
“Nuestros resultados demuestran que el actual intervalo [en la
escalada de la temperatura] es parte de la variabilidad natural del
clima, asociado específicamente a un enfriamiento tipo La Niña de una
década”, escriben Yu Kosaka y Shang-Ping Xie (Instituto Scripps de Oceanografía, EE UU) en la revista Nature.
“Aunque pueden darse intervalos similares en el futuro, la tendencia de
décadas de calentamiento muy probablemente continuará con el incremento
de los gases de efecto invernadero”, añaden.

“Hay dos explicaciones posibles y ninguna de las dos es muy agradable
para nosotros [los científicos del clima]”, comentaba el experto
alemán. La primera posibilidad sería que se está produciendo menos
calentamiento global de lo esperado porque los gases de invernadero,
especialmente el CO2, tienes menos efecto de lo que se
presuponía. “Esto no significaría que no hay efecto invernadero
reforzado por la actividad humana, pero sí que su influencia sobre el
clima no es tan grande como creíamos”, explicaba von Storch. “La otra
posibilidad es que, en nuestras simulaciones, hemos sobreestimado las
fluctuaciones del clima debidas a causas naturales”, añadía, advirtiendo
que el problema científico sería grave si se prolongase mucho la actual
estabilidad de las temperaturas. Precisamente en esta segunda opción se
encajan el trabajo de los científicos de Scripps.
Yu Kosaka y Shang-Ping Xie recuerdan que se han propuesto varias
explicaciones, como el efecto refrigerante de los aerosoles en la alta
atmósfera o la fase de mínimo solar hacia 2009. Pero su respuesta está
asociada al vaivén cíclico de calentamiento/enfriamiento del Pacífico
tropical, que también estaba en la mente de muchos como buen candidato
para explicar el actual parón del calentamiento. Ellos describen en Nature
su desarrollo de una simulación climática que en la que encaja bien el
efecto de la oscilación oceánica El Niño / La Niña, cuyo efecto es
conocido históricamente por los extremos de precipitaciones y de sequías
que provoca cíclicamente, sobre todo, aunque no solo, el Suramérica. Su
metodología, afirman, permite cuantificar la influencia plurianual de
estas variaciones y los resultados que obtienen con su modelo reproducen
correctamente el estancamiento (hiatus,
dicen ellos) en la curva de temperatura media global registrado a
principios del siglo XXI, es decir, que “reconcilia las simulaciones
climáticas con las observaciones”.
Algas marinas que ‘registran’ el CO2 de la atmósfera

Células de microalga del genénero Gephyrocapsa cultivada en laboratorio.
El océano está lleno de algas microscópicas que toman dióxido de
carbono de la atmósfera para crecer, y cuando la cantidad de CO2
disponible baja, se buscan alternativas de combustible
suplementario para la fotosíntesis, como el bicarbonato presente en el
agua, con el correspondiente coste añadido en energía y nutrientes.
Cuando se incrementa la cantidad de dióxido de carbono, dejan de
utilizar el recurso complementario, y eso queda reflejado en las
minúsculas conchas que algunas algas microscópicas hacen y que se acumulan en el fondo marino. Dos investigadoras de la Universidad de Oviedo han utilizado ahora esas conchas
como registro de las concentraciones de CO2 atmosférico en el pasado al
medir los cambios químicos que se producen en las conchas de las algas
cuando estas necesitan combustible suplementario, como el bicarbonato.
Se han remontado a los últimos 60 millones de años y han descubierto que
esas algas empezaron a depender intensamente de esas fuentes añadidas
de carbono hace relativamente poco, entre siete y cinco millones de
años. Heather Stoll y Clara Bolton explican en la revista Nature este estudio, financiado por el Consejo Europeo de Investigación (ERC).
Además, la investigación de Stoll y Bolton sugiere que estas algas
son capaces de adaptarse a niveles de unas 500 partes por millón de CO2
en la atmósfera, nivel que podría alcanzarse este siglo (desde las 400
ppm actuales).
Hasta la revolución industrial, el clima de la Tierra había ido
enfriándose lentamente durante decenas de millones de años; se formaron
los casquetes polares, primero en la Antártida, hace 33 millones de
años, y después en Groenlandia, hace unos 2,5 millones de años. El
enfriamiento, explican las investigadoras, se ha asociado a un
debilitamiento gradual del efecto invernadero a medida que el CO2 en la
atmósfera disminuía lentamente, al ser absorbido por procesos naturales.
De hecho, hay pruebas sólidas de un fuerte descenso del CO2
coincidiendo con el inicio de la glaciación antártica. Sin embargo, la
historia del CO2 atmosférico en los últimos diez millones de años es
controvertida ya que muchos estudios sugieren que el nivel de CO2 fue
constante (y bajo) pese al progresivo enfriamiento del clima. Los nuevos
resultados sugieren, según explica Stoll, “que el CO2 estaba declinando
y que cruzó una frontera crítica hace entre otro y siete millones de
años, lo que encaja bien con el enfriamiento del clima registrado”.
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