El emirato de Catar acogió hace 11 años el inicio de las
negociaciones para liberalizar el comercio mundial. La llamada Ronda de
Doha fracaso después de ocupar años y años de negociaciones. El
precedente planea sobre la 18 cumbre del clima, cuyo tramo ministerial
comienza el lunes de nuevo en Doha. No es solo el mal augurio de que el
país anfitrión sea el mayor emisor de CO2 por habitante del planeta,
sino que las posiciones siguen estancadas. Ante eso, la única opción que
queda es prorrogar el protocolo de Kioto
-cuyo primer periodo de cumplimiento acaba a final de este año-, aunque
se bajen de él Japón, Canadá y Rusia. Así, solo la UE y Australia
quedarían con obligaciones vinculantes a la espera de que en 2015 mejore
la economía, la concienciación ciudadana o se alineen los astros para
firmar un nuevo acuerdo que entre en vigor en 2020 y que, esta vez sí,
incluya a todo el mundo.
"Este año tendría que ser un año clave, un Rubicón, al terminar el
primer periodo del protocolo de Kioto, pero va a quedar descafeinado",
asume José Luis Blasco, socio de Cambio Climático de la consultora KPMG.
En 2007, en la Cumbre de Bali, los más de 190 países que se reúnen bajo
la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático
(UNFCCC, en sus siglas en inglés) acordaron que en 2009 tendrían un
nuevo acuerdo que entraría en vigor en 2013 y que sustituiría a Kioto.
Nada de eso ha funcionado. En Copenhague, en 2009, ni la presencia de
todos los jefes de Estado desatascó la situación.
"Las acusaciones siguen siendo las mismas", añade Blasco. Los
gigantes en desarrollo (China e India, principalmente, pero con el apoyo
de Brasil y Sudáfrica) temen que les impongan un sistema de
verificación de sus emisiones que destripe su economía, además piden más
dinero y mayores objetivos de reducción de emisiones para los países
desarrollados, especialmente a EEUU. Mientras, Washington insiste en que
no puede moverse si no hay objetivos vinculantes para China e India.
"Vemos el mismo debate desde 2009", resume Blasco. Bajo una negociación
llena de documentos muy técnicos subyace una vieja pugna: ricos contra
pobres.
La dificultad radica en que este no es un tratado de medio ambiente,
ni siquiera sectorial -como el exitoso Protocolo de Montreal, que hace
25 años puso coto a la destrucción de la capa de ozono-. Las emisiones
de CO2 tienen relación con el sector energético, la industria, el
transporte, la agricultura, la deforestación...
Cada vez que una central térmica quema carbón en China o que un
estadounidense arranca su coche emite CO2. Este gas, principal
responsable del efecto invernadero, se acumula en la atmósfera y retiene
parte del calor que emite la Tierra. Según la Organización
Meteorológica Mundial, desde la Revolución Industrial, la humanidad ha
emitido unos 375.000 millones de toneladas de CO2. Eso ha hecho que la
concentración de CO2 en la atmósfera suba de 280 partes por millón a 390
actualmente. Y seguirá subiendo durante décadas. Nadie planea
recortarlas drásticamente porque eso acabaría con la economía mundial.
El acuerdo alcanzado en Copenhage
por todos los países es limitar el calentamiento a dos grados
centígrados, para lo que hay que estabilizar la concentración en la
atmósfera en 450 partes por millón. Según la Agencia Europea de Medio
Ambiente, ya se notan en el continente alteraciones debido al cambio
climático: como aumento de lluvias torrenciales en el norte y sequías en
el sur y aumento de la frecuencia de las olas de calor.
Con la crisis económica, el clima ha pasado a un tercer plano, aunque
cada vez hay más organismos que avisan del grave problema que afronta
la humanidad si no se hace nada. El último fue el Banco Mundial, que en
un informe calcula, de seguir así, a final de siglo la temperatura media
subirá cuatro grados centígrados. Y que eso traerá un mundo "con olas
de calor sin precedentes, severas sequías y grandes inundaciones en
muchas regiones, con graves impactos en ecosistemas y sus servicios
asociados”.
