Los últimos años han sido trascendentales para entender la
importancia de los páramos en Colombia. Tal vez por casos como el de
Santurbán y la polémica que ha generado la explotación minera y los
títulos otorgados a multinacionales, empresas nacionales y particulares,
el país empezó a comprender lo vitales que resultan estos ecosistemas.
Sin embargo, aun cuando la información parece clara y gran parte de la
población sabe cuál es en esencia la función de los páramos, problemas
como los cultivos y la ganadería siguen trepando con rapidez .
¿Qué
hacer? ¿Cómo evitar que estas áreas, responsables de abastecer de agua
del 70% de los colombianos, se libren de aquellos males? Las preguntas
vienen rondando la cabeza de muchos expertos desde hace un buen tiempo.
Tanto así que, como se dio a conocer a mitad de año, se destinaron
$66.000 millones para realizar una nueva delimitación de estos
territorios (que ocupan más de 1’900.000 hectáreas), de la que está a
cargo el Instituto Alexander von Humboldt.
Y aunque lo ideal sería
que los páramos, grandes reguladores del recurso hídrico y del clima
regional por su función de capturar el gas carbónico de la atmósfera,
estuviesen blindados contra esos inconvenientes, lo cierto es que no
pueden ser ajenos a las dinámicas sociales. Así lo afirma Tatiana Roa,
directora de Censat Agua Viva, quien asegura que “actualmente es
necesario entender esos ecosistemas naturales como territorios
construidos socialmente. Los procesos de conservación que se adelantan
deben ser incluyentes y se tiene que hallar la manera para que se puedan
llevar a cabo con las comunidades que tradicionalmente han ocupado
estas zonas”.
Para Roa, los páramos enfrentan hoy en día,
principalmente, una gran amenaza: la minería y los títulos de
explotación que se otorgan en áreas donde no debería llevarse a cabo
esta actividad. Un buen ejemplo de ello es el páramo de Pisba, en
Boyacá, donde desde hace unos años se vienen formando bocaminas de
carbón, pese a estar en áreas restringidas.
Hernando García, del
Instituto Humboldt, coincide con Roa. “Estos ecosistemas —dice— nos
están poniendo a pensar en que, definitivamente, tenemos que crear
nuevos esquemas de manejo que protejan, pero a la vez permitan la
aplicación de sistemas agrícolas tradicionales. Pero la minería, sin
duda, no es sostenible en los páramos. Es una actividad que tiene
consecuencias directas sobre la pérdida de suelo y altera la regulación
hídrica”.
Y si bien es cierto que en el tema de protección se ha
avanzado de forma paulatina y que existan leyes al respecto, e incluso
en el Plan Nacional de Desarrollo se prohíbe la minería en estas
superficies, de no encontrarse una pronta solución que ponga fin a estas
problemáticas, son muchas las especies y recursos que están en peligro.
Las
cifras, de hecho, hablan solas: Colombia, con 34 complejos de páramos
distribuidos en las tres cordilleras, alberga la mitad de estos
ecosistemas en el mundo; en el país está el 98% de las especies
vegetales de páramo que existen actualmente, de las cuales el 90% son
endémicas, es decir que sólo se encuentran en estas regiones; el páramo
de Sumapaz, ubicado en Cundinamarca, es el más grande del planeta y allí
está el mayor número de lagunas de alta montaña.
Se podría, si se
quiere, continuar con una infinidad de ejemplos para evidenciar lo
exclusivos que son estos hábitats, en los que hay alrededor de 70
especies de mamíferos, 87 de anfibios y 154 de aves. Pero de nada
valdría, como asegura Hernando García, si hoy no aprendemos a manejar
esa presión que han generado el oro y el carbón. “Ese es el dilema
—insiste—. Hay que proteger; hay que llegar a una negociación”.
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