La línea del AVE a la Meseta
se abre paso en el entorno del impactante Macizo Central ourensano en
donde ahora estallan al unísono el hormigón y los mesones. La ruta de
los pueblos que circundan el Parque Natural de O Invernadeiro, apenas
recuperado de los incendios que lo hicieron hervir por dentro en 2011,
es un ir y venir de maquinaria pesada que entuba arroyos, invade
bosques, acumula cascotes sobre las viviendas de alguna aldea, toma
senderos del protegido Camino de Santiago y llena de polvo y de una leve
prosperidad las gasolineras de los pueblos y ese florecimiento de los
bares que la gran obra lleva (y después recoge) a todas partes.
La estación de servicio de Vilar de Barrio, del alcalde, está en el
apogeo de su actividad. Los apenas 15 coches que diariamente paraban a
repostar son una anécdota: los grandes tanques de las máquinas forman
ahora colas que desbordan la capacidad de suministro. El AVE ha llevado
esta puntual prosperidad al municipio. Y también la del bar Coca Cola
Borrán, el primero en 40 años que recuerdan los habitantes en la
estación del tren. Aunque entre el mismo Borrán que da nombre al súbito
negocio y la aldea de Porto los potentes vehículos que cargan los
andamios del progreso hayan destruido una parte de bosque autóctono: un
paraje de 12.000 metros cuadrados de gran biodiversidad convertido en
escombrera.
En Porto-Alemparte-Os Meaus se avecina una actuación similar.Está
aprobado un estudio de impacto ambiental que preserva un souto integrado
por casi una hectárea de castaños milenarios, robles, alisos, abedules y
otras especies. Pero la adjudicataria necesita espacio. Le concedieron
190.000 metros cuadrados y le quedan pequeños: reclama 450.000, lo que
supone meterle un bocado al castañar protegido. “Todo son
incumplimientos de la normativa europea en una obra financiada con
fondos comunitarios”, denuncia el presidente de Amigos da Terra, Xosé
Santos, que responsabiliza a todas las Administraciones (Diputación,
Xunta, Estado y las confederaciones hidrográficas del Duero y del
Miño-Sil) de un “dejar hacer continuo” por los municipios de la alta
montaña ourensana. “Hay una laxitud total que contrasta con las
exigencias de otras comunidades”, remacha el ambientalista.
La Sociedade Galega de Historia Natural (SGHN) comparte esta crítica.
Ya alertó el verano pasado de que con las “constantes” modificaciones
del proyecto “se incumple el informe de impacto ambiental que fue
aprobado” y pidió explicaciones a los organismos de cuenca y al Adif (el
administrador de la infraestructura ferroviaria). La SGHN reclamó la
paralización cautelar de esa masacre arbórea. “Solo cuentan los
intereses económicos de las adjudicatarias”, protesta su presidente,
Serafín González. Y coincide con Santos en que “una vez conseguida la
adjudicación, las empresas empiezan a pedir modificaciones” del
proyecto: “Es sistemático”.
“No rechazamos el tren, pero arrasan con todo”
Con la crisis apretando en todas partes, las obras del AVE (la mayor obra pública de la historia de Galicia: una inversión de 22 millones de euros por kilómetro) han atraído a los pueblos del Macizo ourensano a buena parte de sus jóvenes esparcidos por el mundo, la mayoría nacidos ya en la emigración. Esperaban encontrar un trabajo en su pueblo de origen, pero apenas se han topado, en el mejor de los casos, con las sobras que ofrecen las subcontratas de otras subcontratas.Los vecinos han creado pequeñas plataformas que, en coordinación con Ríos Limpos, vigilan y denuncian los incumplimientos medioambientales que detectan con el fin de preservar sus bosques y sus pueblos. “No estamos en contra del AVE, sino de lo que están destrozando sin necesidad, hay otras formas”, explica Isabel, francesa de nacimiento que vive desde hace apenas dos años en Madrid pero que es hija de vecinos de Cerdedelo, “mi pueblo”, indica. “No ha habido un año en mi vida que no haya ido y el verano pasado me quedé impresionada: estaban arrasando con todo, árboles milenarios, era una locura”.
