El negacionismo es la forma más escandalosa de cerrar los ojos ante
el cambio climático, pero el distanciamiento es seguramente la más
perniciosa. Porque el distanciamiento no lo practica una minoría de
ciegos, sino la inmensa mayoría de miopes emisores de gases que poblamos
los países desarrollados o por desarrollar. Porque el distanciamiento
se puede fundamentar en la teoría y en la práctica, en el tiempo y en el
espacio. Y porque no hay nada más lejos que la Antártida, en cualquier
acepción de la distancia que prefiera uno. Remota y antigua, inverosímil
e ignorada, inexplorada hasta tiempos de Amundsen y todavía una
incógnita después de tantos años, la gran tierra blanca del sur guarda
probablemente una de las claves del futuro de nuestro planeta: de cómo
evolucionarán sus temperaturas medias en la atmósfera durante el siglo
XXI, y de cómo lo harán el nivel del mar y la calidad de vida de sus
habitantes. Aunque solo sea como un barómetro de la situación actual, o
como una bola de cristal de la climatología futura, la Antártida merece
más atención pública y científica de la que está obteniendo en estos
tiempos difíciles y cicateros.
La evolución del clima en el continente antártico es seguramente la
región más oscura de la climatología moderna. Pero los últimos datos son
sombríos incluso dentro de esas brumas. La Península antártica que
predomina el occidente del continente helado —que ya era conocida como
el caribe de la Antártida por los escasos y entregados expertos en el
área— parece haberse calentado dos grados y medio desde los años
cincuenta, y algunas zonas llegan a multiplicar por 10 el incremento
medio de las temperaturas en el planeta.
Los científicos que han analizado los datos creen probado que la capa
helada de la Antártida occidental ya está contribuyendo a la subida del
nivel del mar, y tienen muchas pistas sobre lo que su evolución futura
puede suponer sobre las corrientes oceánicas globales y, en último
término, las temperaturas y las condiciones de sequía del planeta.
Tantas incertidumbres sobre la Atlántida no son razones para cerrar
los ojos, sino para apoyar a los científicos en su esfuerzo por obtener
datos más fiables. Será más barato que arreglar el futuro.
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