Este hecho
hace que el sector de la edificación haya adquirido especial
protagonismo en las políticas energéticas y de la lucha contra el cambio
climático.
Cristina García
Si hace 20 años, cuando comenzamos a hablar de Desarrollo
Sostenible, alguien nos hubiese hecho responsables de cerca del 30% del
consumo final de la energía y de una gran parte de las emisiones de
gases de efecto invernadero, le hubiésemos tachado de loco. Y sin
embargo es cierto. Nuestros hogares, los colegios de nuestros hijos, la
oficina, los hospitales o los centros de ocio, se comportan como un gran
sumidero energético altamente ineficiente.
Este hecho hace que el sector de la edificación haya adquirido
especial protagonismo en las políticas energéticas y de la lucha contra
el cambio climático. En este sentido, la apuesta euro-pea por conseguir
un 20% de ahorro energético y una reducción del 20% de las emisiones de
CO2 para 2020, supondrá que nuestros edificios deberán reducir su
consumo en 165 millones de toneladas equivalentes de petróleo y generar
otras 50 utilizando solo fuentes renovables.
Para conseguirlo, deberemos centrarnos en aquellos instrumentos que
mayores reducciones de CO2 consigan, sin olvidar el factor decisivo de
la rentabilidad. En este contexto, la eficiencia se convierte sin duda en la mejor oportunidad de inversión.
Y así han querido ponerlo de manifiesto las 12 empresas que han liderado durante 2009 el Grupo de Trabajo de Construcción Sostenible de la Fundación Entorno.
A través de un riguroso análisis se ha podido demostrar la viabilidad
económica de varios proyectos de obra nueva y rehabilitación con objeto
de conseguir edificios de máxima calificación energética.
A pesar de que los resultados arrojan periodos de retorno muy
atractivos, la implantación efectiva de este tipo de proyectos necesita
un cambio en el modelo edificatorio. Un modelo en el que la eficiencia energética sea un valor en el mercado y
que permita que la comunidad financiera apoye las inversiones
necesarias, que los arquitectos e ingenieros reorienten sus proyectos,
que los proveedores de materiales y equipamiento ofrezcan productos que
hagan viables dichos diseños, que los propietarios y arrendatarios
valoren este tipo de medidas y que el sector energético apoye una
distribución y generación inteligente por y para los edificios.
Sería un modelo en el que todos trabajáramos de forma conjunta para maximizar el potencial de cada uno, apoyados por una administración pública que desarrollara políticas y marcos normativos efectivos.
Todo apunta a que la oportunidad está en la rehabilitación energética del parque inmobiliario existente. Pero se requiere una escala óptima.
Una escala que permita llegar a tiempo a nuestros compromisos de
reducción de emisiones, que permita abordar los problemas sociales que
conlleva y que permita superar las barreras legales para su ejecución.
Estamos ante retos ineludibles donde dudar significa perder oportunidades.
Esperamos que las propuestas que recomendamos en este informe estimulen
nuevas maneras de pensar y desencadenen los cambios necesarios.

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