Isabel cree que “el destrozo” es tan innecesario como poco rentable para las empresas adjudicatarias. “Hay otras formas más sencillas; los vecinos de más de 80 años se llevan las manos a la cabeza cada vez que ven cómo abren pistas impracticables, con una inclinación tan grande que es imposible que pueda circular por ellas un autobús”. Cree que la acción vigilante y de denuncia da pequeños frutos. Y cita cómo, después de una constante denuncia en las redes sociales y en los medios de comunicación, la adjudicataria de la obra reparó, “dos días antes de las fiestas del pueblo”, la carretera de Laza a Cerdedelo que habían destrozado los enormes camiones.
Sin embargo, los vecinos reconocen que el pasado 25 de abril el Consello de la Xunta echó por tierra muchas esperanzas al declarar de utilidad pública la ocupación y expropiación de los terrenos necesarios para las obras del AVE en Porto-Alemparte-As Maus y Cerdedelo.
La obra es insaciable. El tramo que bordea e incluso irrumpe en Red
Natura comienza a adquirir una nueva fisonomía en Cerdedelo (Laza).
Cambia hasta la orografía: la montaña se eleva por encima de su altura
natural en un sobresaliente cucurucho formado por escombros.
Los cascotes constituyen una ruta por sí mismos. Ya sea irrumpiendo
en soutos o provocando la desviación de algunos caminos de la Ruta de la
Plata, pese a la Ley de Protección del Camino de Santiago, Patrimonio
de la Humanidad y declarado por la UE Itinerario Cultural Europeo. Las
escombreras siembran la falda del Macizo Central. Su número suele ser
“inversamente proporcional al presupuesto”, destacan los ecologistas ese
empecinamiento de la pobreza por enquistarse en sí misma. Y en el caso
de la línea del AVE a la Meseta, Fomento ha aplicado este año un ahorro
de 575 millones con lo que las empresas ajustan el gasto apretándole el
cinturón al medio ambiente. Por eso el afluente del río Pequeno discurre
entubado en Campobecerros. Y por eso la montaña de Cerdedelo está
estrangulada por un zig-zag de pistas abiertas en todas las direcciones.
Se trata de facilitar, economizando, los trabajos de las máquinas que
construyen túneles a escasos metros de las viviendas. Los vecinos podrán
ver pasar el tren como un suspiro, a 300 kilómetros por hora, pero no
podrán subirse porque no parará ahí.
La Confederación Hidrográfica del Miño-Sil reconoce que ha habido
“diversas afecciones” a los cauces (algunos se tiñeron de chocolate por
el vertido de escombros) que “deberán ser restauradas”. Pero afirma que
están en trámite otras autorizaciones “para varias obras
complementarias”.
La ruta de los cascotes se consolida en Portocamba. Ahí los escombros
se han hecho con el poder absoluto y asedian desde una cima sobre los
tejados de las viviendas. Los vecinos negociaron con Adif la ocupación
de una parte del monte mancomunado pero el administrador siguió
comprando parcelas con la intención de agilizar, y abaratar, el trabajo.
“Si hay un corrimiento de tierra el pueblo queda sepultado”, lamentan
ahora los habitantes. “Nos alertaron desde Adif de que se nos podían
caer las casas”, puntualizan dando por hecho que este será ya el último
aliento que exhale el pueblo. En la puerta de entrada a O Invernadeiro
el Café-bar Merendero de Campobecerros (que no alcanza los 30 vecinos)
tiene a mediodía mesas suficientes para una boda. “Tenemos más de 100
clientes diarios”, reconoce la dueña la prosperidad del efímero presente
mientras atiende a una Babel de acentos de distintas comunidades que se
cruzan ante los cocidos de los platos en el mismo zig-zag de las pistas
polvorientas que atraviesan la montaña. En los bajos de otras casas,
emergen más bares.
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