En cierta
medida actúan así, pero desde el punto de vista científico son
moléculas que un organismo emite y otro de su misma especie percibe con
la consiguiente activación de comportamientos innatos
INNOVAticias.
Las feromonas parecen una
suerte de “especias” que aderezan el olor corporal con efectos
irresistibles, ¿cómo las define una científica?
En cierta medida actúan así, pero desde el punto de vista científico
son moléculas que un organismo emite y otro de su misma especie
percibe con la consiguiente activación de comportamientos innatos, como
la atracción hacia el sexo opuesto.
¿Qué busca exactamente en ese entramado de olores y seducción?
Ahondar en el conocimiento de cómo un insecto detecta las feromonas
nos puede ayudar a desarrollar técnicas para actuar sobre plagas en
cultivos y sobre insectos que transmiten enfermedades, como el mosquito
de la malaria. Si sabemos qué olores perciben, qué partes del cerebro y
qué conductas se activan con ellos, podremos controlarlos. Con ese
objetivo, entre otros, trabajo en un proyecto orientado a establecer
las bases genéticas y moleculares de la detección de las feromonas.
¿Cómo llega a saber lo que un insecto “siente” en contacto con un determinado olor?
Para eso utilizamos como especie modelo la mosca de la fruta, Drosophila melanogaster,
porque nos permite utilizar herramientas genéticas muy avanzadas y
modificar la actividad de las células nerviosas para averiguar cuál es
su función. Incluso podemos marcar las células del sistema nervioso con
colores fluorescentes para trazar el recorrido de un determinado
impulso en el cerebro, por ejemplo. Así podemos ir diseccionando el
comportamiento olfatorio de los insectos, estudiando desde las proteínas
que perciben un olor y las neuronas primarias que responden a ellos
hasta los circuitos cerebrales que al activarse provocan ese
comportamiento concreto.
¿Cuál es exactamente su aportación?
Gran parte de mi tiempo en el laboratorio lo invierto en técnicas de
genética molecular y electrofisiología. Una de las cosas que hago en
mi trabajo, por ejemplo, es colocar un electrodo en la antena de la
mosca, su “nariz”, y medir con él su actividad eléctrica. Al exponerla a
un olor, podemos ver qué neuronas se activan. Y dependiendo del tipo y
el número de neuronas estimuladas, se producirá una u otra reacción en
el insecto.
¿Puede aplicarse este conocimiento a la percepción y el comportamiento humanos?
Aunque nuestro trabajo se engloba dentro de la investigación básica,
siempre tenemos en cuenta qué aplicación puede tener en un futuro. Por
ejemplo, una de las proteínas con las que trabajo, SNMP (Sensory Neuron Membrane Protein),
es esencial para la detección de feromonas en insectos y está muy
relacionada en su secuencia genética con una proteína humana de la que
se considera homóloga, la CD36. Cuando se producen alteraciones que
afectan a esta familia de proteínas, en el ser humano se producen
enfermedades metabólicas y neurológicas como por ejemplo, hipertensión
arterial, diabetes, cardiomiopatías, arterioesclerosis e incluso
Alzheimer. Así que averiguar el funcionamiento básico de la proteína
SNMP en insectos nos puede ayudar a comprender el funcionamiento de la
proteína humana correspondiente, lo que otros laboratorios podrían
utilizar para desarrollar fármacos orientados a estas patologías.
No hace mucho, junto con sus compañeros desafió las teorías
existentes sobre uno de los mecanismos básicos de la olfacción, ¿cómo
fue?
No es sencillo publicar teorías alternativas a las ya establecidas, pero este año hemos publicado un trabajo en PLOS Biology
en el que desafiamos las teorías existentes sobre la forma de
activación de las neuronas olfatorias que responden a feromonas. Hasta
entonces, lo científicamente aceptado era que estas neuronas olfatorias
se activaban a través de un complejo activo formado por la feromona y
una proteína de unión a olor llamada LUSH. En cambio, nosotros
demostramos que es la feromona en sí, directamente, la que activa la
neurona olfatoria. Con ello, se abre un campo nuevo para proponer
modelos paralelos al que existía. En estos momentos, seguimos
trabajando para tratar de aportar nuevos conocimientos sobre el tema.
¿Qué destacaría del ambiente de trabajo en el Centro de Genómica Integrativa de Lausana?
En los laboratorios grandes tienes que aprender a convivir,
colaborar, compartir tus habilidades y aprovechar las de los otros. Por
otra parte, el profesor Benton apoya y ayuda en todo siempre que lo
necesitamos, es un investigador joven pero con un gran prestigio
internacional en el campo de la neurogenética. Y quienes trabajamos con
él sabemos que una experiencia como ésta es muy importante para poder
liderar nuestro propio laboratorio en un futuro.
¿Cómo se encuentra viviendo en Suiza?
Puedo decir que me he adaptado bien, aunque sigo aprendiendo día a
día. Y no ya sólo por el laboratorio, sino porque trabajamos en inglés
pero en la calle tienes que manejar francés, así que es un proceso de
superación lingüística constante. En cuanto al trato con los
compañeros, una de las cosas buenas es que en el grupo tenemos gente de
todos los continentes, y eso enriquece muchísimo en lo personal. Pero
mi vida es un poco curiosa.
¿Por qué?
Conocí a mi marido, que también es científico, trabajando en la
Universidad de Oviedo, pero tras una etapa en la que vivimos juntos en
Asturias, él ahora trabaja como investigador en Alemania, así que sólo
nos vemos los fines de semana, uno en Suiza y el siguiente en Alemania.
En ese caso, no resulta difícil imaginar qué es lo que más echa de menos…
Así es. Lo que más me cuesta es vivir separada de mi marido, mi
familia y mis amigos. Me encantaría volver a Asturias, pero por el
momento no es sencillo.
Carolina Gómez Díaz (Oviedo, 1979) se doctoró en el Grupo de
Neurogenética de la Universidad de Oviedo bajo la dirección de Esther
Alcorta, con quien continúa colaborando en la actualidad.
Posteriormente, y tras una estancia en el laboratorio de Leslie Vosshall
en la Universidad Rockefeller en Nueva York, recibió una ayuda del
PCTI del Principado gestionada por FICYT que le permitió incorporarse
en 2009 al Centro de Genómica Integrativa de Lausana, en Suiza, donde
ha sido contratada y continúa trabajando actualmente, dentro del
laboratorio dirigido por el profesor Richard Benton.
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