jueves, 27 de septiembre de 2012

Inundaciones como las de Filipinas y la África más seca de la historia…

El pasado 2 de agosto, el Centro de Datos Nacional de Nieve y Hielo de Estados Unidos (NSIDC según sus siglas en inglés) anunció que el hielo ártico había alcanzado un mínimo histórico, superando el anterior récord, de 2007.
 Aida Vila
Un nuevo verano marcado por los impactos del cambio climático llega a su fin y lo hace “a lo grande”. Después de vivir desastrosas inundaciones como las de Filipinas, de ver como África se seca más y más, de afrontar olas de calor que han llevado a los termómetros del sur de la península hasta la escalofriante cifra de los 50ºC o de ser testigos de grandes incendios forestales que han arrasado en Estados Unidos y puesto en jaque paraísos nacionales como el Empordà... después de todo esto llega el récord de deshielo del Ártico.

El pasado 2 de agosto, el Centro de Datos Nacional de Nieve y Hielo de Estados Unidos (NSIDC según sus siglas en inglés) anunció que el hielo ártico había alcanzado un mínimo histórico, superando el anterior récord, de 2007. Se había batido el récord y esto era preocupante, pero había más: el verano ártico todavía estaba a casi un mes de terminar, por lo que el mínimo final anual prometía ser mucho más bajo... Y así ha sido: el 16 de septiembre el Ártico alcanzaba un mínimo de 3,41 millones de km2, algo que, pese a parecer mucha distancia, representa un 45% menos de hielo del que había cuando comenzaron las mediciones en 1979.

En verano de 2009 estuve en el Ártico, a bordo de uno de los barcos de Greenpeace que cada año ponemos a disposición de equipos de científicos independientes que quieran realizar estudios en la zona. Pude ver una de las maravillas de nuestro planeta y ser testigo, también a simple vista, de su rápida desaparición. Uno de los equipos científicos embarcado con nosotros nos contó que el deshielo del Ártico se acelera porque al hielo marino le afecta no sólo el aumento de la temperatura media de la atmósfera sino también el aumento de la temperatura del mar. Ambos en claro aumento de unos años a esta parte.

Según datos del la Administración Nacional sobre Océanos y Atmósfera de Estados Unidos (NOAA, según siglas en inglés), el pasado mes de agosto ha sido de los más cálidos de la historia. El promedio de temperatura del suelo registrado entre junio y agosto de este año ha sido el más elevado desde que existen datos algo que hay que sumar la tercera media más elevada de la historia en la temperatura oceánica, 0.64°C por encima de la media del siglo XX. El Ártico podría estar libre de hielo marino en los veranos de la próxima década, adelantándose así a las previsiones del IPCC (Panel Intergubernamental de Naciones Unidas sobre Cambio Climático) cuyos modelos estiman veranos libres de hielo a finales de siglo. Algo que, definitivamente, no nos podemos permitir.

Si las selvas son los pulmones de la Tierra, el Ártico es el termostato, un órgano vital que, con su inmensa superficie blanca, mantiene la “temperatura de confort” del planeta al reflejar los rayos del sol al exterior del espacio, actuando como un regulador natural del clima. La pérdida de hielo marino ártico provocada por el cambio climático repercute en un mayor calentamiento global (debido a la sustitución de superficie blanca que reflejaba la luz solar por superficie azul oscura del océano, que la captura) y aumentan el riesgo de que se libere a la atmósfera el metano almacenado bajo miles de kilómetros cuadrados de permafrost (suelo helado), lo que supondría la emisión de ingentes cantidades de gases de efecto invernadero que agravarían de forma exponencial los efectos del cambio climático.

Es indispensable reducir de forma drástica las emisiones y en países como España, líderes en tecnologías renovables podemos hacerlo de forma que, a la vez reactivemos la economía pero las medidas de política energética adoptadas hasta ahora por el Gobierno dejan mucho que desear. Carlos Duarte, científico del CSIC, lo expresaba muy claramente en su valoración del mínimo de hielo ártico de hace unos días: “estamos tocando la lira mientras arde Roma” decía y tenía razón. Hasta ahora hemos hecho oídos sordos a la ciencia, como quién ignora un diagnóstico médico porque no quiere aceptar su enfermedad, pero ha llegado el punto en que los síntomas son demasiado evidentes. Debemos empezar el tratamiento. No podemos esperar más.

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