La principal esperanza es que en su segundo mandato, el presidente de
EEUU, Barack Obama, sí que tome medidas para limitar las emisiones. La
paradoja es que sin legislar, Estados Unidos ha reducido sus emisiones
debido al auge del gas no convencional, que ha sustituido al carbón en
la producción eléctrica. Aún así, EEUU aún dobla a la UE en emisiones
per cápita.
Europa, tradicionalmente la región que más empuja en estas
negociaciones, llega dividida. La crisis económica hace que ninguno de
sus líderes -quizá solo François Hollande- tenga el calentamiento entre
sus prioridades y Polonia veta cualquier intento por endurecer las
normas europeas. Hace unos años se daba por seguro que Europa
endurecería su objetivo de reducción de emisiones del 20% al 30% (en
2020 respecto a 1990), pero hoy parece inviable. Además, Bruselas ha
tenido que retirar la directiva que obligaba a las aerolíneas por sus
emisiones incluso aunque fuesen de un tercer país por el enfrentamiento
con China e India y la amenaza de represalias comerciales.
La UE acepta ir a un segundo periodo del Protocolo de Kioto que cubra
el periodo 2012-2020, pero hay graves discrepancias por solventar. El
secretario de Estado de Cambio Climático, Federico Ramos, destaca el
problema del llamado “aire caliente”. Se trata de millones de derechos
de emisión asignados a los países de Europa del Este y que nunca usaron
debido al desplome de la pesada e ineficiente industria soviética.
Algunos países han hecho caja con esos derechos (como Polonia, a la que
España le ha comprado CO2 para cumplir su parte), pero otros, como
Rusia, aún esperan para venderlos.
El problema es que si esos millones de derechos de papel sirven para
los próximos años la reducción de emisiones solo será virtual. “España
piensa que hay que ser restrictivo en el arrastre de derechos, pero
entendemos las posturas de ciertos países”, añade Ramos. “Si el mercado
[de CO2] está inundado es difícil que merezca la pena reducir las
emisiones”, añade el secretario de Estado, que a partir del miércoles
estará en Doha acompañado por el ministro de Medio Ambiente, Miguel
Arias Cañete.
Ese mercado inundado de derechos ya se da en la UE, por lo que la
tonelada de CO2 está en mínimos (el viernes cerró a 6,65 euros, muy
lejos de los aproximadamente 20 euros para los que se diseñó el sistema
de compraventa.
España está entre los países que aceptan un segundo periodo de Kioto.
“La primera fase ha sido útil, ha funcionado bien aunque podía haber
funcionado mejor”, opina Ramos. Pero incluso aunque la UE acepte, su
efectividad de una segunda parte es dudosa. Japón, Canadá y Rusia ya han
anunciado que no se sumarán. Estados Unidos, que no llegó a ratificar
el primer periodo, ni se lo plantea. El principal emisor del mundo,
China, está considerado como un país en desarrollo y por lo tanto está
exento. El resultado es que los países con objetivos vinculantes hasta
2020 solo sumarán el 15% de las emisiones mundiales (la UE, Australia,
Noruega, Suiza y alguno más).
Una prórroga de Kioto permitiría al menos mantener los mecanismos de
desarrollo limpio, el sistema que ha llevado miles de millones en
tecnología limpia a los países en desarrollo para compensar las
emisiones de los ricos. El mecanismo ha estado plagado de agujeros y de
inversiones con un dudoso efecto sobre la atmósfera, pero los países
consideran que desmontarlo empeoraría la situación.
Esos mecanismos son básicos para que los países en desarrollo acepten
cualquier nuevo acuerdo, el que se debe acordar en 2015 –probablemente
en París- para que entre en vigor en 2020. Pero para eso falta mucho.
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