Esa grieta en la pared llevaba años recordando el paso del tiempo.
Muchos de los inquilinos que habían alquilado la vieja casa la habían
mirado. Aunque todos habían reparado en ella, ninguno le había dado
valor. A Gala, la grieta le gustaba, le contaba algo. Decidió
enmarcarla. Cuando Asier Rua, fotógrafo de interiores y decoración, la
vio, le pareció especial. “Le buscó un significado a algo feo, a algo
que cualquier persona hubiera disimulado o hecho desaparecer. Dignificó
la grieta. Ese gesto me recuerda a las fotos de Diane Arbus, que
retrataba todo aquello que la gente no quería ver”, continúa Rua, que
fotografió el objeto. La decisión de Gala se integra inconscientemente
en unas de las últimas tendencias en decoración: el do it yoursef (háztelo tú mismo) y la triple R que invita a reutilizar, restaurar y reciclar todo lo que nos rodea.
Armonizar nuestro entorno en función de nuestras inquietudes es algo
que el ser humano hace desde el origen de los tiempos. La manera de
hacerlo ha cambiado. “Hace unas décadas, la decoración era estática y
determinista: no permitía abrir el mundo de posibilidades que ahora
tenemos. Los espacios son multifuncionales y la decoración forma parte
implícita de la diversidad de usos que le quiera dar el que vive ahí”,
dice el arquitecto Gonzalo Pardo.
“Cuando organizamos el espacio, tenemos que pensar, por un lado, en
el uso que le vamos a dar y, por otro, en lo que transmite”, agrega. Ese
mensaje que envían los objetos puede estar dirigido a uno mismo o al
público en general. “La casa de Gala estaba llena de intervenciones
suyas: tiradores de cajones pegados en una pared incitando a abrirlos,
pinturas en el suelo”, recuerda el fotógrafo. Casi todo hecho por ella misma.
La crisis económica ha obligado a la sociedad a reflexionar. Los
recortes invitan a valorar más las cosas que tenemos y a no desestimar
su utilidad a la primera de cambio. Acompañando a ese cuidado, se ha
producido un cambio de mentalidad con relación a la estética. Los
excesivos noventa incitaron al consumo sin miramientos. El diseño y la
moda se volvieron aptos para todos los públicos con la única
contrapartida de generalizarse. Así, mientras Zara vestía a una
generación entera, Ikea conseguía instalar en todas las casas una
estantería Billy. “Hemos sufrido una estandarización tan fuerte que ha
generado una respuesta: la necesidad de individualizar y personalizar todo.
Por eso, y por la caída de ingresos, la gente empieza a trabajar más
con los recursos que tiene a su alrededor”, argumenta Juan
López-Arangüena. Pertenece al colectivo Basurama.
Desde hace 12 años se dedican a la investigación, a la producción y a
la gestión cultural a través de los desechos y sus posibilidades
creativas.
“Nos dimos cuenta de que puedes encontrar muchos objetos en la calle
con la posibilidad de tener un nuevo uso en el ámbito doméstico: en casa
o en el jardín. Nuestro trabajo se basa en la observación -para
encontrarlos- y el cuidado -para darles otro uso-. En la calle hay cosas
con mucho sabor; el uso les ha dado pátina”, reflexiona. ¿De ahí viene
la tendencia vintage? “Esa corriente ha saturado un poco todo. Esto tiene más que ver con lo retro, que no implica que algo sea carísimo por ser viejo”, contesta.
Ultramarinos ‘cool’
Cazador es el último bar de moda, y de moderneo, en el madrileño
barrio de Malasaña. Tres enormes cristaleras se abren desde el local a
la tranquila calle de Pozas invitando a cruzar el umbral de su puerta.
“Esto era un supermercado hace mucho tiempo, pero llevaba más de 15 años
cerrado”, cuenta una de las vecinas de la calle mientras echa un
vistazo al recién abierto local. Diáfano, austero, poco decorado,
el espacio mantiene los baldosines del antiguo ultramarinos. En el
patio interior, para uso privado, varios maceteros llenos de plantas y
una silla de mimbre. Mobiliario tradicional de terraza tuneado a la moda.
“Hemos intentado intervernir muy poco”, cuenta Osama Mandy, uno de
los fundadores. Una idea que Antonio Oboc, arquitecto responsable de la
remodelación, respetó al máximo. En el hormigón desnudo resaltan un par
de platos colgados y un cuadro clásico customizado con espray. Una
colección de asientos, casi todos diferentes entre sí, rodean la decena
de mesas de diversos tamaños y formas. Una imponente sillería de teatro,
“perteneciente al antiguo teatro Lara y que estaban en la basura”,
incita a sentarse y pedir un bloody mary.
“Nos fuimos haciendo con objetos que nos solucionaban problemas. No
importaba dónde los encontrásemos”, rememora su inspiración Kike
McAllister, el otro socio del establecimiento. “Buscábamos en páginas
web, en mercadillos de segunda mano, y el precio nos marcaba si podíamos
comprarlo o no”, continúa. Muchas soluciones que hace años podrían
parecer temporales, como construir un sofá con un par de palés, se han hecho tendencia en el siglo XXI.
