Los
ecosistemas ibéricos, al igual que todos los mediterráneos, han sido
profundamente alterados desde hace miles de años por la acción humana.
Sin embargo, la gestión tradicional de estos ecosistemas ha permitido
que la fauna
ECOticias.
Todos los ecosistemas de la tierra han sufrido en mayor o menor
medida la intervención de las poblaciones humanas. En algunos
ecosistemas, como los urbanos, la presión humana es tal que es imposible
reconocer su aspecto original. Otros, como las plantaciones forestales
de eucaliptos o los cultivos herbáceos intensivos de invernadero tampoco
dejan casi hueco a la vegetación natural. Los humanos también hemos
sido agentes activos en la extinción de especies, devastando ecosistemas
y produciendo la consiguiente pérdida de biodiversidad. Pero no toda la
acción humana debe considerarse perjudicial para la biodiversidad, ya
que existen numerosos ejemplos de agroecosistemas bajo manejo
tradicional, como las dehesas o los pastos de montaña que combinan la
producción económica con el mantenimiento de la diversidad biológica.
Este aprovechamiento sostenible ha permitido la convivencia del hombre
con la naturaleza circundante.
Los ecosistemas ibéricos, al igual que todos los mediterráneos, han
sido profundamente alterados desde hace miles de años por la acción
humana. Sin embargo, la gestión tradicional de estos ecosistemas ha
permitido que la fauna y flora silvestre sobrevivan en muchos de ellos.
Estas formas de manejo han contribuido a la generación y conservación de
la diversidad biológica actual mediante la manipulación de plantas,
animales, hábitats y ecosistemas. El resultado es un paisaje con
estructura de mosaico, en el que se alternan pastos con matorrales,
bosques, dehesas, setos y cultivos. En esta gran variedad de ambientes
puede encontrarse una riquísima biodiversidad, muchas veces mayor que la
de zonas dominadas por un único ecosistema maduro, ya que cada parcela
del mosaico alberga a las especies típicas de ese ecosistema y también
otras más generalistas.
LA LABOR DE LAS POBLACIONES LOCALES
Tradicionalmente, las poblaciones locales han favorecido estos
paisajes en mosaico, ya que la diversidad de recursos era fundamental
para obtener los alimentos, medicinas, maderas o forrajes necesarios
para la supervivencia. Por ejemplo, setos y lindes dan cobijo a especies
como el orégano (Origanum vulgare), tan valorado para dar sabor a los
alimentos, mientras que los pastos de montaña además de alimentar al
ganado albergan especies medicinales como el regaliz de montaña
(Trifolium alpinum). De este modo la actividad humana modela el paisaje,
favoreciendo a unas u otras especies según interesen, por lo que la
presencia de muchas plantas está ligada a las prácticas agroecológicas
locales. Su abandono puede por tanto tener consecuencias imprevistas y
negativas para la biodiversidad.
Por otro lado, los humanos somos agentes activos generadores de
biodiversidad. Mediante la domesticación de especies vegetales, se han
seleccionado cientos de miles de cultivares o variedades. De entre todas
estas cultivariedades, destacan las denominadas variedades
tradicionales que están adaptadas a las necesidades culturales y
condiciones ambientales propias de cada lugar. Constituyen un patrimonio
cultural y biológico que ha asegurado la autosuficiencia y soberanía
alimentaria de los pueblos. Sin embargo, en las últimas décadas se está
produciendo una progresiva pérdida de esta agrobiodiversidad. Las
variedades tradicionales están siendo sustituidas por variedades
comerciales mejoradas en centros de investigación o por compañías de
semillas que generalmente son más productivas, pero con una diversidad
genética mucho menor que las variedades tradicionales creadas por los
agricultores.
La conservación de la diversidad ha sido una estrategia fundamental
para las poblaciones que subsistían con los recursos locales, sobre todo
en zonas de montaña como la Sierra Norte de Madrid (Aceituno 2010).
Depender de la tierra y el clima en una zona de montaña, con suelos
pobres y temperaturas extremas era muy arriesgado. Esta situación se
superaba gracias a la diversificación de los recursos y el conocimiento
ecológico tradicional. Bosques, dehesas, jarales y pastizales permitían
el mantenimiento de una cabaña ganadera de cabras y ovejas, proveían de
leña, plantas silvestres comestibles, medicinales y un sinfín de
utensilios. Los campos de cultivo alrededor de los pueblos proveían de
grano, patatas, hortalizas y forrajes y a su vez eran fertilizados con
el estiércol de la cabaña ganadera. Cada familia rotaba entre sus fincas
distintos cultivos. De las especies más importantes para la
alimentación, como las judías, patatas o manzanos, se cultivaban
numerosas variedades.
De esta forma se hacía frente a las cambiantes e irregulares
condiciones meteorológicas y a las perturbaciones ambientales, pues al
menos se obtenía cosecha de alguna de las variedades. Por otro lado, la
diversidad permitía disponer de fruta todo el año, ya que cada variedad
frutal tenía una época de maduración distinta. Algunas variedades de
manzana y pera se conservaban almacenadas y no completaban su maduración
hasta tres o cuatro meses después de haberse cosechado. Además, cocinar
distintas variedades era una forma de dar diversidad a la dieta y
cambiar de textura, sabor y color en el plato. En resumen, como apuntan
Brush (1995) y Nazarea (1998), en las comunidades tradicionales existe
una preferencia cultural por la diversidad.
