El título de capital verde se va, pero su filosofía aspira a quedarse
por mucho tiempo. Vitoria quema los últimos cartuchos del año en el que
ha sido Green Capital europea, mirando de reojo el cierre oficial, el
próximo 29 de noviembre en Bruselas, donde se entregará el testigo de la
capitalidad a Nantes, la Green Capital de 2013. Solo unos días después,
en diciembre, está previsto que arranquen las últimas actividades
programadas, como la noche en verde prevista para julio o el Congreso
Ibérico de Ornitología. “No habrá un gran acto de cierre porque ese
espíritu continua, la Green Capital no tiene final”, explican desde el
Ayuntamiento.
Con un programa repleto de importantes jornadas técnicas en torno a
la sostenibilidad, firmas de múltiples convenios con empresas que
aportan financiación —en el año de la capitalidad y los dos siguientes
hay comprometidos 2,6 millones de euros para proyectos como la
plantación de 250.000 árboles en el anillo verde, aunque para que este
dinero llegue es necesario crear un consorcio que, si bien en Euskadi ya
está creado, el estatal, para empresas de fuera, no existe a un mes de
que finalice la capitalidad— y algún que otro acto ciudadano como una
gynkana verde, los vitorianos parecen echar en falta su Green Capital.
“Es cierto que ha habido muchos más turistas, que otros años”, reconoce
Javier Soraluze, residente en la ciudad desde hace varias décadas, “pero
aparte de eso en el día a día no hemos notado nada”.
Otros, como un trabajador de la contrata de limpieza del Ayuntamiento
que prefiere no dar a conocer su nombre, indicaban que título sí, pero
conciencia no tanta: “Tenemos contradicciones, cogemos la bicicleta,
reciclamos... Pero después salimos por la noche y el Casco Viejo se
queda lleno de basura, de vasos de plástico por el suelo. Yo entiendo
que quieran salir de fiesta, pero si se es ecologista y todas esas
cosas, se es a las doce del mediodía y a las cuatro de la mañana”.
Los hay quienes han hecho de la Green Capital una oportunidad para
amoldarse a un estilo de vida sostenible. Es el caso de la asociación
Itxaropena, que ha adaptado su piso tutelado para discapacitados a esos
estándares, con medidas para reducir el consumo de agua, los deshechos
de la cocina o el consumo eléctrico. Itxaropena también ha creado un
huerto ecológico para invidentes, explica Ernesto Izaguirre, psicólogo
que trabaja para la asociación. “Los discapacitados visuales tienen la
tendencia a quedarse enclaustrados en casa, queremos sacarles con
iniciativas como esta huerta; eso es normalización”. Y sostenibilidad
desde su perspectiva más social, aquella que busca una sociedad
cohesionada y participativa.
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