Ni la severa sequía, ni el récord de deshielo Ártico ni
la consideración por parte del Pentágono como "un problema de seguridad
nacional" han logrado que en la campaña se haya mencionado el cambio
climático, hecho inédito en las elecciones americanas desde 1988, que
los analistas atribuyen a la revolución del gas no convencional.
Ni siquiera el devastador ciclón "Sandy", que ha azotado esta semana
la costa este del país, parece capaz de modificar los parámetros del
debate cuando faltan pocos días ya para la votación.
Desde que hace 24 años los candidatos a vicepresidentes Dan Quayle
(Republicano) y Lloyd Bentsen (Demócrata) coincidieran en afirmar en un
debate televisado que "había que actuar contra el cambio climático", el
tema ha sido objeto de discusión en seis presidenciales y, con los
precios del petróleo disparados, alcanzó su punto culminante en las de
2008.
¿Qué ha pasado entonces para que las elecciones de 2012 entren en la
Historia, para furia de muchos científicos, ambientalistas y ciudadanos
americanos, como aquellas en las que no se mencionó el cambio climático?
Expertos en energía como David Pumphrey, del Centro de Estudios
Estratégicos (CSIS en sus siglas en inglés) o William Burns, profesor de
la Universidad Johns Hopkins, coinciden en que la respuesta es la
revolución que la explotación de gas no convencional por la técnica del
'fracking' ha provocado en la economía y en el sistema energético
norteamericano.
Los avances tecnológicos han permitido que gracias a esta técnica,
que fractura la roca para sacar los hidrocarburos contenidos en ella
mediante la inyección de grandes cantidades de agua y químicos muy
cuestionadas ambientalmente, el gas no convencional haya pasado de
representar del 2 al 30 % del total de gas que produce Estados Unidos en
menos de diez años.
Al ritmo de producción actual, la administración americana calcula
que los recursos recuperables pueden proporcionar gas natural para
abastecer a los Estados Unidos durante 100 años.
En un contexto de reducción de las reservas de hidrocarburos
extraídos de manera convencional y de depresión económica, la
administración Obama abrazó e impulsó el 'fracking' haciendo suyos los
eslóganes con los que lo ha vendido la industria: motor económico,
fuente de creación de empleo, de competitividad y de reducción de las
emisiones causantes del cambio climático.
A pesar de la práctica ausencia de estudios independientes que
demuestren esas premisas, Obama apuesta en su reelección por seguir
extrayendo gas y petróleo (incluso en las aguas prístinas del Ártico); y
el candidato republicano, Romney insiste en que él perforara -aún- más,
y en que en su primer día como presidente aprobará la construcción de
un oleoducto que transporte el fuel de Canadá a las refinerías de Texas.
La revolución del gas ha frenado también nuevos planes nucleares, una
energía que ambos candidatos apoyan, pero que según Pumphrey "no puede
competir con los bajos precios del gas", lo que está ralentizando la
construcción de cuatros nuevos reactores previstos (dos en Carolina del
Sur y dos en Georgia).
En ese sentido, una administración republicana podría retomar el plan
de construir un almacén de residuos nucleares permanente en Yucca
Mountain (Nevada), desechado por Obama.
¿Qué diferencia entonces a los candidatos en dos temas inseparables como energía y cambio climático?
Lo primero es la aproximación: Romney ni siquiera está convencido de
que exista un cambio climático antropogénico, es decir, causado por la
acción humana.
El aspirante republicano considera que hasta que no haya más
conocimiento sobre la severidad de las consecuencias del calentamiento,
el Gobierno federal no debe invertir ni un solo dólar en mitigarlas; se
opone a que haya una tasa a los combustibles fósiles y a apoyar con
dinero del contribuyente a las renovables, de las que dice que deben
abrirse camino por sí mismas y demostrar su viabilidad de cara al
futuro.
Obama, quien subrayó en la convención demócrata que el cambio
climático no solo "no es una broma" sino "la mayor amenaza para las
generaciones futuras", cree que la reducción de emisiones y las
renovables son -parte- del camino para frenar el calentamiento y que el
Gobierno central debe ser parte activa en ambas políticas.
Todo indica que de ser reelegido, el presidente renovará el sistema
de desgravación fiscal (Production Tax Credit, PTC) a las renovables,
del que se han beneficiado empresas españolas como Iberdrola; y que la
Agencia de Protección Ambiental americana (EPA) tendrá un papel más
activo en el control de emisiones.
Ni una cosa ni la otra ocurrirían con Romney, quien ha atacado
repetidamente las trabas que la EPA pone a las perforaciones con sus
exigencias, y está decidido a rebajar las competencias de esta agencia
estatal en materia de control ambiental.
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