El conocimiento ecológico tradicional está tan íntimamente ligado a
la diversidad biológica, que según algunos estudios las zonas de mayor
diversidad biológica del mundo coinciden con aquellas de mayor
diversidad cultural y lingüística. Tanto es así que hoy en día es cada
vez más común hablar de diversidad biocultural o biodiversidad cultural
(Maffi 2001). Los paisajes y sistemas tradicionales de manejo de los
ecosistemas, los conocimientos, prácticas y creencias sobre plantas,
animales y suelos, o los procesos de selección de plantas y los
cultivares o variedades de cultivo a las que dan lugar, conforman la
diversidad biocultural. Los seres humanos somos un elemento más de la
naturaleza, aunque juguemos un papel esencial en la estructura y
funcionamiento de la mayor parte de los ecosistemas.
EL CONOCIMIENTO ECOLÓGICO TRADICIONAL
Todas estas prácticas culturales que hemos comentado se basan en el llamado conocimiento ecológico tradicional (Traditional Ecological Knowledge o
TEK según sus siglas en inglés), definido por F. Berkes (1999), uno de
los investigadores más prestigiosos del tema, como “un cuerpo
acumulativo de conocimientos, prácticas y creencias que evoluciona a
través de procesos adaptativos y que es transmitido mediante formas
culturales de una generación a otra, acerca de las relaciones entre
seres vivos, incluyendo los seres humanos, y de los seres vivos con su
medio ambiente”. También es conocido como conocimiento ecológico local,
conocimiento indígena o conocimiento popular.
Este tipo de saberes es característico de los pueblos indígenas y las
culturas rurales que dependen de los recursos naturales locales para su
subsistencia y han mantenido durante generaciones las prácticas de uso
de estos recursos. Su conocimiento se basa en el contacto directo con la
naturaleza a lo largo de siglos, adaptando los recursos locales a las
necesidades culturales. Incluye tanto los saberes locales sobre la
biodiversidad (plantas, animales y otros seres vivos), como sobre la
geodiversidad (suelo, minerales, rocas, agua), y continúa con la
comprensión de los procesos o relaciones funcionales de los ecosistemas.
El conocimiento ecológico tradicional, al igual que el científico,
surge como resultado de un proceso acumulativo y dinámico de
experiencias prácticas y de adaptación al cambio. Gracias al
conocimiento tradicional las comunidades han adquirido un elevado nivel
de resiliencia, ya que no sólo se transmiten los conocimientos
acumulados de generación en generación, sino también la actitud de
continua adaptación a los cambios y perturbaciones del entorno. Además,
las creencias y conocimientos compartidos promueven la cohesión social
(Gómez-Baggethun et al. 2012).
No es por tanto un conocimiento estático, como pudiera sugerir el
término tradicional. Se trata de un proceso constante de transformación y
adquisición de nuevos conocimientos. De esta forma se adapta a las
circunstancias adoptando nuevas especies y técnicas y rechazando otras.
Por ejemplo el cultivo del eucalipto (Eucalyptus globulus) se introdujo
en Cantabria a finales del siglo XIX y en pocos años pasó a ser una
especie fundamental de la farmacopea local (Pardo de Santayana 2004).
La pérdida del conocimiento tradicional
Hasta hace pocos años estos conocimientos eran imprescindibles para
la vida diaria y se transmitían oralmente de generación en generación.
En España su ocaso se inició en la década de los cincuenta del pasado
siglo pues comenzó la industrialización y el desarrollo económico que
provocaron el abandono del campo, especialmente de las áreas marginales y
poco productivas. Las zonas rurales se despoblaron con la mecanización
del campo y la economía de mercado hizo que se abandonaran gran parte de
las prácticas tradicionales de manejo de los recursos naturales por su
baja productividad (Naredo 2004). En España, este proceso ha sido más
tardío que en otros países europeos y aún quedan vestigios del manejo
tradicional de los agroecosistemas, principalmente en zonas
desfavorecidas y de montaña (Acosta y Díaz 2008). Con el abandono de
muchas de estas prácticas los conocimientos perdieron su interés para
quien los practicaba, así que se dejaron de transmitirse.
Muchas especies han dejado de usarse o han cambiado su uso. La ruda por ejemplo (Ruta chalepensis y
otras), es una especie medicinal muy utilizada desde la Edad Media que
en los últimos 50 años ha perdido popularidad. Sin embargo no es raro
encontrarla en huertos y jardines con una función más bien ornamental.
Esto mismo parece haber ocurrido con otras plantas medicinales que
actualmente se usan sobre todo con fines ornamentales, como la azucena (Lilium candidum) o el lirio (Iris germanica) (Morales et al. 2011).
Sin embargo, la erosión cultural afecta en mayor grado a unos tipos
de uso que a otras. Como se demostró en un estudio en la Sierra Norte de
Madrid (Aceituno 2010), los usos tecnológicos, muy importantes en la
cultura tradicional hasta mediados del siglo XX, apenas se mantienen en
la actualidad. El acceso generalizado a bienes manufacturados y materias
primas como el plástico ha relegado el uso de las plantas a un papel
testimonial en la cultura material. Por el contrario, muchos usos
alimentarios siguen manteniéndose vigentes en la actualidad, ya que los
sabores y costumbres culinarias son insustituibles y están profundamente
arraigados en la identidad cultural.
