Hace pocos días se confirmó lo que ya veíamos venir desde hace años: un deshielo catastrófico en el océano Glaciar Ártico.
Que este verano iba a ser particularmente devastador para la
estabilidad del hielo ya se apuntaba en el mes de julio, cuando
científicos de EE UU observaron que la superficie de Groenlandia
afectada por deshielo superficial pasó de un 40%, cifra habitual, a más
de un 90%, extensión récord, en tan solo cuatro días. La trayectoria de
la extensión de hielo marino en el Ártico ya apuntaba claramente a que
este año se alcanzaría un nuevo récord, que se ha confirmado con una
extensión de hielo inferior en 700.000 kilómetros cuadrados al mínimo
anterior, registrado el verano de 2007.
De nuevo nos vemos obligados a revisar nuestras previsiones porque el futuro se nos está echando encima: en el año 2007 el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC)
predecía que en 2100 seguiría habiendo una tercera parte de la
extensión de hielo de los años ochenta en verano. En el año 2007 se
revisaron estas predicciones para situar un océano Ártico libre de hielo
en verano en el año 2030. Hoy los investigadores especulan con que esto
pueda pasar en tan solo cuatro años.
En un artículo publicado en la revista Nature Climate Change en enero
de este año alertamos de que todas las señales de la dinámica de hielo
apuntaban a un cambio abrupto inminente, anticipando los cambios que se
han constatado este verano.
Para nosotros la dinámica del hielo en el Ártico no es tan solo un
trazo en un gráfico de trayectorias temporales, porque desde hace seis
años venimos desarrollando una actividad intensa de investigación allí,
con entre tres y cuatro expediciones al año hasta haber completado siete
en Groenlandia y 14 en el océano Glaciar Ártico, desde el año 2006, con
el apoyo de nuestros colegas daneses y noruegos y, de forma
intermitente, de nuestro Plan Nacional de I+D o del Programa Marco
Europeo. Este esfuerzo de investigación se justifica por la rapidez e
importancia, para todo el planeta y para todos nosotros, de lo que allí
está ocurriendo.
Sin embargo, nuestra presencia recurrente en el Ártico, con
Longyearbyen (islas Svalbard) y Nuuk (capital de Groenlandia) como bases
logísticas, también nos ha permitido observar cómo viven estos cambios
las poblaciones residentes en el Ártico. En ambos lugares hemos visto
cómo verano a verano se multiplica el número de casas y el número de
turistas. Pero este año también ha sido diferente en eso: han llegado
los chinos.
El rompehielos chino Xuelong, o Dragón de nieve, cruzó este verano la
ruta del Norte a lo largo de la costa rusa, pero ante la desaparición
de hielo se plantaron en el Polo Norte. China ha encargado un segundo
rompehielos que irá equipado con sofisticados instrumentos de
prospección geológica y geofísica. Además, Pekín abrió en el año 2008
una base, llamada Estación Ártica del Río Amarillo, en Svalbard.
Mientras tanto, a Nuuk también han llegado los chinos, pero esta vez
no a hacer investigación. Este verano encontramos allí una actividad
frenética de empresas de prospección minera y estudios de impacto
ambiental, paralela al desarrollo de grandes planes de explotación de
recursos y construcción de infraestructuras. La revista de Greenland Air
ya anticipaba lo que nos íbamos a encontrar porque, desde sus páginas,
empresas de logística y prospección minera y de petróleo y gas ofrecían
sus servicios.
En octubre de este año, el Gobierno de Groenlandia tiene que tomar
una decisión sobre la apertura de la mina de hierro llamada Isua,
situada junto a la placa de hielo. Este proyecto minero está promovido
por una sociedad radicada en Londres pero con capital chino. De hecho,
el proyecto contempla el despliegue de 3.000 trabajadores chinos que
construirían, a lo largo de tres años, la infraestructura de la mina y
el transporte de hierro por tuberías hasta la costa, además de la
construcción de un puerto capaz de alojar los grandes cargueros que
transportarían el hierro a China.
Este es un ejemplo del más de un centenar de minas con licencia de
exploración en Groenlandia, de las que cuatro están ya en fase de
aprobación. El repertorio de minerales a explotar es amplísimo, desde
hierro a oro, aluminio y tierras raras.
Una indicación de la escala de estos proyectos viene dada porque la
mina Isua incrementaría el consumo energético total de Groenlandia en un
80%, a través de una planta impulsada por gasóleo y porque tan solo
esta mina reportaría beneficios, en licencias de explotación,
equivalentes al 20% de la recaudación actual del Gobierno de Groenlandia
(incluida la abultada aportación de Dinamarca). Además, será necesario
construir un nuevo aeropuerto de gran capacidad para acoger el tráfico
de trabajadores y materiales, con un desarrollo de infraestructuras que
generaría también pingües beneficios para las arcas públicas.
En la bienal internacional de arquitectura de este año en Venecia,
arquitectos e ingenieros daneses y groenlandeses presentaron un proyecto
titulado Una Groenlandia Posible, con una visión de una isla futura
repleta de edificios e infraestructuras para acoger todos estos
desarrollos.
El Gobierno groenlandés ve en el desarrollo de la industria de
recursos una oportunidad de elevar el nivel de vida de sus habitantes.
Sin embargo, esta perspectiva de prosperidad viene de la mano de grandes
riesgos para la integridad cultural y social de los groenlandeses. Con
una población de 57.000 personas, Groenlandia tiene menos habitantes que
empleados algunas de las grandes empresas que están aterrizando allí
(ALCOA, 61.000; Shell, 90.000; Maerk, 108.000).
No es de extrañar que los groenlandeses, el pueblo nativo inuit de la
isla, expresen sentimientos encontrados ante todo esto. Les preocupa
que la llegada masiva de trabajadores de zonas lejanas y el raudal de
dinero que sin duda fluirá por las calles de Nuuk pueda agravar las
dificultades que ya experimenta la población, con unas tasas de suicidio
—sobre todo en la adolescencia temprana— que triplican la de los
habitantes daneses del territorio. Los esfuerzos del Gobierno
groenlandés han conseguido reducir el consumo de alcohol per cápita
(población mayor de 14 años) desde 22 litros al año en 1987 hasta algo
más 11 litros en la actualidad.
La oportunidad es demasiado atractiva para darle la espalda, pero los
riesgos son importantes. ¿Será la sociedad groenlandesa lo
suficientemente fuerte como para resistir esta fiebre del oro?
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