domingo, 30 de junio de 2013

Retos ambientales de la agricultura

La producción de alimentos deberá incrementarse en un 50 por ciento de aquí al año 2050. Es una oportunidad única para países que, como Colombia, tienen el potencial de expandir sustancialmente su producción agrícola.
Pero satisfacer esa demanda y aprovechar esa oportunidad entrañan enormes retos, puesto que el destino de la producción de alimentos estará ligado a la forma como se afronte el cambio climático y se detenga el deterioro de los ecosistemas, de la biodiversidad y de los recursos de agua dulce. Así lo subraya el informe The great balancing act, del World Resources Institute (WRI), que muestra cómo estos factores ambientales están interrelacionados en forma profunda y compleja y han sido, con mucho, generados por la agricultura industrial y por la tradicional.
En primer término, la actividad agropecuaria genera el 24 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI) a través de diversos procesos: la deforestación, mayoritariamente fruto de la apertura de la frontera ganadera en el mundo tropical, que libera el CO2 capturado en el bosque; los sistemas tradicionales de labranza, que liberan CO2; la fertilización con nitrogenados, que libera los óxidos nitrosos, y la ganadería, que, a partir de procesos fermentativos del alimento que ingresa al rumen de los animales, emite metano, un GEI con un poder de calentamiento veinte veces mayor que el CO2.
A su vez, la agricultura da cuenta del 70 por ciento del agua dulce utilizada y extraída de las fuentes superficiales y subterráneas, de la cual el 90 por ciento no es reusada. Y la contaminación con los nutrientes utilizados en los cultivos crea, por escurrimiento, zonas degradadas o ‘muertas’ de agua dulce y costeras.
Según WRI, “si se fracasa en solucionar los impactos ambientales de la agricultura, se obstaculizaría severamente la producción de alimentos”. Se estima que el suelo degradado afecta el 20 por ciento del área cultivada y que la pérdida de bosques está generando sequías y escasez de agua en los ámbitos regionales. Y la destrucción del bosque y otros ecosistemas para dedicar sus suelos a actividades agropecuarias está generando una desestabilización del ciclo del agua, con el aumento de las inundaciones en épocas lluviosas y con el incremento de la escasez del líquido en las épocas secas. Y, a su vez, las mayores temperaturas están comenzando a producir extremos en las estaciones secas y de lluvias, olas extendidas de calor y cambios en los patrones regionales de lluvias, fenómenos todos que estamos presenciando y que se agudizarán a medida que avance el calentamiento global, ya inevitable. Además, la subida del nivel del mar destruirá suelos que hoy se dedican a la agricultura, y salinizará valiosos acuíferos costeros, arruinando una fuente de agua de intenso uso en los cultivos.
Si no se actúa, se produciría un negativo impacto en las cantidades producidas y en la productividad de los cultivos, y la meta de proveer de alimentos a los 800 millones de habitantes bajo la línea de nutrición y a los 2.300 millones en que se incrementará la población, hacia el año 2050, se podría convertir en una quimera.
Lo esperanzador del informe del WRI es que muestra que es factible detener el deterioro de los ecosistemas y restaurar aquellos que son críticos por los servicios que prestan a la actividad agropecuaria –como el agua, el control de plagas y la polinización (recuérdese la actual crisis de las abejas)–, hacer un uso más racional del agua, reducir sustancialmente las emisiones de gases de efecto invernadero y adaptarse a aquellos impactos inevitables del clima cambiante.
Lograrlo es un reto formidable, pero se puede. Y, en el caso de Colombia, este reto hay que enfrentarlo en forma integrada con los cambios que el proceso de paz, de concretarse, introduciría en el desarrollo agrícola del país.

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