En algunos casos hemos encontrado que las prácticas tradicionales no
sólo se mantienen sino que se han revitalizado. Es el caso del consumo
de determinados alimentos silvestres (cardillos, Scolymus hispanicus, collejas, Silene vulgaris), infusiones digestivas (té de roca, Jasonia glutinosa, té del puerto, Sideritis hyssopifolia), o de licores caseros (pacharán, Prunus spinosa,
licores de hierbas como la ratafía). Esta tendencia de recuperación del
consumo de productos locales parece estar asociada a diversos factores:
a) la valoración de lo propio, b) el incremento de la demanda del
turismo rural y c) una mayor preocupación por parte de algunos
colectivos por llevar un modo de vida más “natural” y evitar los riesgos
para la salud que conlleva el consumo de alimentos industriales y
medicamentos (Quave et al. 2012).
Importancia del conocimiento tradicional
Hasta hace tan solo unas décadas este tipo de conocimiento era
considerado rudimentario y superfluo por lo que únicamente despertaba el
interés de algunos etnógrafos y antropólogos. Hoy en día, desde ámbitos
muy diversos como el académico, político o social (grupos indígenas,
ONG y el público en general), cada vez se reconoce más su importancia.
Actualmente se admite que muchas de estas prácticas tradicionales de
manejo del ecosistema han contribuido al uso sostenible de los recursos
naturales (Gómez-Baggethun et al. 2010), a la conservación de la
biodiversidad silvestre y cultivada e incluso a la mejora de la
productividad agrícola. Además, el conocimiento etnobiológico sobre los
recursos silvestres alimentarios y medicinales sigue contribuyendo a la
salud y nutrición de muchas poblaciones, especialmente de las más
vulnerables. Estos conocimientos también son de vital importancia en
épocas de escasez asociadas a guerras o periodos de sequía. Incluso
existen estudios que han puesto de manifiesto que las personas con mayor
conocimiento ecológico local gozan de una mejor salud general. Tampoco
debe olvidarse su aportación a la medicina moderna, que ha incorporado
muchos de los conocimientos tradicionales sobre plantas medicinales o a
la bromatología, señalando alimentos silvestres para su posterior
estudio. (Morales et al. 2011).
Los conocimientos tradicionales son además parte sustantiva de la
identidad y personalidad cultural de cada pueblo pues reflejan la vida
cotidiana de la comunidad y representan su especificidad. Ayudan a
conferir cohesión al grupo y transmiten emociones mediante signos
comprendidos por sus miembros. Estos bienes son de gran aprecio social,
ya que representan a toda la sociedad sin restringirse a un sector en
concreto (Pardo de Santayana y Gómez Pellón 2003).
Sin duda la inclusión de los conocimientos tradicionales en el
Convenio de Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica de 1992 fue
fundamental para su reconocimiento y valoración. El Convenio reconoce la
estrecha dependencia de muchas comunidades locales y poblaciones
indígenas que tienen sistemas de vida tradicionales basados en los
recursos biológicos. En el artículo 8j se establece que las Partes
Contratantes respetarán, preservarán y promoverán los conocimientos
tradicionales que entrañen estilos de vida pertinentes para la
conservación y la utilización sostenible de la diversidad biológica.
Para ello se deberá contar con la aprobación y la participación de
quienes posean esos conocimientos y se fomentará que los beneficios
derivados de su utilización sean compartidos equitativamente. También se
hace hincapié en la necesidad de protección y promoción de la
utilización consuetudinaria de los recursos biológicos, de conformidad
con las prácticas culturales tradicionales sostenibles.
El estudio del conocimiento tradicional
La Etnobiología y la Etnoecología son las disciplinas que estudian
los conocimientos, prácticas y creencias de los distintos grupos humanos
sobre su ambiente (Reyes-García y Martí 2007). Según algunos autores,
la Etnobiología, se ocupa sólo de la parte biológica de los ecosistemas y
es una subdisciplina de la Etnoecología. La Etnobiología a su vez
incluye subdisciplinas si el objeto de estudio se limita a las
interacciones entre las culturas humanas y la diversidad vegetal
(Etnobotánica), fúngica (Etnomicología) y animal (Etnozoología) (Martin
1995).
Nosotros empleamos el término Etnobiología en su sentido amplio,
sinónimo de Etnoecología, siguiendo la tradición de sociedades
internacionales interesadas en el conocimiento tradicional, como la International Society of Ethnobiology y revistas como el Journal of Ethnobiology o el reciente libro Ethnobiology
(Anderson et al. 2011). Es por tanto la disciplina que aglutina los
estudios etnocientíficos (etnobotánica, etnozoología, etnoveterinaria,
etnoecología, etnomedicina, etnoagroecología, etnometeorología o
etnoedafología), tanto los centrados en los aspectos biológicos como los
físicos y los culturales y la interrelación de todos ellos. Es una
ciencia integradora y de suma relevancia, dado que no se concibe un
manejo moderno de los ecosistemas sin tener en cuenta los conocimientos
adquiridos durante muchas generaciones, fruto de un continuo ensayo
vital, en contacto directo con la naturaleza.
EL CONOCIMIENTO TRADICIONAL EN ESPAÑA
España es uno de los países más ricos en especies vegetales y
animales de Europa. La Península Ibérica e Islas Baleares tienen la
flora y fauna más diversa de todos los territorios europeos, con unos
7.500 taxones de especies vasculares y unas 60.000 especies animales
(Morales et al. 2011, Ramos et al. 2001). A esto hay que añadir la flora
y fauna de Canarias, que pertenece a otro ámbito geográfico, el
macaronésico, con una gran riqueza de endemismos. Esta elevada
biodiversidad se ha originado debido a la gran variabilidad geológica,
climática, geográfica y edafológica del territorio. Desde el punto de
vista cultural y lingüístico también disfrutamos de una importante
diversidad. Íberos, celtas, fenicios, griegos, romanos, árabes y muchos
otros pueblos han habitado la Península y han dejado su impronta en las
gentes que habitan hoy España. La combinación de la diversidad biológica
y esa riqueza cultural, configurada por los diferentes pueblos que han
vivido y viven en nuestro país, ha dado como resultado una gran
diversidad biocultural.
