Estados Unidos, que no ratificó el Protocolo de Kioto
pese a ser uno de los mayores emisores de CO2 del planeta, acude a la
XVIII Conferencia de Naciones Unidas sobre el cambio climático, que
arranca hoy en Catar, con una mayor sensibilidad pero pocas novedades
concretas en su agenda.
Aunque el país ha sufrido este año la peor sequía en décadas y el
embate de un ciclón sin precedentes, Sandy, que devastó la costa
nordeste, los políticos y ciudadanos estadounidenses siguen sin dedicar
gran atención al problema del calentamiento global.
El cambio climático estuvo prácticamente ausente de la larga campaña
electoral de 2012 que terminó a principios de noviembre con la
reelección del presidente Barack Obama, y éste volvió a mencionarlo sólo
después de que se aseguró la victoria.
El país afronta, por otro lado, una grave crisis presupuestaria para
finales de año, conocida como "precipicio fiscal", lo que vuelve
bastante improbable que anuncie mayores contribuciones a los fondos de
ayuda contra los efectos del calentamiento para los países en vías de
desarrollo.
La realidad del cambio climático irrumpió en el escenario político de
EEUU una semana antes de la elección presidencial cuando el ciclón
"Sandy" anegó la megalópolis que se extiende desde Nueva York a Delaware
y dejó a millones de hogares y negocios sin electricidad y a millones
de personas sin casa y empleo.
Pero Obama y todos los políticos en EEUU deben lidiar con una
realidad y es que, según la encuestadora Gallup, casi el 50 % de los
estadounidenses dice que no le preocupa demasiado el calentamiento
global y el 61 % opina que el cambio climático no les afectará en el
curso de sus vidas.
En el otro extremo hay una minoría de estadounidenses que están tan
seguros del colapso inminente del orden político y del sistema económico
que se preparan activamente para el "fin del mundo".
Denominados "preppers" -derivado del término en inglés para "estar
preparados"- muchos creen que el apocalipsis será resultado del cambio
climático, y en cada uno de los 50 estados hay "preppers" que construyen
refugios subterráneos, acaparan alimentos y medicamentos, adquieren
armas y montan sistemas de energía autónomos.
Es cierto que en su discurso de victoria Obama hizo una referencia al
"poder destructivo de un planeta que se calienta" y se mostró favorable
a un debate nacional acerca de los riesgos climáticos.
Pero más que esas promesas vagas los negociadores del resto del mundo
congregados en Doha querrán ver si Estados Unidos mantiene su
compromiso con la meta fijada en Copenhague en 2009 de limitar el
calentamiento global a menos de 2 grados centígrados con respecto a los
niveles anteriores a la Revolución Industrial.
El enviado especial de EEUU sobre cambio climático, Todd Stern,
alarmó a los ambientalistas en agosto cuando declaró que la insistencia
en mantener esa meta "sólo conducirá a un estancamiento" en las
negociaciones globales.
Un informe reciente del Banco Mundial predice que las temperaturas van camino de subir 4 grados centígrados en este siglo.
Cuando llegó a la Casa Blanca en 2009, Obama prometió que Estados
Unidos reduciría para 2020 en un 17 % respecto a 2005 los niveles de
emisiones de los gases que causan el "efecto invernadero" y calientan la
atmósfera.
Para el resto del mundo fue una propuesta débil, pero aún ésa fracasó
en el Congreso en 2010, cuando la mayoría republicana -entre la cual se
cuentan muchos incrédulos acerca del calentamiento global- actuó para
restringir las atribuciones de la Agencia de Protección Ambiental.
Después de la elección pasada, los republicanos mantienen la mayoría en la Cámara de Representantes.
Por otra parte, la evolución del mercado de la energía ha llevado a
EEUU aumentar en los últimos cinco años la explotación de yacimientos de
gas, y en pocos años podría extraer de su subsuelo más petróleo que el
que actualmente explota Arabia Saudí.
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