El viejo botxo, durante años una referencia grisácea del progreso económico, la industria y el desarrollismo insostenible, ha transformado su imagen de tal forma que para muchos es irreconocible. Solo el Athletic parece conservarnos en la memoria el Bilbao de antaño.
Recuerdo perfectamente como al llegar a la villa, a cualquier
hora del día, cambiaba el color, se apagaba la luz, incluso el olor era
diferente. Fue durante muchos años el precio que los bilbaínos,
especialmente los de la margen izquierda pagaron por tener al lado de
sus casas, de sus ventanas, los altos hornos, la naval, las fábricas
afines. Y enfrente Algorta y Neguri, las casas limpias de la margen
derecha.
Los trenes que unían la capital con los pueblos de la
zona industrial, hasta Santurce, era igualmente de un color gris,
plomizo y sus vías discurrían junto a entramados de fuego y arrabio,
acero y sudor.
Pero una mañana, hace ya diez años, todo amaneció
verde, limpio, distinto, ya no hay izquierda ahumada, también ha tornado
su color como por una especie de hechizo en verde. Había nacido el
tranvía verde en la ciudad blanca y roja y el león cambió la niebla por
la pradera.
Y junto a la ría de la gabarra y el consulado, hoy
limpia, el tranvía nos traslada durante casi cinco kilómetros desde el
pórtico de San Antón en Atxuri, para seguir por el mercado de la Ribera
hasta la catedral laica de San Mames, bajo la atenta mirada de la
cultura que emana desde el Arriaga y el Guggenheim, y acabar en La
Casilla deportiva.
En estos diez años se ha logrado racionalizar
significativamente lo que antes estaba inconexo, lo que requería
desplazamientos absurdos, innecesarios. Es una forma sensata de
facilitar la vida a los ciudadanos, de contribuir a que el viejo botxo
sea hoy un ejemplo a seguir. EFE
No hay comentarios:
Publicar un comentario