Esta riqueza de saberes locales ha atraído desde finales del siglo
XIX a etnógrafos, antropólogos, médicos y biólogos. De entre los
primeros estudios, destacan los de medicina folk o medicina popular y
los de antropología médica (Barriola 1952, López Dóriga 1890). Estos
trabajos incluyen catálogos de remedios populares, pero suelen carecer
de una precisa identificación de las plantas y animales. Una excepción a
esta falta de precisión botánica fue la del botánico aragonés José
Pardo Sastrón (1822–1909), que junto con Pío Font Quer es considerado
uno de los pioneros de la etnobotánica en España (Saénz Guallar 2000).
Pardo publicó un catálogo sobre las plantas de su pueblo natal
(Torrecilla de Alcañiz, Teruel) en el que recogió los nombres y usos
populares de más de 400 plantas (Pardo Sastrón 1895, 1901). Font Quer
(1888–1964) también mostró un gran interés en el conocimiento
tradicional. En sus viajes botánicos solía hablar con los paisanos y
registrar los nombres y usos de las plantas. Publicó un artículo
titulado “La ciència d'en Sovatger (cazador de cabras)” cuyo título
implica la valoración del conocimiento popular y sin duda es un
antecedente de la idea de las etnociencias (Font Quer 1916). De hecho,
la primera publicación española en la que hemos encontrado el término
etnobotánica es en la biografía que Bolòs y Bolòs (1968) dedicaron a
Font Quer después de su muerte.
Los estudios etnobiológicos sistemáticos y con identificaciones
contrastables, sin embargo, no se generalizaron hasta los años 80 del
siglo XX. Desde entonces, la etnobiología y sobre todo la etnobotánica,
han crecido exponencialmente, apareciendo grupos de investigación en
numerosas universidades y centros de investigación (por ejemplo, Jardín
Botánico de Castilla-La Mancha, Jardín Botánico de Córdoba, Universidad
Autónoma de Madrid-IMIDRA-Real Jardín Botánico-CSIC, Universidad de
Alicante, Universidad de Extremadura, Universidad de Granada,
Universidad de Murcia, Universitat Autònoma de Barcelona, Universitat de
Barcelona).
Este gran interés ha sido fundamental para que hoy en día España sea
junto con Italia uno de los países europeos con más estudios
etnobiológicos (Pardo de Santayana et al. 2010). En las últimas dos
décadas se han leído más de 30 tesis doctorales sobre esta temática, y
se han realizado numerosos estudios dentro y fuera de las instituciones
académicas. Se trata tanto de estudios etnoflorísticos de una comarca
(Aceituno 2010, Bonet 2001), investigaciones etnobotánicas sobre un
aspecto concreto, como las plantas medicinales o de uso alimentario de
una comarca o una provincia entera (Akerreta 2009, González-Tejero 1989;
Tardío et al. 2002), o incluso de una única especie (Molina et al.
2009, Polo et al. 2009). La mayoría se restringen a las plantas, pero
también hay algunos que se interesan por los animales, sobre todo por
sus usos medicinales y comestibles (Fajardo 2008, Vallejo 2008).
Todos estos trabajos permiten conocer bien la diversidad de
conocimientos, usos y prácticas etnobiológicas en España, especialmente
de las especies vegetales y en menor medida de los animales. Hace más de
10 años todos aquellos que se dedicaban entonces a la etnobotánica en
España elaboraron un catálogo etnoflorístico que recogía el uso de más
de 2500 especies vegetales para la Península Ibérica e Islas Baleares,
algo más de un tercio del total de la flora ibérica (Hernández Bermejo
2009). Este porcentaje es similar al hallado en algunas de las comarcas
ibéricas estudiadas, como la Campiña de Jaén (31,25%, Casado 2004) o el
Poniente Granadino (28,02%, Benítez 2009).
De entre todas las especies silvestres utilizadas merece destacar el
uso de las plantas endémicas. El número de endemismos vegetales
empleados varía entre comarcas y puede suponer un porcentaje importante
de las especies utilizadas. Por ejemplo, en el Poniente Granadino se
empleaban 43 especies, un 11 % de todas las plantas útiles de la zona
(Benítez 2009). Entre las especies endémicas utilizadas podemos citar
condimentarias, como la ajedrea (Satureja intricata), exclusiva del centro de España (Fajardo et al., 2007) o medicinales como la manzanilla de Gredos, endemismo de esta sierra (Santolina oblongifolia) (Pardo de Santayana y Morales 2010).
Sin embargo, generalmente se utilizan especies de amplia
distribución, presentes en muchas zonas. De hecho, entre las plantas
silvestres comestibles y las medicinales existe un alto porcentaje de
especies arvenses (Stepp y Moerman 2001, Tardío 2010), de amplia
distribución. Algunas especies comestibles como las moras (Rubus spp.) o el espárrago triguero (Asparagus acutifolius), y medicinales como la malva (Malva sylvestris) son comunes en gran parte del territorio y se aprecian allá donde viven. En otros casos como el orégano (Origanum vulgare) o el romero (Rosmarinus officinalis),
se usan en toda su área natural; y es tan generalizada su apreciación
que en el caso de no disponer de ellas, se cultivan en el huerto.
