jueves, 6 de septiembre de 2012

El último rebelde de Tailandia


Los clásicos talleres de reparación de aparatos electrónicos, un negocio de poco relumbre aunque bueno para el medio ambiente, son la última resistencia contra el creciente consumismo que engorda los vertederos de Tailandia.

Cuando se estropea un ordenador, una impresora o un televisor, los empleados de los comercios de Tailandia y de la mayoría de los países recomiendan comprar uno nuevo, ya que el coste es parecido a enviarlo a reparar al servicio técnico del fabricante.

Pero en Tailandia son aún muchos los consumidores que conservan la costumbre de reparar en pequeños talleres sus aparatos averiados, lo cual además de alargar la utilidad de este contribuye a reducir el volumen de residuos, un problema que en Tailandia es cada vez más acuciante.

Rodeado de cachivaches, tornillos y de cables en su taller de Bangkok, Suchat, de 39 años, se afana en arreglar los televisores, vídeos, tostadoras o ventiladores que traen los clientes que no se resignan a dar por perdidos sus electrodomésticos.

"La inflación ha afectado al negocio, pero todavía seguimos recibiendo una media de diez clientes a la semana, suficiente para mantenernos", apunta a Efe Suchat en el taller que heredó de su padre.

El técnico tailandés cuenta orgulloso que aunque su titulación es de grado medio garantiza que puede reparar casi cualquier avería, pero apunta que no tiene claro si este tipo de talleres continuarán existiendo en el futuro porque cada vez más gente prefiere comprar antes que enviar a reparar.

Y eso, advierte Suchat, a pesar de que los nuevos electrodomésticos fabricados con materiales peores, y de menor precio, tienden más a romperse que los de antes.

No obstante, este técnico experimentado y con ingenio, no cree en la teoría de la obsolescencia programada, según la cual las empresas fabrican los productos con defectos diseñados para que no tengan una vida larga.

Sí está de acuerdo con esa teoría, Noona, de 53 años y quien trabajó durante casi dos décadas en un taller cercano en el que reparan desde motores de coche a televisores, secadores de pelo o lavadoras.

"Hay partes que están mal hechas y los aparatos se rompen antes. Es algo que veo todos los días", asegura.

En el centro comercial de Pantip, en la capital tailandesa, los visitantes se pierden entre la maraña de tiendas de material del sector de la informática, especializadas en fotografía, de venta de películas y programas pirateados, así como talleres donde jóvenes, la mayoría con formación académica, no se rinden ante las averías que presentan los aparatos que sus clientes traen.

"Un ordenador puede durar entre dos o tres años, si lo traes para que lo repare quizá te dure hasta cinco años", explica Miyac Piche, de 41, sin levantar la vista del CPU de un ordenador destripado.

"Algunas piezas de desecho las tiramos a la basura, pero no sé si las reciclan, otras se las llevan empresas chinas para reutilizarlas", indica el informático.

Mientras que algunos informáticos de los talleres de Pantip están de acuerdo con la teoría de la obsolescencia programada, la mayoría opina que los aparatos duran menos porque hoy día se utilizan materiales peores, no porque estén programados para durar menos.

"Es cierto que las impresoras dejan de funcionar cuando llevan cuatro mil u ocho mil copias hechas, pero sólo tienes que llevarla a revisar. Es como las revisiones periódicas del coche", dice Komsan, técnico de 30 años.

"Otra cosa son los materiales, que son la mayoría baratos y de mala calidad, fabricados en China", argumenta.

Komsan desconoce dónde terminan las partes desechadas de los aparatos viejos, aunque cree que se debería hacer algo para que no terminen tirados en los vertederos.

Las pasadas décadas de crecimiento económico han traído bienestar a los países de Asia, aunque, también de su mano, un insaciable sed de consumo que aumenta las emisiones de gases de efecto invernadero y el tamaño de los vertederos.

Tailandia genera anualmente más de 15 millones de toneladas de residuos sólidos, de los que apenas un 22 por ciento se recicla.

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