Los maceteros, las hamacas y las bancadas de la madrileña plaza de la
Cebada son viejos. Eran elementos, tubos, redes, contenedores y maderas
que, gracias a la asociación de vecinos con la ayuda de colectivos de
arquitectos como Zuloark, se han transformado en parte del mobiliario de
la plaza pública. Lo que hace dos décadas parecía inaceptable, ahora se
ha vuelto cool . “La decoración ha sido mal entendida. Mucha
gente la confundía con adornar: colocar objetos inservibles por todo el
espacio. A principios del siglo XX se construían montones de cosas
inservibles con la simple finalidad de exponerlas. Hoy día eso no
interesa nada; buscamos la funcionalidad. Frente a
decorar, considero más importante generar una atmósfera”, sentencia el
arquitecto Pardo. Una actitud que prevalece tanto en los interiores como
en las zonas exteriores.
“Durante un tiempo, la decoración parecía una disciplina que se
asemejaba con el maquillaje. La función estética es evidente, pero se le
puede dar más contenido”, resume Alejandra Calabrese, arquitecta de
interiores especializada en sostenibilidad y bioconstrucción y socia del
estudio Sucursal Urbana Universo Sostenible. En una de sus
intervenciones, construyeron el mobiliario de toda la casa aprovechando
la madera que retiraron de vigas, puertas y ventanas. “La
bioconstrucción ofrece un plus: nos aporta salud, respeto al medio
ambiente y ahorro”, añade Calabrese. Quizá por eso no ha notado el golpe
de la crisis.
Medio centenar de espacios de diferentes ciudades de España, Portugal
y Reino Unido posan cada año para el objetivo de Asier Rua.
Buhardillas, palacetes, casas okupas, casonas, estudios, bajos…
Interiores que llaman su atención y luego publica en diversos medios.
Algunos de sus trabajos permanecen inéditos. El fotógrafo les tiene
reservado un lugar especial: Madrid interiors (Folch Studio),
un libro dedicado al interiorismo de la capital de próxima publicación.
La grieta enmarcada es una de esas fotografías. “Lo vintage
tiene que pasar ya. Necesitamos apuestas más creativas por parte de la
gente joven”, opina. Las acciones de colectivos como Basurama le parecen
llenas de sentido y una tendencia que va a crecer. A pesar de ello,
considera que “es preferible crear que recrear”.
En esa línea se inscriben las impresoras 3D, que esculpen piezas que
se ensamblan y pueden formar desde un mueble hasta una pistola. “A pesar
de la homogeneización, Ikea fue una revolución de diseño para el mundo
del interiorismo. Pero eso no fue nada en comparación con las
posibilidades que aportan estas máquinas. Empiezan a ser asequibles y
van a cambiar por completo el paisaje doméstico”, vaticina José Luis
Vallejo, perteneciente a Ecosistema Urbano,
un equipo de arquitectos centrado en proyectos de espacio público y en
su investigación. “El momento cultural que vivimos nos incita a ser cada
vez más creativos”, añade.
Las lámparas fueron quizá el primer objeto que se popularizó con el
“háztelo tú mismo”. Intervenidas con cuerdas, pantallas o austeras
bombillas, decenas de blogs invitaban a iluminar de otra manera.
Siguieron las mesas y las sillas. Y las mecedoras de Mecedorama (elaboradas con plásticos trenzados) son lo último para colocar en el patio. Nada se tira.
“El mercado de segunda mano ha aumentado. La gente no se deshace de
las cosas tan rápido. Van a una tienda de bricolaje y lo reparan o lo tunean.
Creo que estos negocios han crecido mucho. Han repuntando”, opina el
decorador Guillermo García Hoz desde su tienda en la madrileña calle de
Pelayo.
Una mujer con acento british interrumpe. Pregunta el precio
de una jarra cuyo tapón se asemeja a la cabeza de una muñeca
Barriguitas. Le encanta, pero no se la lleva porque le da miedo verla
hecha añicos al descender del avión. En el espacio de García Hoz abunda
la nueva cerámica. Un ejemplo: un jarrón estilo Talavera donde en lugar
de lagarteranas aparecen marcianitos. “Con la crisis, los conceptos
también se reutilizan, pero me parece más importante que las cosas
tengan más de una vida, más de un uso. Esos objetos han recuperado su
alma. Creo que casi la habíamos perdido hasta nosotros”, concluye García
Hoz.
Esa reivindicación incita a revalorizar lo antiguo y a dotarlo de
personalidad. Esa búsqueda de carácter de los espacios ocurre en casas,
terrazas, jardines y calles. “Se trata de incorporar a los espacios
abiertos los mismos conceptos de personalización que emplearíamos en el
interior de nuestras casas”, resume el arquitecto Vallejo. Madrid Chair
es un ejemplo de uno de los proyectos de Ecosistema Urbano.
“Son unas piezas individuales que, unidas unas a otras y combinadas
de distintas formas, pueden crear infinitas posibilidades de uso del
espacio urbano. Se pueden generar múltiples ambientes en función de
nuestras necesidades. Normalmente, la ciudad se diseña pensando en un
lugar de batalla más que en un espacio de ocio, juego y convivencia”,
opina Vallejo. Esto es algo que influye considerablemente sobre nuestro
comportamiento como ciudadanos. Los ambientes urbanos creativos y
lúdicos transforman nuestras ciudades en lugares mucho más humanos y
estimulantes.
Gala ya no vive en la misma vieja casa. Cuando se mudó, no pudo
llevarse su grieta enmarcada. La dejó allí, moldura incluida, para el
siguiente inquilino. La foto de Asier Rua es el último testigo de su
acción decorativa, un detalle que consiguió cambiar la percepción de una
zona de la casa. “La creatividad de la gente posee mucho potencial. Hay
un mundo muy amplio que todavía está por explorar”, concluye Rua.
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