No obstante, el hecho de estar ampliamente distribuidas no indica
necesariamente que sean ampliamente usadas. Hay plantas que, pese a
vivir en muchos sitios, sólo son consumidas en algunas zonas. Por
ejemplo, la romaza (Rumex pulcher) o el lupio (Tamus communis)
se encuentran en la mayoría de las regiones de la Península, sin
embargo su consumo se restringe sólo a algunas zonas (Tardío et al.
2006).
Como ya hemos dicho, la mayoría de las plantas de uso tradicional son
abundantes y su uso no ha supuesto su sobreexplotación. Sin embargo, se
conocen algunos casos en los que la recolección excesiva ha llevado al
uso insostenible de los recursos. En el caso de la manzanilla de Sierra
Nevada (Artemisia granatensis), endemismo de esta sierra, su
alta demanda y precio provocó la disminución de sus poblaciones
naturales hasta llegar a poner en peligro su viabilidad, por lo que fue
protegida en 1982 (Pardo de Santayana y Morales 2010).
Afortunadamente, este ejemplo es más la excepción que la regla. En
muchas ocasiones la población local es capaz de desarrollar estrategias
que favorezcan el uso sostenible de los recursos menos abundantes. El
antojil o helecho real (Osmunda regalis) es muy apreciado en
Cantabria, donde se emplea su rizoma con fines medicinales. En un
estudio etnobotánico realizado en esta zona se constató que algunos
recolectores estaban preocupados por haber detectado una disminución de
la especie, que ligaban a un incremento en su demanda. Para evitar la
sobreexplotación de este helecho se habían desarrollado diferentes
estrategias: cultivarlo en los huertos, recoger sólo un trozo de rizoma
para permitir su regeneración, guardar en secreto los lugares de
recolección o recolectarla en otras provincias donde es más abundante
(Molina et al. 2009).
Atendiendo a las categorías de uso, las plantas medicinales, con al
menos 1200 especies utilizadas (Fernández y Amezcúa 2007), y las plantas
silvestres comestibles (Morales et al. 2011), con cerca de 500 especies
en la España peninsular, son las categorías que reúnen un mayor número.
La importancia de estos dos grupos también queda reflejada a nivel
regional, como se observa en los trabajos etnobotánicos realizados. En
Campoo (Cantabria), por ejemplo, se empleaban 154 especies en la
medicina humana y 129 en la alimentación (Pardo de Santayana 2008). Otra
categoría muy importante es la alimentación animal que en Los Villares y
Valdepeñas (Jaén) resultó ser la más importante, con 204 especies que
constituyen el 44,06% del total de especies útiles (Ortuño, 2003). Por
último las plantas de uso tecnológico también han sido fundamentales
pues proveían entre otras cosas de leña y de la materia prima para
construcción y elaboración de muebles, vehículos, o para numerosos
instrumentos (cucharas, mangos, vasos, herramientas, juegos, figuras,
cestos, etc.). Su diversidad es enorme, y por ejemplo en España se han
utilizado cerca de 100 especies diferentes solo para la elaboración de
escobas.
Dado que el conocimiento tradicional sobre las plantas medicinales y
alimentarias se ha estudiado más profundamente, a continuación se
exponen algunos datos generales sobre su diversidad y sobre su
importancia actual y en el pasado.
Las plantas medicinales de uso tradicional El conocimiento sobre las
plantas medicinales es sin duda el aspecto mejor conocido de los saberes
ecológicos tradicionales de nuestro país. Según una revisión reciente
de las plantas medicinales de uso popular en España (Fernández y Amezcúa
2007), el número de especies empleadas ronda las 1200, más del 15% de
la flora ibérica. Se trata sin duda de una estimación a la baja, pues la
revisión sólo incluye una selección de estudios. De los territorios
estudiados, el Pallars (Pirineo Catalán) es la zona en la que se ha
registrado una mayor riqueza de plantas medicinales, con más de 400
especies utilizadas (Agelet y Vallès 2001). Además, debe tenerse en
cuenta que el número de especies utilizadas es un pobre indicador del
conocimiento etnobiológico local, ya que cada planta puede servir para
tratar varias enfermedades y de cada especie pueden usarse distintas
partes en diferentes formas de preparación y administración. Por todo
ello, el número de remedios empleados siempre es considerablemente
superior que el número de especies registradas. Por ejemplo, en Campoo
(Cantabria) con las 160 especies usadas se preparaban 439 remedios
diferentes (Pardo de Santayana 2008).
Aunque el número de remedios de origen animal y mineral es siempre
muy inferior al de plantas, las farmacopeas locales contienen siempre un
buen número de este tipo de medicamentos (Benítez et al. 2012, Peral et
al. 2009). En el Poniente Granadino, por ejemplo se usaban remedios
elaborados con 26 especies animales diferentes, incluida la leche de
burra o incluso de mujer y las grasas de varias especies.
Las plantas, animales, minerales o incluso las aguas medicinales se
usaban principalmente para curar a las personas, pero también eran muy
importantes para curar a los animales. Por ejemplo, en Campoo se
empleaban 154 especies vegetales para la medicina humana y 86 para la
animal (Pardo de Santayana, 2008) y 229 y 60 en el oriente de la
provincia de Granada respectivamente (Benítez et al. 2010, 2012).
