En Shanghái el aire siempre es limpio. Casi cristalino. O eso es, por
lo menos, lo que aseguran las autoridades a través de las pantallas
informativas del metro. No importa que la realidad fuera del convoy se
muestre en una oscura paleta de grises, que los rascacielos sean meras
sombras en la densa capa de niebla, ni que parezca que la atmósfera se
haya solidificado: en la pantalla nunca se muestra un índice peligroso
de contaminación. La calidad del aire que respiran los 24 millones de
habitantes de la capital económica de China siempre es, según las
mediciones del gobierno, por lo menos "aceptable".
Pero uno se puede llevar un gran disgusto si tiene el software
adecuado para saltar la Gran Muralla de Internet y colarse en Twitter,
donde el consulado general de Estados Unidos (@CGShanghaiAir) publica
cada hora los resultados que recoge su propia estación meteorológica,
situada en la delegación diplomática del centro de la ciudad. El sistema
automatizado sólo muestra un nivel "bueno" de polución cuando el viento
sopla fuerte o tras un gran diluvio. El resto del tiempo se mantiene en
un irritante "nocivo para grupos de riesgo" o "nocivo" a secas. En
Pekín (@BeijingAir), donde muchas veces el gobierno ha etiquetado como
"días azules" algunos en los que es imposible ver a pocos palmos de
distancia, la diferencia es todavía mayor.
En Pekín, el gobierno ha etiquetado como "días azules" algunos en los que es imposible ver a pocos palmos
El 7 de febrero, por ejemplo, pocos días después de que la capital
china comenzase a incluir en sus datos las controvertidas partículas
cuyo diámetro no supera las 2,5 micras
-las más dañinas para la salud-, la Embajada de Estados Unidos publicó
que su concentración había oscilado entre 252 y 302 microgramos por
metro cúbico, mientras que, oficialmente, esa variable estuvo toda la
jornada por debajo de los 100 microgramos.
Esta gran discrepancia, que tiene mucho que ver con los lugares
escogidos por las autoridades chinas para establecer las estaciones de
control, la mayoría en la periferia o en parques, ha provocado dos
cosas: por un lado, que ciudadanos con la capacidad adquisitiva
suficiente hayan adquirido sus propios aparatos de medición, cuyos
resultados publican en Weibo, el Twitter chino; por el otro, que las
autoridades chinas, temerosas de que su información pierda toda
credibilidad, lancen un curioso órdago diplomático.
A primeros de junio, el viceministro de Medio Ambiente, Wu Xiaoqing,
tachó de "ilegales" las mediciones realizadas por Embajadas y
Consulados, y citó la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas,
que obliga al personal diplomático a respetar la legislación local,
para exigir a sus responsables que dejen de publicar las cifras de la
controversia.
En la discrepancia influye el lugar escogido para las estaciones de control, en la periferia o en parques
Como Wu no ha tenido ningún éxito y Twitter sigue dejando en
evidencia al Gobierno cada hora, cabe la posibilidad de que China decida
aprobar cuanto antes la ley que regulará la monitorización de la
contaminación, cuyo borrador presentó en 2009 para que el público diese
su opinión. En el artículo 81 estipula que, “sin autorización previa,
ninguna organización o individual podrá publicar datos sobre la calidad
del aire”. Así, el Gobierno se haría con el monopolio del control de la
contaminación. Pero cabe la posibilidad de que la bomba le estalle al
Ejecutivo en la cara, y que la prohibición anime a más internautas a
enzarzarse en "la guerra de los días azules".
Sin duda, este se ha convertido en un gran elemento de fricción entre
una población cada vez más concienciada sobre los efectos nocivos de
las emisiones de gases contaminantes y el Gobierno, que reitera la
condición de "país en vías de desarrollo" de China para descartar la
implementación de estándares propios de los países desarrollados. La
industria todavía no está lo suficientemente avanzada en lo tecnológico
como para implantar estándares de emisiones más estrictos, aseguran los
líderes del Partido Comunista.
No obstante, un reciente estudio realizado por el Centro Conjunto de
Investigación de la Comisión Europea, asegura que las emisiones per cápita
de la población china crecieron en 2011 un 9%, hasta alcanzar 7,2
toneladas, una cantidad que equipara a los chinos con los europeos -de
media, nosotros emitimos 7,5 toneladas por cabeza-. La cifra está
todavía lejos de las 17,3 toneladas de CO2 que emiten los
estadounidenses, los ciudadanos más contaminantes del planeta, pero en
términos absolutos hace ya seis años que China superó a la potencia
americana, y la brecha continúa ensanchándose.
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