Las noticias que nos llegan desde la Conferencia del Clima en
Catar no son esperanzadoras. La inacción y el retraso a la hora de
aplicar medidas nos llevan hacia la autodestrucción, cuyo impacto es
cada día más evidente.Luc Gnacadja
Casi todas las regiones están
afectadas por la sequía. España sufrió una gran sequía el último año. La
disponibilidad y la escasez de agua están ligadas a la degradación de
la tierra. De hecho el prerrequisito del “agua para la vida” es un suelo
sano.
Puesto que la producción de energía y alimentos depende del
agua, es obvio que su escasez lleva a una insuficiencia de energía y
alimentos. Algo bastante preocupante si se tiene en cuenta que se espera
que la demanda para el año 2030 de alimentación, energía y agua aumente
un 50, 45 y 30 por ciento respectivamente.
Son 7.000 millones de
bocas las que hay que alimentar hoy en día. Cada uno de nosotros consume
entre dos y cuatro litros de agua diarios. Para el año 2050 habrá que
añadir otros 2.000 millones. Los precios de los alimentos continúan
aumentando en todo el mundo. En 2012, fenómenos climáticos extremos,
particularmente la sequía, han causado pésimas cosechas y por
consiguiente una mayor inseguridad para los más pobres.
Cada año
se pierden más de 24.000 millones de toneladas de suelo fértil, el más
significante y no renovable recurso terrestre, algo que equivale a más
de 3,5 toneladas por persona y año.
La erosión del suelo provoca
la contaminación y la pérdida de los recursos hídricos. El cambio
climático lleva aparejado un aumento y expansión de la aridez y las
sequías, haciéndolas más frecuentes y severas. Los recursos naturales se
encuentran bajo fuerte presión y ante un círculo vicioso.
Trágicamente
son los más pobres los que más sufren. Algunos, viendo cómo sus
ecosistemas y medioambiente se van degradando, se ven forzados a dejar
sus hogares, incluso atravesando fronteras, en busca de mejores
condiciones de vida.
Este escenario, el de poblaciones
desesperadas y hambrientas que se ven forzadas a desplazarse, supone un
riesgo para todos nosotros. Para que haya un cambio tenemos que cambiar
nuestra relación con los recursos naturales y con nosotros mismos.
Debemos
ir más allá del discurso del mundo desarrollado que dice “pobres
aquéllos, que necesitan “nuestra” ayuda”. Necesitamos trabajar todos
juntos para encontrar soluciones, proactivas, pragmáticas y prácticas,
aunando todas las habilidades, todo nuestro conocimiento e inteligencia y
nuestra capacidad para pensar en el futuro y encontrar soluciones que
creen una situación beneficiosa para todos, para el planeta.
El agua y la seguridad alimentaria están relacionadas. Ambos
dependen de la seguridad del suelo y deben ser prioridades de nuestras
agendas políticas y de desarrollo y deben tratar las cuestiones de
manera logística. Hasta la fecha las respuestas han sido volátiles. La
gestión de la tierra será la llave de este enfoque holístico. No debemos
dejar que nuestro futuro se seque.
La gestión sostenible de la
tierra produce comunidades que con capacidad de resiliencia al cambio
climático y libres de pobreza extrema. Esto contribuye a la mitigación y
adaptación al cambio climático, frena la pérdida de biodiversidad y
ayuda a evitar los peores excesos del conflicto medioambiental y la
migración forzosa. Además, trae estabilidad y oportunidades de
crecimiento.
Las últimas dos décadas nos han enseñado que la
desertificación, la degradación de la tierra y la sequía impiden el
desarrollo sostenible de todas las naciones. Por ello el fin al que
aspiraron los líderes mundiales en el “Futuro que queremos” es ahora
“lograr un mundo con una degradación neutra del suelo en el contexto del
desarrollo sostenible”, lo que significa evitar la degradación o
reducir el riesgo de la degradación de la tierra o ambas, así como
invertir en la restauración de la productividad de la tierra degradada.
Si queremos cambiar la situación actual debemos poner a la tierra productiva y sana en el centro de las prioridades,
no en la periferia, como piedra angular de la elaboración de políticas,
y promover las intervenciones de bajo coste que usan el conocimiento
heredado así como políticas que no sacrifiquen ni el crecimiento ni la
protección del medioambiente.
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