Además de las numerosas rutas naturales catalogadas que existen en la provincia de Valladolid, hay otras sin señalizar que ofrecen un bonito paseo en esta época en la que los campos verdean y el viento mece los campos de Castilla.
Un posible ruta, de unos ocho kilómetros y apta para caminantes
y ciclistas, discurre entre las provincias de Valladolid y Palencia, en
esa zona limítrofe que es la confluencia entre el Valle Esgueva y el
Cerrato palentino.
El punto de partida es Amusquillo, una
pequeña localidad vallisoletana, bañada por uno de los pocos ríos
femeninos españoles, la Esgueva, afluente del Pisuerga al que
Quevedo y Góngora dedicaron letrillas que hacían reír a la Corte
española del siglo XVII, por aquel entonces en que Valladolid era
capital y residencia real.
Al salir del pueblo, se emprende el
camino por la carretera que lleva a Alba de Cerrato y sube por la zona
llamada de El Terrero, unas laderas de las que antaño los tejeros del
pueblo extraían la tierra para elaborar tejas y ladrillos.
Y no
sólo eso, ya que en estas tierras que conforman un bonito mirador sobre
el pueblo, se asientan también viñas centenarias y antiguas bodegas
excavadas en la tierra.
Durante la subida por la carretera es muy
probable encontrarse con algún conejo de los muchos que habitan en
"huras" o madrigueras en el interior de estas laderas.
Se toma el
primer desvío a la derecha para pasear entre tierras de labor y hallar,
tras un repecho, la fuente de La Pililla, con arco de piedra y doble
abrevadero.
La Pililla se encuentra junto a una zona de recreo
cobijada bajo una arboleda; un lugar donde los "garullos" -habitantes de
Amusquillo- se reúnen para comer y pasar algunas tardes de verano.
Se
continúa por la carretera, para tomar más adelante el camino de
Vertavillo, flanqueado por los verdes trigales del pago de la Calera,
que toma su nombre de la cal de sus tierras.
El camino que sale a
la derecha lleva a ras del páramo, a la Tierra Colorada, donde se
encuentra un monte de encinas y robles. Desde aquí podremos observar una
bonita panorámica sobre los pueblos del Valle Esgueva, y, con un poco
de suerte, también algún ciervo trotando por los trigales.
La avifauna de esta zona es variada, pero abundan aves agrícolas, como la perdiz roja, el alcaurín, el triguero, la calandria, la tórtola común, el escribano hortelano o la curruca tomillera.
El
camino de la izquierda guia hasta el Monte Viejo o "Barranco de las
tres rayas", una zona donde confluyen los términos municipales de
Vertavillo, Torre de Esgueva y Amusquillo.
Se entra en el Valle de
Arranca, donde un hito en el curso del camino señala que entramos en
provincia de Palencia, y más concretamente en el municipio de
Vertavillo, zona de interés comunitario (LIC) y de observación de aves.
El
trazado lleva hasta Tablada, un pastizal rodeado por árboles en medio
de este valle, con un pozo en buen estado de conservación y usado
antiguamente por los pastores que guiaban su ganado hasta Extremadura
por la Cañada Real Burgalesa, que atraviesa este valle.
Es esta un
cañada montaraz y solitaria, que ha sido tierra de pastores -y de
lobos- como atestiguan los chozos de piedra que pueblan el camino, y
que, en este tramo, era conocida por los trashumantes como "Los
Páramos", una región de monte por la que avanzaban días y días sin
encontrarse un alma.
Gracias a la existencia de esta vía pecuaria
se ha podido conservar la vegetación natural de este valle, uno de los
pocos no cultivados del Cerrato.
La vuelta se hará por el mismo camino, pero esta vez por una
senda que se adivina a la izquierda, entre encinas, para salir a otro
camino entre sembrados, el camino de Valseco.
Se toma el camino a
la derecha, que oculta, entre encinas y robles, en medio de las tierras
de labor, un pozo que usan los pastores que traen a sus ovejas a pastar
por estas tierras, "el pocillo". A 800 metros de altura no es extraño
que existan por la zona pequeños pozos naturales.
El camino desemboca en la carretera de Alba, cuyo trazado se sigue hasta Amusquillo.
Es
probable que el paseo haya despertado el apetito, por lo que nada mejor
que degustar un lechazo castellano de los ganaderos de la zona, asado
en el horno de leña de la panadería, y regado con unos vinos de las
bodegas de Amusquillo, que por su cercanía con la ribera del Duero
mantiene una tradición vitivinícola. EFE
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