Alfonso
Aramburu lleva décadas pintando paisajes de Huelva y navegando sus
aguas. Nació allí y allí vive. En sus 74 años, ha tenido que ver como
sus muchos amigos han ido dejando ahí la vida, por el cáncer.
Sara del Río
Por nacimiento o por adopción hay muchas personas que pasan su
vida cerca del mar y que allí dejan su vida. En los años 60, un
incontrolado desarrollo industrial empezó a dejar su rastro de veneno en
diferentes puntos de nuestro litoral. Probablemente muchas
instalaciones industriales comenzaron su funcionamiento sin valorar, ni
siquiera imaginar, los terribles impactos para la vida que tendrían pero
después se permitieron a pesar de sus ya más conocidos terribles
impactos para la vida. Amistades e influencias que han transformado el “vive y deja vivir” en “vivir y dejarse la vida” en nuestra costa. La industria ha ido, año tras año, dejando su firma en nuestro litoral y modificando, a golpe de contaminación, las vidas de quienes se encuentran cerca.
Alfonso Aramburu lleva décadas pintando paisajes de Huelva y navegando sus aguas. Nació allí y allí vive. En sus 74 años, ha tenido que ver como sus muchos amigos han ido dejando ahí la vida, por el cáncer. Hasta él mismo a punto estuvo en 2000, cuando fue operado también de cáncer. Y es que la industria química onubense ha cubierto las rías del Tinto y el Odiel de residuos tóxicos. Tanto que harían falta más de 2.500 millones de euros gestionar de manera adecuado los 120 millones de toneladas de desechos de Fertiberia que se acumulan a solo 500 metros de la ciudad de Huelva. Y, sin embargo, no llegan a 40 son los que se van a destinar para taparlos. “Vivir y dejarse la vida” en Huelva es también parte del precio.
Alfonso Aramburu lleva décadas pintando paisajes de Huelva y navegando sus aguas. Nació allí y allí vive. En sus 74 años, ha tenido que ver como sus muchos amigos han ido dejando ahí la vida, por el cáncer. Hasta él mismo a punto estuvo en 2000, cuando fue operado también de cáncer. Y es que la industria química onubense ha cubierto las rías del Tinto y el Odiel de residuos tóxicos. Tanto que harían falta más de 2.500 millones de euros gestionar de manera adecuado los 120 millones de toneladas de desechos de Fertiberia que se acumulan a solo 500 metros de la ciudad de Huelva. Y, sin embargo, no llegan a 40 son los que se van a destinar para taparlos. “Vivir y dejarse la vida” en Huelva es también parte del precio.
No nació en Muskiz pero llegó hace 21 años. El mejor queso Idiazabal de Bizkaia y el mejor txakolí, dice Sara Ibañez, de 57 años. En Muskiz también se encuentra la refinería de Petronor. Sara
es médica y atiende a las mujeres de su comarca, muchas embarazadas.
Por eso, es testigo de primera mano de cómo las personas se dejan la
vida con la contaminación industrial, incluso desde demasiado temprano.
Por su consulta ve cada vez más casos de cáncer, de enfermedades
cardiovasculares y, también, de malformaciones congénitas...y es cuando
no puede dejar de pensar en las tóxicas partículas de hidrocarburos. Sin
embargo, en Muskiz lo que permanece es la refinería de Petronor.
Con la ayuda de ampliaciones, autorizaciones, pactos políticos y
artimañas legislativas alargan la vida de esta planta. Lo último, 75
años más de vida industrial...
Hoy se reforma la Ley de Costas, para retroceder en la protección del litoral, para amnistiar a aquellas industrias que, como petronores y fertiberias, se sitúan sobre marismas y estuarios.
Las historias de Sara y Alfonso son solo dos de las miles que podrían contarse a lo largo de la costa española sobre lo que significa vivir en la costa contaminada. Vivir cerca del mar tiene un precio que es, en algunos casos, tan caro como dejarse la vida. Parece un precio demasiado alto para que los grandes empresarios de este país aumenten sus beneficios. La costa es nuestra y allí deberíamos poder vivir sin tener que dejarnos la vida. Recuperémosla.
Hoy se reforma la Ley de Costas, para retroceder en la protección del litoral, para amnistiar a aquellas industrias que, como petronores y fertiberias, se sitúan sobre marismas y estuarios.
Las historias de Sara y Alfonso son solo dos de las miles que podrían contarse a lo largo de la costa española sobre lo que significa vivir en la costa contaminada. Vivir cerca del mar tiene un precio que es, en algunos casos, tan caro como dejarse la vida. Parece un precio demasiado alto para que los grandes empresarios de este país aumenten sus beneficios. La costa es nuestra y allí deberíamos poder vivir sin tener que dejarnos la vida. Recuperémosla.
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