Son casi las seis de la tarde del 7 de julio. Suena un mensaje en el
móvil: “Se ha superado el umbral de información a la población por ozono
en la estación Juan Carlos I a las 17:00 con un valor de 191 microg/m3.
La tendencia es a empeorar”. Si uno recibe esta información mientras
está sentado en una terraza de la otra punta de Madrid,
no se preocupará. Pero si ha estado corriendo por el parque Juan Carlos
I, donde está la estación que mide los niveles de este contaminante,
seguro que se preguntará qué sentido tiene enterarse a posteriori,
cuando la actividad física le ha hecho inhalar mucho más aire sucio que
en reposo.
Los expertos que conocen los efectos nocivos para la salud del ozono
troposférico —también llamado ozono malo, frente al estratosférico, que
hace de filtro de la radiación ultravioleta— también se preguntan por
qué las Administraciones no informan mejor a los ciudadanos cuando los
niveles de contaminación superan los límites de protección a la salud.
El Ayuntamiento de Madrid tiene sistemas para informar: un servicio de
SMS al que uno se puede suscribir y que alerta de estas situaciones,
aunque con cierto retraso. En Andalucía, varias ciudades tienen paneles
informativos en la calle, pero son insuficientes puesto que solo cubren
algunos puntos.
“Es preocupante la desidia de las Administraciones. La información
sobre la contaminación es de suma importancia puesto que salva vidas”,
asegura Federico Velázquez de Castro, doctor en Ciencias Químicas en la
Universidad Complutense de Madrid y autor de varios estudios sobre el
ozono. Este experto participó en un trabajo que relacionaba calor y
mortalidad en Sevilla en el que se apreció que las mayores
concentraciones de ozono afectaban más a los hombres, que pasaban más
tiempo en el exterior.
El ozono es propio del verano. Se trata de un contaminante
secundario, que se forma cuando otros gases tóxicos (principalmente los
óxidos de nitrógeno procedentes del tráfico) reaccionan con la radiación
solar. España, como otros países mediterráneos en los que se dan altas
temperaturas y muchas horas de insolación, sufre como pocos el ozono. Un
informe de la Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA) con datos de
2012 constató que España fue el país de la UE que más veces rebasó los niveles
saludables de este gas irritante. No es fácil advertirlo: no forma la
clásica boina que adorna la capital durante los anticiclones; ni se ve,
ni se huele.
El ozono, además, aparece donde nadie sospecharía: lejos de los tubos
de escape que asfixian el centro de las ciudades. En parques urbanos, a
las afueras o en municipios en los alrededores de las urbes.
Ecologistas en Acción lleva años pidiendo a los Ayuntamientos que
informen a los ciudadanos de los niveles de contaminación en tiempo
real. En Madrid,
por ejemplo, sugieren usar paneles, como los que se emplean para las
incidencias del tráfico. “Miles de personas utilizan los parques
públicos como el Retiro o la Casa de Campo para ejercitarse. Hemos
llegado a proponer las zonas donde creemos que estos paneles llegarían a
más personas”, explica Juan García Vicente, portavoz de la
organización.
“Los pacientes con problemas respiratorios son los que más riesgos
presentan y los que más alerta deberían estar a la información sobre
contaminantes ambientales”, asegura el neumólogo Ramón Fernández. El
ozono es la pesadilla veraniega de los asmáticos, puesto que agrava su
enfermedad; además, reduce la función pulmonar, es decir, cuando hay
contaminación se respira más rápido y con menos profundidad. Otros
síntomas son tos, irritación de las vías respiratorias...
La legislación obliga a las autoridades a informar a la población
cuando se supera un determinado umbral, que en el caso del ozono es de
180 microgramos por metro cúbico. Por encima de esa cifra se considera
que hay afectación a la salud. Durante este tipo de alertas, las
autonomías o las ciudades como Madrid recomiendan, generalmente en sus
páginas web, que los grupos de población más sensibles a los efectos del
ozono (niños, ancianos y personas con problemas respiratorios) eviten
“realizar ejercicios o cualquier otro tipo de esfuerzo físico al aire
libre, especialmente en las zonas próximas a las estaciones en las que
se sobrepasa el umbral de información a la población”. Pero, ¿todo el
mundo tiene Internet? ¿Los medios de comunicación a los que se les
mandan difunden los datos en tiempo real?
