Estos días se
cumple ese fatídico décimo aniversario con la celebración de juicio que
sienta en el banquillo de los acusados, aunque con penas muy bajas si
se tiene en cuenta el desastre, al capitán del barco
Ángel Juárez
Almendros.
Han pasado los años pero no han quedado atrás los daños. Hace
hoy una década, el 19 de noviembre de 2002, el petrolero monocasco
Prestige se hundía en aguas españolas, en las costas gallegas, causando
uno de los mayores desastres ecológicos de la historia de nuestro
país. El continente (el Prestige) desapareció a 3.800 metros de
profundidad pero su contenido (el fuel que transportaba) llegó a tierra
y produjo una contaminación que aun hoy recordamos con dolor y que
provocó el famoso chapapote y el lema de “Nunca Mais”.
Estos días se cumple ese fatídico décimo aniversario con la
celebración de juicio que sienta en el banquillo de los acusados, aunque
con penas muy bajas si se tiene en cuenta el desastre, al capitán del
barco, a su jefe de maquinas y a quien entonces era director general de
la Marina Mercante. Diez años después, gran parte de las costas
afectadas no se han recuperado y las flora y fauna destrozada por el
vertido sufre aun las consecuencias con una repoblación lenta.
Como siempre pasa en este país, tras la tragedia se buscaron
soluciones para que no se repitiese. Se abrió el debate llegando a la
conclusión que no deben circular por nuestros mares y océanos petroleros
con monocasco y que era necesario un mayor control de las actividades
de estas embarcaciones para evitar más derramos, vertidos y capítulos
de contaminación.
Diez años después se ha mejorado en algunos de estos aspectos pero el
mar se sigue contaminando sin parar. Mercantes, cargueros y petroleros
siguen limpiando sus bodegas en alta mar y los restos de sus limpiezas
manchan nuestras costas ante la frecuente pasividad de los órganos de
control. En Tarragona tenemos ejemplos claros de estas acciones que
queden impunes y que se repiten año tras año cuando las manchas de crudo
y los efectos de las limpiezas de las bodegas invaden las playas.
Siempre denunciamos los mismos y callan los de siempre.
A la suciedad con la que maltratamos nuestros mares y océanos debemos
sumarle otra vejación a la cual les sometemos sin piedad, la
sobreexplotación pesquera que está dejándonos sin muchas especies
marinas y pone al límite de su extinción a muchas otras. Los barcos de
pesca salen a vaciar el contenido (el mar) para llenar su continente
(las bodegas) sin más contemplaciones y con el objetivo de ganar dinero.
Las vedas no sirven para nada y cuando se levantan, el ataque a los
fondos marinos es aún mayor. Hay hambre de dinero para evitar el hambre
física, ganas de comerse el mundo devorando sin concesiones nuestro
entorno más inmediato (el contenido) y de paso también el de los demás
(el continente).
El mar agoniza lentamente por todas las pequeñas acciones de cada
barco, por cada limpieza de los grandes barcos, por los numerosos
vertidos de grandes dimensiones que se producen anualmente. No somos
conscientes que la naturaleza es sabia y paga con las misma moneda.
Ignoramos que al paso que vamos, arrasando las aguas y habiendo
cambiando las tierras de cultivo por edificios de cemento, nuestro
planeta dirá también pronto ese “Nunca Mais” que se proclamaba hace diez
años.
Y cuando el día llegue deberemos saber que nuestra amada tierra (el
continente) seguirá su curso mientras los que la habitamos y maltratamos
(su contenido) estamos tan solo de paso. Puestos a saber nuestro rol
aquí, ¿por qué no somos menos divinos y más humanos, pensando con el
corazón y no con la cartera?
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