jueves, 6 de septiembre de 2012

Titíes conocidos en Robledo y U. de A. aparecieron en El Poblado

Aparecen dos y a veces tres, juegan entre las ramas y se acercan hasta la ventana a esperar que les den comida, especialmente frutas, cuenta María Clara Saldarriaga refiriéndose a unos monos titíes que suelen llegar algunas tardes hasta su apartamento, en El Poblado.

Esas tardes son especialmente aquellas un tanto grises, sin sol radiante. Los vecinos los perciben cuando escuchan su sonido, unos silbidos parecidos al canto de algunos pájaros.

“Eran más, pero como hay menos árboles ya no pasan de tres”, relata esta señora, habitante de un sector de El Poblado que no revelamos por sugerencia del Área Metropolitana.

Hacerlo, dicen funcionarios de la autoridad ambiental, sería ponerlos en peligro, ya que hay inescrupulosos que comercian con fauna silvestre y para ellos sería un trofeo detectarlos, capturarlos y venderlos.

Narran María Clara y su esposo, Jorge Iván Saldarriaga , que los primates son felices jugando entre los árboles, que allí persiguen pájaros y pareciera que les roban los nidos.

En efecto, eso hacen. Dice Víctor Vélez, biólogo y encargado de fauna en el Área Metropolitana, que por ser depredadores, “la proteína animal es su principal alimento y por eso se comen los pichones de aves”.

Hay que protegerlos
Para la entidad ambiental es revelador que en El Poblado haya esta especie, pues es conocido que tiene poblado un sector de Robledo. Aquí no.

“Hace años, por La Aguacatala, había una población, pero no se habían vuelto a ver”, comentó Vélez, que emprenderá misión para capacitar a la comunidad en el trato que debe darles. Recomienda no proveerles comida, “porque es la manera de exponerlos al peligro, ellos se van familiarizando con los humanos y se vuelven muy vulnerables”, expresó.

Agregó que si los ejemplares están ahí es porque tienen fuentes de alimentación propias y no necesitan que los humanos les den nada, solo que los dejen tranquilos. María Clara y sus hijos suelen darles alimento y cariño, “ellos lo reciben con sus manos y se lo llevan a la boca”, dice enternecida.

Dichosa esta familia que habita un segundo piso a la misma altura del árbol al que se trepan los titíes y por eso pueden verlos, mirarlos de frente y disfrutar el espectáculo sin necesidad de agredirlos o intentar atraparlos. Como debe ser.

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