Los remedios tradicionales se han usado sobre todo para enfermedades
comunes como los catarros, neumonías, diarreas, molestias estomacales e
intestinales, afecciones circulatorias, heridas, torceduras o dolores
musculares en general (Aceituno 2010). En las casas solía haber siempre
algunas plantas vulnerarias y otras para el tratamiento de dolencias
frecuentes del aparato respiratorio y digestivo que servían de botiquín
familiar. Para dolencias más específicas se recurría al curandero o al
médico. En todas las zonas había curanderos o personas con un gran
conocimiento de la farmacopea local. Uno de los primeros estudios
etnobiológicos modernos llevado a cabo en Aragón por José María Palacín
(1994) encontró tres mujeres que conocían más de 100 plantas
medicinales. De éstas, una conocía 230 plantas medicinales, 31 animales y
29 minerales con los que preparaba más de 1450 remedios. Se trata sin
duda de algo excepcional que demuestra lo profundo que puede llegar a
ser el saber popular. Conseguir recopilar tanta información es una tarea
ardua, pues la mujer fue entrevistada 69 veces en un periodo de seis
años.
Pese a la tendencia a la sustitución de muchos remedios tradicionales
por medicamentos, sobre todo en las ciudades, los estudios
etnobotánicos y epidemiológicos demuestran que el conocimiento
etnofarmacológico sigue siendo relevante en el ámbito rural e incluso en
el urbano. Plantas silvestres o cultivadas como la manzanilla (Chamaemelum nobile o Matricaria recutita, entre otras), la hierba luisa (Aloysia triphylla), el poleo (Mentha pulegium), la tila (Tilia platyphyllos principalmente) o el tomillo (Thymus vulgaris y
otras especies del género) siguen siendo ampliamente usadas (Devesa et
al. 2004; Peral et al. 2009). Según un estudio llevado a cabo en Gandía
(Valencia), el 14% de los entrevistados recolectaban plantas medicinales
y el 11% las obtenían de parientes o amigos que se las conseguían
(Devesa et al. 2004). En ciudades como Barcelona, lo normal es
comprarlas en herbolarios o mercados y la tradición parece ser el origen
de su conocimiento. Por ejemplo, el 43% de los entrevistados en un
centro de salud de las afueras de Barcelona dijeron que las consumían
por tradición familiar (Bauiles et al. 2004).
Aunque el uso de estas plantas suele ser seguro, se han registrado
algunos casos de intoxicación ligados al mal uso de las mismas. En
Extremadura se han detectado dos envenenamientos, uno de ellos mortal,
por el consumo de Atractylis gummifera, conocido allí como
cardo de arzolla. Al parecer se consumieron por equivocación las raíces
de esta especie en vez de las de Centaurea ornata, también denominada
cardo de arzolla (Vallejo et al. 2009). El uso de estos remedios
requiere que se conozcan bien, y la pérdida del conocimiento tradicional
junto a la creciente tendencia a la automedicación, y la percepción de
que los remedios naturales son siempre seguros y sin efectos
secundarios, hace que el riesgo de que su consumo pueda ocasionar
efectos no deseados sea considerable. Además mucha gente oculta el
empleo de remedios populares cuando visita al médico, dado el rechazo
mostrado por muchos profesionales de la salud hacia estos remedios. Para
evitar estos riesgos, es fundamental que los profesionales de la salud
adopten actitudes más abiertas hacia este tipo de prácticas ligadas a
los conocimientos tradicionales (Haro 2000).
Las plantas silvestres alimentarias de uso tradicional
Aunque desde hace siglos la base de la alimentación en España son las
plantas cultivadas, el consumo de verduras y frutos silvestres ha sido
un recurso de gran importancia hasta hace tan sólo unas décadas. Las
plantas silvestres comestibles han enriquecido la dieta de las
poblaciones locales, pues gracias a su alto contenido en sustancias
bioactivas como vitaminas, minerales, fibra, ácidos grasos esenciales y
compuestos antioxidantes, su consumo tiene una influencia positiva en la
salud. Por este motivo no sólo tienen relevancia en épocas de escasez,
sino que su empleo puede contribuir a diversificar nuestra dieta actual,
restringida a un número muy reducido de especies cultivadas, así como
prevenir el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y distintos
tipos de cáncer (Tardío 2011).
Según nuestras propias estimaciones, al menos un 6,4 % de las
especies ibéricas se han usado en la alimentación en las diversas
categorías de uso consideradas (Morales et al. 2011). Algo más de la
mitad de las especies se han empleado como verduras, seguidas por orden
de importancia por la categoría de bebidas y frutos. Hay especies como
el hinojo (Foeniculum vulgare) con una gran versatilidad de
usos: sus brotes y hojas jóvenes se consumen como verdura, sus flores y
tallos se emplean en la elaboración de bebidas y sus tallos y semillas
se usan como condimento. Otro ejemplo típico sería la zarzamora (Rubus sp.pl.),
cuyos tallos tiernos pelados se consumen crudos, mientras que sus
frutos, las moras, se consumen crudas, con vino o en mermelada y también
se emplean para la elaboración de bebidas.
