“Todo comenzó en 1989, época en la que cada semana llegaban al
Zoológico decenas de guacamayas, loros y pericos, en su mayoría
decomisados por la autoridad ambiental de ese entonces, el Instituto
Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente -Inderena-,
o cedidos en forma voluntaria por personas que después de tenerlos en
sus casas decidían entregarlos para que recibieran una mejor calidad de
vida, relata en forma pausada Alonso Caballero Estrada, Director del
Parque Zoológico Santa Fe y quien desde hace más de dos décadas ha visto
cómo la ciudad se ha embellecido con la presencia de coloridos y
vistosos papagayos.
Pero la situación en la que llegaban muchos de estos papagayos, nombre con el que se conoce a esta familia de aves, no era la mejor. Martha Luz Yarce, quien desde hace 20 años se desempeña como auxiliar veterinaria en el Zoológico, considera que “muchas de las guacamayas ingresaban al Parque con marcados síntomas de desnutrición y de estrés. Era tanta la tensión que generaban en ellas las condiciones del tráfico de fauna, que en sus cuerpos escasamente crecían las plumas y, lo que era peor, continúa, cuando éstas crecían de nuevo, los afectados guacamayos se las arrancaban inmediatamente con sus picos”.
Ante esta situación, un grupo de expertos del Área de Bienestar Animal del Parque Zoológico Santa Fe, coordinados por el biólogo Rafael Borja Acuña, decidió iniciar un ambicioso programa conservacionista que no sólo buscaba la recuperación de los individuos traficados sino la procreación de los mismos. La tarea no era nada fácil, pues los psitácidos, familia a la que pertenecen los loros, guacamayas y pericos, tienen costumbres monógamas, lo que indica que una vez que escogen su pareja, suelen permanecer junto a ella durante toda la vida.
Fue entonces cuando la administración del zoológico, con la previa autorización del Inderena y con la coordinación del equipo de Bienestar Animal, decidió ubicar decenas de nidos - construidos con troncos secos- en los árboles más altos del parque.
Poco a poco se soltaron los individuos más sanos y de comportamientos más distantes hacia los humanos. Pericos, loras reales, cotorras, chejas y guacamayas bandera y pechiamarillas fueron dejados en libertad para que anidaran en los nidos construidos especialmente para ese fin.
La respuesta no se hizo esperar. Los psitácidos escogieron sus parejas y empezaron sus diversos procesos de reproducción. Al principio, los papagayos nacidos en el zoo permanecieron junto a sus padres, hasta que poco a poco y con vuelos no muy distantes, hicieron reconocimientos del Valle de Aburrá y regresaban libremente al zoológico.
Lentamente colonizaron otras zonas como los árboles del Parque Norte, la Universidad de Antioquia, el Pueblito Paisa y las zonas verdes de El Poblado y Manrique donde se fueron reproduciendo.
Poco a poco Medellín se ha constituido en uno de los últimos refugios urbanos para los multicolores papagayos, y para beneplácito de los ciudadanos que los cuidan y los protegen . Y en un ejemplo a seguir por biólogos internacionales.
Pero la situación en la que llegaban muchos de estos papagayos, nombre con el que se conoce a esta familia de aves, no era la mejor. Martha Luz Yarce, quien desde hace 20 años se desempeña como auxiliar veterinaria en el Zoológico, considera que “muchas de las guacamayas ingresaban al Parque con marcados síntomas de desnutrición y de estrés. Era tanta la tensión que generaban en ellas las condiciones del tráfico de fauna, que en sus cuerpos escasamente crecían las plumas y, lo que era peor, continúa, cuando éstas crecían de nuevo, los afectados guacamayos se las arrancaban inmediatamente con sus picos”.
Ante esta situación, un grupo de expertos del Área de Bienestar Animal del Parque Zoológico Santa Fe, coordinados por el biólogo Rafael Borja Acuña, decidió iniciar un ambicioso programa conservacionista que no sólo buscaba la recuperación de los individuos traficados sino la procreación de los mismos. La tarea no era nada fácil, pues los psitácidos, familia a la que pertenecen los loros, guacamayas y pericos, tienen costumbres monógamas, lo que indica que una vez que escogen su pareja, suelen permanecer junto a ella durante toda la vida.
Fue entonces cuando la administración del zoológico, con la previa autorización del Inderena y con la coordinación del equipo de Bienestar Animal, decidió ubicar decenas de nidos - construidos con troncos secos- en los árboles más altos del parque.
Poco a poco se soltaron los individuos más sanos y de comportamientos más distantes hacia los humanos. Pericos, loras reales, cotorras, chejas y guacamayas bandera y pechiamarillas fueron dejados en libertad para que anidaran en los nidos construidos especialmente para ese fin.
La respuesta no se hizo esperar. Los psitácidos escogieron sus parejas y empezaron sus diversos procesos de reproducción. Al principio, los papagayos nacidos en el zoo permanecieron junto a sus padres, hasta que poco a poco y con vuelos no muy distantes, hicieron reconocimientos del Valle de Aburrá y regresaban libremente al zoológico.
Lentamente colonizaron otras zonas como los árboles del Parque Norte, la Universidad de Antioquia, el Pueblito Paisa y las zonas verdes de El Poblado y Manrique donde se fueron reproduciendo.
Poco a poco Medellín se ha constituido en uno de los últimos refugios urbanos para los multicolores papagayos, y para beneplácito de los ciudadanos que los cuidan y los protegen . Y en un ejemplo a seguir por biólogos internacionales.
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