Zalamea la Real, un municipio próximo.
Las secuelas económicas se perciben con claridad en las cifras de la cooperativa de Berrocal, principal motor del municipio, ahora con un horizonte preocupante, según Francisco Manuel Martín, secretario técnico: “La producción antes del incendio alcanzaba los 320.000 kilos de corcho y después de la tragedia la cifra se ha reducido a los 50.000. El corcho daba empleo a diez personas durante la campaña y generaba al año 600 jornales. Después del incendio sólo quedan dos trabajadores y únicamente da para 140 jornales”. Martín lamenta que la Junta no haya cumplido el acuerdo suscrito con el Ayuntamiento de Berrocal de traer corcho de los montes públicos para tratarlo allí.
Juan Romero remarca que el pueblo está huérfano después de ocho años: “Hay una zona para albergar un polígono industrial a medio hacer y un centro de interpretación del río Tinto, cabañas turísticas y una residencia de ancianos. Todo está cerrado. No se entiende”.
Las administraciones, central y autonómica, han invertido en este tiempo 73 millones de euros, de los que seis se han destinado a reponer enseres. La Junta afirma que se han ido renovando las ayudas a particulares para la limpieza de sus fincas porque ha aprendido del incendio de Riotinto que “el monte necesita inversión; si no, la masa forestal se quema”.
“Me gustaría que mi hijo viera Berrocal con más vida. Tengo esperanza en ello”, concluye Reyes Gutiérrez con su pequeño en los brazos.

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