sábado, 20 de octubre de 2012

La gente es la que reforesta a Florida y Pradera

Campesinos, mujeres y niños han instalado viveros para cultivar plantas en vías de extinción.

Cuando le diagnosticaron cáncer, hace ya unos años, a Gladys Helena Moreno se le acabó la alegría. Engordó, ya no mostraba su sonrisa permanente y alcanzó a pensar que no tenía opción distinta de sentarse a esperar la muerte. Médicos, diagnósticos, idas y venidas del hospital, depresión y muchas veces resignación.

Así transcurría la vida de esta campesina negra, adjetivo que muchos usan para ofender, pero del que ella se siente orgullosa.
"Nunca pensé que unas plantas me iban a alargar la esperanza", dice de repente.

Así como saca esta frase para darle un giro radical a su relato, a la vida de Gladys llegaron unos árboles para transformar su futuro. Ella es ahora el alma y, contra todo pronóstico, según lo explica, la alegría de Fuerza Verde, un vivero situado en el corregimiento vallecaucano de El Llanito (municipio de Florida), donde cultiva especies nativas de árboles para reforestar la región y, cuando se puede, ganarse unos pesos para sostener los gastos de su hogar.

Este lugar es como un refugio en medio del calor y del avance urbano de la zona. Está decorado con miles de flores amarillas, carteleras de colores y un gran salón donde las mujeres que conforman el grupo se sientan a discutir semanalmente cómo sacar adelante las siembras.

"Aquí, sin quererlo, estamos de alguna manera sembrando agua", dice Gladys para justificar su trabajo, que con el paso de los días se ha transformado en una diversión y al mismo tiempo le devolvió las ganas de vivir más.

Fuerza Verde no es un oasis. Hace parte de un grupo de 19 viveros comunitarios, otros escolares y algunos más familiares, instalados en los municipios de Florida y Pradera (Valle), liderados en su mayoría por mujeres cabeza de hogar y afectadas por el conflicto armado.

Desde que tienen uso de razón, ellas han sabido que la gente necesita de los bosques. Pero ahora han comprendido que los bosques también necesitan de la gente.

En todos los viveros creados hasta hoy se cultivan 90 especies de plantas nativas, ornamentales y frutales, que se usan para reforestar las cuencas de los ríos Bolo, Frayle, Desbaratado, Tuluá-Morales y Palo, este último del Cauca, que son a su vez los que sustentan los regadíos de más de la mitad de la producción agrícola.

Se sostienen por la multinacional de insumos agrícolas Syngenta, que les compra los árboles, y esta, a su vez, los distribuye gratuitamente a empresas de la región, sobre todo a los ingenios interesados en proteger sus fuentes de agua.

Este esquema de responsabilidad social ha sido bautizado como Ecoaguas, y se ha transformado, desde 1995 (año en el que fue fundado), en el programa de reforestación privada más grande el país.

Hasta hoy, se han sembrado 880.000 árboles, el 10 por ciento de ellos en vías de extinción, que han cubierto un poco más de 1.900 hectáreas de zonas bajas y altas. Figuran acacias, achiotes y algarrobos. También almendros, arrayanes, caobos, crotos, chirimoyos, pomarrosos y totumos. Entre los frutales hay mangos, mamoncillos, mandarinos y naranjos.

"Por esta plantación masiva, los agrónomos de las empresas que han recibido los árboles de los viveros han empezado a ver loros y otras aves que habían desaparecido. Creemos que así mejoramos el entorno y contribuimos a la seguridad alimentaria", explica Alexánder Joya, director del programa.

La idea, premiada por la Cámara Colombo Británica, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), ya está en Caldas, Cauca, Cundinamarca, Bolívar y Boyacá, donde se han creado otros 19 viveros con la misma función. En todas estas regiones ya son 558 las personas que se pueden considerar viveristas y que reciben ingresos por reforestar.