“Es factible informar en tiempo real en zonas como parques donde hay
ozono. Técnicamente, no es difícil alertar a la población. Además, hay
modelos que dan buenas predicciones a corto plazo, estudiando si hay
situación anticiclónica, la temperatura y la insolación”, explica
Velázquez de Castro, que añade que la contaminación debería formar parte
de la información meteorológica que se da habitualmente en los medios
de comunicación. O que serían necesarias campañas de salud pública, como
las que aconsejan hidratarse en verano. “Pero me consta que las
Administraciones no quieren causar alarma, introducir una variable más
de preocupación”, añade. La subdirectora de Calidad del Aire del
Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Maj-Britt
Larka, asegura que las Administraciones cumplen con su deber de
informar, pero reconoce que la población tiene pocos conocimientos sobre
el ozono. “Con el nuevo plan de calidad del aire queremos que mejore la
información en tiempo real”, añade.
España lidera las clasificaciones europeas en contaminación por
ozono. En 2012, con 168 días en los que se superó el umbral de
protección a la salud, quedó por delante de otros países soleados como
Italia (163) o Grecia (151), según la Agencia Europea del Medio
Ambiente. “La mayor parte del territorio europeo no cumplen con la norma
del ozono”, asegura Xavier Querol, investigador del CSIC y miembro del
comité científico de un informe reciente de la OMS sobre contaminación y
salud. En él se afirma que el ozono “presenta unos claros efectos sobre
la morbilidad y mortalidad de la población”. “Además, se ha demostrado
que no tiene umbral de protección y que a bajos niveles también afecta a
la salud humana de forma muy evidente”, añade. Él también es partidario
de incluir este tipo de información en los partes del tiempo.
Para reducir los niveles de ozono es necesario disminuir las
emisiones de gases precursores: óxidos de nitrógeno, compuestos
orgánicos volátiles, benceno... Básicamente, “hay que reducir el
tráfico”, señala Querol. La UE calcula que en el periodo 2001-2010,
entre el 15% y el 61% de la población urbana en Europa estuvo expuesta a
niveles de ozono por encima de lo recomendado. Con las directrices más
estrictas de la OMS, casi todos los residentes respiraron niveles
excesivos. Muchos ciudadanos siguen respirando aire sucio sin saberlo.
Un gas que viaja kilómetros
El ozono (O3) no entiende de fronteras. Es un gas que viaja
kilómetros arrastrado por el viento y dispara las mediciones en zonas
alejadas de donde se originó. La revista Environmental Science and
Pollution Research publicó hace unos días un trabajo que lo ejemplifica:
los investigadores comprobaron que el ozono del norte de Portugal viaja
hasta Galicia. Quisieron saber cuánta de la contaminación que detecta
la red de calidad del aire gallega procedía de fuentes de emisión
locales y cuánta era transfronteriza.
Para ello diseñaron un sistema de cálculo de contaminación
atmosférica basado en modelos estadísticos y de predicción
meteorológica. “En el norte de Portugal se detectaron episodios de ozono
troposférico de mayor intensidad que en Galicia, por lo que
desarrollamos una colaboración con la Universidad de Aveiro para
investigar posibles sinergias entre los niveles de ozono en Galicia y
norte de Portugal”, declaró a la agencia SINC José Antonio Souto
González, coautor del estudio. Los investigadores concluyeron que la
gestión de la calidad del aire trasciende las fronteras y deben unirse
esfuerzos entre países para disminuir este tipo de polución.
La Agencia Europea del Medio Ambiente asegura en su informe sobre
calidad del aire de 2012 que la discrepancia entre la caída de las
emisiones de gases precursores del ozono y las concentraciones medias de
este gas en Europa tiene que ver con el transporte intercontinental de
O3 en el hemisferio norte, que podrían “enmascarar” el efecto de las
medidas europeas para reducir emisiones.
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