El Grupo de
Investigación MED_Soil del departamento de Cristalografía, Mineralogía y
Química Agrícola de la Universidad de Sevilla
ECOticias.
Evaluar los daños producidos tras un incendio forestal no es
tarea fácil. En primer lugar es necesario diferenciar el grado de
severidad en cada zona y en cada tipo de suelo. Uno de los índices más
importantes a tener en cuenta es la hidrofobicidad o repelencia del agua
por el suelo, una propiedad natural de los suelos que se ve
multiplicada por el efecto del fuego.
El Grupo de Investigación MED_Soil del departamento de
Cristalografía, Mineralogía y Química Agrícola de la Universidad de
Sevilla, junto a expertos de la Universidad Miguel Hernández de
Alicante, pretende, con la iniciativa FUEGORED –que cumple cinco años y
cuenta ya con más de 200 expertos internacionales– establecer parámetros
para recuperar las áreas afectadas y proponer recomendaciones para que
un incendio controlado natural no llegue a convertirse en una gran
catástrofe.
“Tras conocer la gravedad del incendio se tomarán las medidas
necesarias, que en ocasiones no requieren de una gran reforestación ni
de un elevadísimo coste económico”, afirma Antonio Jordán López,
responsable de este Grupo de Investigación, quien añade que el sistema
de vegetación mediterráneo (en relación a los últimos incendios
forestales en la comunidad valenciana) tiene la capacidad de regenerarse
de manera natural y autónoma.
Según los expertos, la maquinaria pesada empleada para retirar la
materia calcinada tras un incendio “daña aún más el suelo, todavía muy
sensible en ese momento”. Cuando pasa la máquina, muchas especies
adaptadas al fuego están germinando o rebrotando, lo que impide que el
propio ecosistema se regenere “porque se suelen introducir especies que
no son autóctonas del lugar”, señalan.
Pequeños incendios para evitar grandes desastres
Bajo condiciones de sequía, altas temperaturas y viento, “los
incendios de estas magnitudes son imposibles de apagar porque sus llamas
alcanzan los 20 metros de alto, se extienden rápidamente y el fuego
sólo se frena si encuentra una discontinuidad como una carretera, un
río, si llega a la costa o cuando ya ha arrasado con todo”, advierte
Jordán refiriéndose al fuego de Valencia de los últimos días.
Por ello, sugiere que se establezca el control y la limitación en los
asentamientos de zonas forestales. “Hoy en día hay urbanizaciones que
se localizan dentro de los pinares, entre los propios árboles”, denuncia
Jordán. El establecimiento de zonas de transición entre las áreas
pobladas y la masa forestal actuarían de barrera de contención.
En el caso del incendio de Valencia, independientemente de que haya
sido provocado o no, “la administración no ha hecho una buena gestión de
los suelos y esto ha desembocado en un tragedia”, opina el
investigador.
Por otra parte, el equipo de investigación señala que el fuego es un
fenómeno propio de las zonas mediterráneas y es un agente que ha
contribuido a modelar la vegetación y el paisaje que se conoce en la
actualidad. Sin embargo, la gestión de las zonas forestales en las
últimas décadas ha olvidado este papel.
Los expertos aseguran que los pequeños incendios son necesarios y
beneficiosos para el ecosistema. Por esta razón proponen realizar
pequeños incendios controlados en invierno –cuando el riesgo de incendio
es menor– y así disminuir la cantidad de combustible acumulado en los
bosques sin expandir el fuego y reduciendo las probabilidades de que se
produzca un incendio en verano.
Al ser quemadas pequeñas áreas de matorral y árboles, la vegetación
se recupera de forma rápida y natural. “Además se crean discontinuidades
espaciales en la distribución de la biomasa que dificultan la expansión
del fuego y disminuye sensiblemente el riesgo de erosión del suelo”,
apuntan.
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