Es destacable que en las regiones del sur y del este peninsular, el
número de especies alimentarias es mucho mayor. Esta mayor riqueza de
flora alimentaria en las regiones de clima más mediterráneo parece
deberse por un lado a su riqueza florística y por otro a un mayor empleo
de verduras y condimentos en comparación con las regiones del norte
(Tardío y Pardo de Santayana 2012). Resultados similares se han
encontrado en países como Italia (Ghirardini et al., 2007) o Polonia
(Luczaj y Szymanski, 2007). Estos estudios indican que en las regiones
situadas más al norte, con un clima más húmedo, hay una mayor valoración
cultural de los frutos silvestres, mientras que en el centro y sur, las
verduras son más apreciadas. Esta afición o aversión cultural por las
verduras silvestres puede deberse a varios motivos. En primer lugar, los
característicos sabores amargos o picantes de algunas especies son muy
valorados en algunas culturas y considerados saludables (Pieroni et al.,
2002), y sin embargo son rechazados en otras. En segundo lugar, en las
zonas de clima más seco hay un periodo de escasez estacional de verduras
cultivadas, a finales de invierno y principio de primavera, que
coincide con la época en la que son más abundantes las silvestres,
mientras que en los climas húmedos y templados del norte, los huertos
producen todo el año.
La mayor parte de estas especies actualmente sólo se recogen o se
consumen de forma esporádica. Únicamente algunas verduras como la
colleja (Silene vulgaris), el espárrago triguero (Asparagus acutifolius), el cardillo (Scolymus hispanicus) o las corujas (Montia fontana), frutos como la mora (principalmente Rubus ulmifolius) y la endrina (Prunus spinosa), y condimentos como el orégano, el romero, y varias especies de tomillos (principalmente Thymus vulgaris y T. zygis) siguen recogiéndose de forma generalizada hoy en día.
EL INVENTARIO ESPAÑOL DE CONOCIMIENTOS TRADICIONALES
Hasta hace pocos años la conservación de todos estos saberes
populares era innecesaria, pues como se ha dicho eran imprescindibles
para la vida diaria y se transmitían de generación en generación. Aunque
gran parte se han perdido sin haber sido documentados afortunadamente
algunos han sido al menos registrados y aún quedan algunas personas que
recuerdan cómo era la vida cuando se dependía en gran medida de los
recursos locales .
En este momento la información recopilada se encuentra dispersa en
internet, publicaciones nacionales o internacionales, algunas de ellas
revistas o editoriales locales de difícil acceso. También hay parte que
ni siquiera se ha publicado, como es el caso de muchos trabajos
universitarios. El interés por conservar los conocimientos ecológicos
tradicionales ha calado en la población así como, aunque algo tarde, en
los poderes públicos. Tanto es así que la Ley 42/2007, de 13 de
diciembre, del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, asumiendo los
principios y compromisos del Convenio sobre la Diversidad Biológica,
recoge la necesidad de la conservación y promoción de los conocimientos
tradicionales como parte del concepto de utilización sostenible de la
biodiversidad, reconociendo la importancia de la conservación integral
del patrimonio biocultural, teniendo en cuenta los dos componentes que
conforman este patrimonio (natural y cultural), que como decíamos antes,
son inseparables a la hora de hablar de biodiversidad.
La ley define el conocimiento tradicional como “el conocimiento, las
innovaciones y prácticas de las poblaciones locales ligados al
patrimonio natural y la biodiversidad, desarrolladas desde la
experiencia y adaptadas a la cultura y el medio ambiente local”, es
decir, el denominado conocimiento ecológico tradicional. El artículo 70
de la Ley establece una serie de mandatos a las Administraciones
Públicas en relación con los conocimientos tradicionales: - Preservar,
mantener y fomentar los conocimientos y las prácticas de utilización
consuetudinaria que sean de interés para la conservación y el uso
sostenible del patrimonio natural y de la biodiversidad. - Promover que
los beneficios derivados de la utilización de estos conocimientos y
prácticas se compartan equitativamente. - Promover la realización de
inventarios de los conocimientos tradicionales relevantes para la
conservación y el uso sostenible de la biodiversidad y geodiversidad,
con especial atención a los etnobotánicos. Éstos se integrarán en el
Inventario Español de los Conocimientos Tradicionales relativos al
Patrimonio Natural y la Biodiversidad.”
El Real Decreto 556/2011, de 20 de abril, para el desarrollo del
Inventario Español del Patrimonio Natural y la Biodiversidad, norma que
desarrolla la Ley 42/2007, incluye, como uno de los componentes de este
Inventario el Inventario Español de los Conocimientos Tradicionales
(IECT). En este inventario de conocimientos tradicionales se tratarán,
tanto los conocimientos tradicionales, como sus elementos o restos
culturales asociados, relativos a la biodiversidad y el patrimonio
natural y la geodiversidad.
La Ley 42/2007 también establece las bases para la regulación del uso
de los recursos genéticos procedentes de taxones silvestres, lo que
servirá para que los beneficios derivados de la utilización de los
conocimientos y prácticas tradicionales se compartan equitativamente.
El Inventario Español de los Conocimientos Tradicionales ha
despertado un gran interés en los colectivos implicados en el estudio,
promoción y desarrollo de los conocimientos tradicionales. Por ello se
celebraron las I Jornadas Técnicas sobre los Inventarios Españoles de
los Conocimientos Tradicionales relativos al Patrimonio Natural y la
Biodiversidad (Ley 42/2007) y a los Recursos Fitogenéticos para la
Agricultura y la Alimentación (Ley 30/2006). Estas jornadas tuvieron
lugar en el Jardín Botánico de Castilla-La Mancha (Albacete) los días 17
y 18 de junio de 2011.
