
La fusión de combustible nuclear en tres reactores de la central de Fukushima Daiichi,
devastada por el tsunami, dispersó partículas de cesio y otros
elementos radiactivos en el aire y las aguas de la zona. Esas partículas
se fijaron en los cultivos o fueron absorbidas por los animales y los
peces. Cuando a su vez estos son tragados por un predador o mueren por
otra razón, la radiactividad se mantiene. Y la contaminación se perpetúa
en el conjunto de la cadena alimentaria.
Ante esta situación, algunos no dudan en desembolsar miles de yenes
(decenas de dólares) al salir del supermercado para medir la
radiactividad de su cesta de la compra, un servicio que ofrecen algunas
administraciones locales. Ciertas empresas privadas, como Bekumiru (que
significa "ver los becquereles") proponen en libre servicio aparatos de
medición de la radiactividad. En Kashiwa, una ciudad de los alrededores
de Tokio situada a 200 km de la central y en la que se detectó una
radiactividad anómala en ciertos puntos, los locales de esa empresa
siempre están llenos y el teléfono no para de sonar. "La gente que vive
aquí está especialmente inquieta", corrobora el director, Motohiro Takamatsu.
Las pruebas se hacen con cita previa. Los empleados tienen un mes de
clases intensivas con expertos. "Los clientes vienen con verduras, un
bol de arroz, agua o cualquier otro alimento. Ellos mismos hacen las
mediciones, y les tranquiliza", cuenta Takamatsu.
Basta colocar una muestra en un recipiente que luego se introduce en un
aparato dotado de un captor y pulsar el botón "iniciar" de un
instrumento parecido a una caja registradora. Veinte minutos más tarde,
se muestra el resultado. Al lado de cada máquina, un documento indica
los límites legales de becquereles por kilogramo para las verduras, los
condimentos y demás alimentos corrientes.
"Mucha gente viene con arroz, pero también con agua o tierra", precisa Takamatsu.
Las máquinas han sido seleccionadas en base a criterios de fiabilidad
y simplicidad de empleo. "Incluso un niño podría usarlas", presume el
director de Bekumiru.
"Cultivo verduras en el patio de la escuela infantil, y como los
niños podrían comérselas, vengo aquí regularmente para tranquilizar a
los padres, que obviamente están inquietos", cuenta Ryotaka Iwasaki,
quien efectúa su segunda visita. "Si no existiera este lugar estaría en
apuros, ya que costaría muy caro confiar las pruebas a un organismo
especializado".
"He venido a medir el arroz que cultivo. Después de las pruebas ha
sido autorizado para la venta, pero prefiero verificarlo yo misma, para
estar segura", confía la sexagenaria Mitsue Suzuki.
Bekumiru propone también en alquiler dosímetros que la gente puede emplear para medir la radiactividad en su jardín.
Con la esperanza de recuperar la confianza, un importante grupo
japonés de gran distribución, Aeon, efectúa sus propios exámenes sobre
la comida que vende. Según su director general adjunto, Yasuhide
Chikazawa, la fijación de un "nivel a modo de umbral de seguridad" por
parte de las autoridades no tiene sentido para los consumidores. "Sólo
los productos que presentan una radiactividad muy débil, hasta el punto
de ser indetectable, podrán rivalizar con sus homólogos extranjeros",
afirma el directivo. La política de "tolerancia cero" de Aeon chocó de
entrada con la oposición de los productores de las zonas contaminadas,
explica Chikazawa. "Pero finalmente se han dado cuenta de que era la
mejor manera de protegerlos", afirma.
Inmediatamente después del accidente nuclear de Fukushima, los
límites legales de cesio radiactivo en los alimentos fueron elevados
provisionalmente a 500 becquereles por kilogramo, tal y como estipulan
las normas internacionales de emergencia. Así, productos que antes
habrían sido descartados fueron temporalmente autorizados para la venta.
El dispositivo excepcional fue levantado el 1º de abril. Desde
entonces, el límite legal ha vuelto a su nivel anterior (100 becquereles
de cesio radiactivo por kilogramo para los productos generales, 10
becquereles para un litro de agua y 50 para los alimentos destinados a
niños pequeños). Pero la elevación temporal de los límites legales,
entre tanto, alimentó la sospecha de que el gobierno se preocupaba más
por los productores que por los consumidores.
Varios incidentes atizaron la desconfianza generalizada. Numerosos
productos procedentes de la prefectura de Fukushima que presentaban
niveles de radiactividad superiores a ese límite provisional fueron
prohibidos para la venta. En particular se trataba de carne bovina,
leche, champiñones, pescado y algunas verduras. Sin embargo, el arroz de
la región, una de las principales productoras del país, fue en un
primer momento declarado apto. Más adelante, los exámenes
complementarios revelaron una contaminación excesiva en numerosos lotes,
que finalmente fueron retirados del mercado.
La reducción desde el 1º de abril del nivel admisible vuelve además
invendibles los cargamentos previamente autorizados, lo que obliga a las
autoridades a comprar toneladas de arroz para destruirlas y evitar la
ruina de los cultivadores. Los casos de fraude (en los que se cambió
intencionadamente el origen indicado en los paquetes procedentes de
Fukushima) amplificaron la desconfianza. El resultado ha sido que los
consumidores se han alejado en su mayoría de los alimentos de los
alrededores de la región contaminada. Sólo las personas mayores siguen
comprando frutas y verduras cultivadas en Fukushima, por solidaridad con
los campesinos y porque muchas consideran que a su edad ya apenas
corren riesgos.
La reciente detección de zonas de fuerte radiactividad en varias
ciudades de Japón crea otro tipo de pavor difícil de contener. En
ciertos lugares, no obstante a decenas de kilómetros de la central
siniestrada, la radiactividad alcanza varios microsieverts o decenas de
microsieverts por hora, frente a menos de 0,20 en circunstancias
normales. "El viento y la lluvia han transportado los elementos
radiactivos. Esto depende de los lugares donde se hayan producido
precipitaciones. Hay lugares relativamente cercanos que se han visto a
salvo y otros que han resultado contaminados, pese a estar muy distantes
de la central", explica el profesor Tatsuhiko Kodama, especialista de
los efectos de la radiactividad.
Aunque las mediciones terrestres y aéreas efectuadas por las
autoridades muestran las grandes zonas de contaminación, no revelan los
"puntos calientes" muy localizados, en general detectados por
particulares. Cada vez hay más japoneses que se dotan de dosímetros
(como contadores Geiger), gracias al desarrollo de los modelos simples a
bajo precio.
En cuanto a las exportaciones de alimentos japoneses, antaño muy
apreciados por los consumidores de los países vecinos por su calidad y
su alto nivel de seguridad, cayeron un 7,4% en 2011 respecto a 2010.
Seis países seguían bloqueando a fines de marzo las importaciones de
verdura procedente del norte y el este de Japón. Entre ellos, China.
Un chef muestra dos trozos de atún a clientes en el restaurante
Sushi-Zanmai, cerca del mercado de pescados de Tokio, el 5 de enero de
2012. Antes del 11 de marzo de 2011, las amas de casa japonesas se
limitaban a comprar productos locales y evitaban los importados de
China, para estar completamente seguras de no intoxicar a su progenie.
Pero el accidente nuclear de Fukushima alteró los hábitos.
Yoko Kawami, empleada de Becquere Center, una empresa que alquila
máquinas para medir los niveles de radiación, hace una demostración en
su tienda Bekumiru en Kashiwa, en los suburbios de Tokio el 21 de
octubre de 2011. "La gente que vive aquí está especialmente inquieta",
corrobora el director, Motohiro Takamatsu.
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