Al visitar Pradera, se hace evidente cómo algunas familias han cambiado patios abandonados o llenos de desperdicios por hileras de plantas típicas.

Sólo Fuerza Verde, el vivero de Gladys Helena, integrado por siete mujeres más, produce un poco más de medio millón de pesos al año para cada una. Anualmente, logran la reproducción de más de 12.000 árboles de guadua, sauce, totumo y flor amarillo, que no sólo entregan a Ecoaguas, sino que igualmente pueden vender entre particulares. Los resultados son tan positivos que Fuerza Verde ya tiene un fondo que presta dinero a bajas tasas de interés entre sus fundadoras.

Gladys Larraondo, campesina de Florida, cuenta por su parte que su vivero, llamado Las Hormigas, trabaja en la producción de guadua para reforestar el río Frayle. Cultiva hasta 12.000 individuos al año. "Al principio, la gente nos decía que para qué estábamos cuidando esos chamizos. Ahora nos felicitan y quieren participar. Poco a poco, y sin que sea nuestra función, estamos generando conciencia", dice Larraondo.

Son beneficios locales que han trascendido en la región, y que instituciones como la Asociación de usuarios del río Frayle (Asofrayle), así como organizaciones como la Asociación de Usuarios del Río Bolo (Asobolo) y la Corporación para el Manejo Integral de la Cuenca del Río Palo (Corpapalo), han avalado.

Entre otras razones, porque esta es una zona que enfrenta muchas amenazas. Solo la tala, que avanza a un promedio de 238.000 hectáreas anuales en todo el país, aquí es intensa. Más allá de ser una práctica ilegal que lleva a la venta ilegal de madera, en este sector se mueve principalmente para producir leña para cocinar y construir ranchos.

Esto ha creado otros problemas: la erosión, que se produce cuando el suelo de las montañas queda desprotegido y se desmorona al no tener especies de flora que lo soporten. También impulsa la sedimentación de los caudales, que pierden profundidad y se desbordan precisamente cuando pedazos de esas montañas caen en sus aguas.

Eso ocurrió el 16 de enero de 1999. Ese día, María Jesús Plaza, una campesina de la vereda El Tamboral, en Florida, vio cómo el río Desbaratado adquirió características de avalancha y destruyó su caserío. El río Desbaratado fue bautizado así precisamente por ser un caudal indomable, brusco e impredecible. Y ese día, fuera de control, arrasó con, al menos, 20 viviendas. Cuenta que uno de sus vecinos, Robert Navia, pasó casi medio día agarrado de un palo para evitar que la corriente lo arrastrara.

Ella lidera el vivero Sembradores de Vida, en el que, junto con 10 personas, cultiva nogales y cedros, que ahora siembran en toda la cuenca del Desbaratado. "Intentamos ponerle orden al río, mejor dicho, reconstruirlo", dice. Ella y su grupo producen unos 13.000 árboles al año, que les dan ingresos por 9 millones de pesos.
"Muchos quedamos en la ruina después de que el río nos invadió -cuenta Plaza-, pero lentamente los árboles nos han ido levantando".

Y no sólo han levantado economías. También el coraje de mujeres como María Teresa García, de la vereda Potrerito, de Pradera (Valle), quien luego de ser desplazada por una incursión paramilitar, que además desapareció a su esposo, se atrevió a regresar a su casa en esa zona rural para fundar el vivero Proárboles del Valle, donde tiene decenas de caobas, una especie en peligro de desaparecer y que puede tener la madera más fina del mundo.

También preserva cominos y cedros. "Yo no conocía el nombre de ningún árbol, me limitaba a echarles agua, pero ahora sé el valor que tienen", dice esta mujer que cultiva al menos unos 5.000 al año, y quien ahora se confiesa como una mujer que aporta, enseña y da buen ejemplo a sus dos nietos: "Ser viverista me ha dado fuerzas para superar el dolor que nos ha dejado la violencia. Pero, lo mejor, me ha dotado de respeto y amor por la naturaleza".

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