El objetivo de estas jornadas fue abordar los retos y desafíos que
supone la patrimonialización e inventariación de los conocimientos
tradicionales y la puesta en común del estado actual de la cuestión y
las investigaciones realizadas hasta el momento. En ellas participaron
personas de las administraciones estatales y regionales, investigadores
de distintas disciplinas (antropólogos sociales, etnobiólogos y
agroecólogos, entre otros), activistas de organizaciones sociales como
la Red de Semillas, profesionales y otras personas implicadas en el
estudio, promoción y desarrollo de los Conocimientos Tradicionales.
Entre sus conclusiones finales
(http://www.conocimientostradicionales.info) se propuso que el
inventario incluyera todos los conocimientos tradicionales relacionados
con la gestión y aprovechamiento de la naturaleza tanto silvestre como
manejada (incluidas las plantas cultivadas, ganadería, etc.) que fueran
relevantes para la conservación de la misma. Se establecieron los
siguientes ámbitos: • Microorganismos: relacionados con la alimentación
(vino, queso, pan), con enfermedades o con la gestión del suelo. •
Plantas y hongos: todo lo relacionado con el manejo y uso de las setas y
las plantas silvestres y cultivadas tanto agrícolas como forestales. •
Animales: todo lo relacionado con la gestión, cuidado y aprovechamiento
de la fauna silvestre y la ganadería, incluidos los insectos o cualquier
otro grupo animal (sericultura, apicultura). • Recursos geológicos y
mineros, incluidas las prácticas de manejo del suelo relacionadas con la
erosión y lucha contra la desertización. • Paisaje, conocimientos y
prácticas ligadas al aprovechamiento del paisaje (lugares de interés
cultural).
Pese a que la Ley 42/2007 excluye de su ámbito de aplicación los
recursos fitogenéticos y zoogenéticos para la agricultura y la
alimentación, pensamos que, cuando se aborde el trabajo de elaboración
del Inventario Español de los Conocimientos Tradicionales, éste debería
incluir también la biodiversidad cultivada. Es virtualmente imposible
establecer una separación clara entre especies silvestres y cultivadas
ya que muchas especies de interés etnobotánico tienen un carácter mixto.
Por ejemplo, algunas especies silvestres se cultivan en los huertos,
como el orégano (Origanum vulgare), mientras que otras especies
cultivadas como el nogal (Juglans regia) se asilvestran.
Consideramos que se deben establecer los mecanismos precisos para
asegurar que se recopilan adecuadamente la mayor cantidad de
conocimientos tradicionales posibles ya que su pérdida es siempre
definitiva y su potencial es enorme. Desde el ámbito de la investigación
etnobiológica estamos plenamente dispuestos a colaborar con todas
nuestras fuerzas en este sentido.
CONSIDERACIONES FINALES
Con este artículo reivindicamos la enorme importancia que tienen en
el momento actual los estudios etnobiológicos y la gran oportunidad que
supone el Inventario Español de los Conocimientos Tradicionales.
España dispone de un riquísimo patrimonio etnobiológico que al ser
una parte importante de su patrimonio cultural, refleja la identidad
local y regional de sus gentes. Además, puede ser de gran interés para
el desarrollo sostenible del país. Los estudios etnobiológicos han
demostrado que muchas culturas que dependen de los recursos naturales
locales para su subsistencia mantienen e incluso aumentan la
biodiversidad de los ambientes que ocupan. Cuando el ser humano vive en
estrecho contacto con el medio natural que le rodea, es consciente de
que necesita conservar la biodiversidad.
La riqueza de nuestros recursos naturales merece un estudio detenido
de los mismos, catalogando sus usos y prácticas tradicionales para su
aprovechamiento sostenible, conservando antiguas prácticas acrisoladas y
probadas a lo largo de siglos, que han demostrado ser la mejor manera
de aprovechamiento respetuoso de los recursos disponibles.
El Inventario, al integrar la diversidad natural y cultural rompe la
dicotomía entre conservación y gestión de los recursos naturales. Esta
visión holística permite que a la vez que conservamos la biodiversidad
la ponemos en valor, para que sea un legado global para las siguientes
generaciones, incluidos sus beneficios. Como hemos dicho, estos recursos
son valiosos tanto por el papel que juegan en la salud, alimentación o
como fuente de materias primas con muchísimas utilidades, como por el
papel que pueden llegar a tener en el futuro. Los conocimientos
tradicionales pueden ser fuente de inspiración para la innovación en
industrias como la farmacéutica, cosmética o alimentaria, así como
recursos valiosos para el desarrollo de nuestras zonas rurales, por
ejemplo a través del turismo rural.
Aunque sin duda esta tarea debería haberse realizado hace décadas,
cuando la mayoría de los conocimientos tradicionales estaban aún vivos,
este inventario permitirá aglutinar lo que ya conocemos y servirá de
acicate para futuras investigaciones. Es urgente registrar todos
aquellos conocimientos y prácticas que han llegado a nuestros días,
antes que desaparezcan de la memoria colectiva.
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Manuel Pardo de Santayana
Departamento de Biología (Botánica). Facultad de Ciencias
Universidad Autónoma de MadridRamón Morales
Real Jardín BotánicoLaura AceitunoMaría MolinaJavier Tardío
Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rura, Agrario y Alimentario (IMIDRA)
Departamento de Biología (Botánica). Facultad de Ciencias
Universidad Autónoma de MadridRamón Morales
Real Jardín BotánicoLaura AceitunoMaría MolinaJavier Tardío
Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rura, Agrario y Alimentario (IMIDRA)
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