Los glaciares de Ecuador, que coronan volcanes de más de 5.000 metros de altura, desaparecerán en 70 años al ritmo actual de deshielo por el calentamiento global, lo que alterará el ecosistema de alta montaña y el volumen de agua para consumo humano, según los expertos.

Uno
de ellos es el Antisana, una enorme mole de 5.753 metros de altura con
dos conos volcánicos por cuyas quebradas bajan las aguas heladas que
terminan en la mayoría de los grifos de los hogares de Quito, una ciudad
de 2,4 millones de habitantes.
La previsible desaparición de los
hielos eternos tendrá efectos en el frágil páramo que lo rodea,
compuesto de extensiones de pajonales y gramíneas bajas, y donde habitan
especies en peligro de extinción como el oso de anteojos y el cóndor.
La
pérdida del líquido contenido en las nieves no es el gran problema,
sino los efectos de la falta de ese foco frío en ese ecosistema, que
actúa como una esponja, al absorber el agua de lluvia y del deshielo,
dijo Jorge Núñez, el especialista en Ecuador del Proyecto de Adaptación
al Impacto del Retroceso Acelerado de Glaciares en los Andes Tropicales
(PRAA).
"Al afectarse los páramos tendremos daños irreversibles en
la biodiversidad y la disponibilidad de agua, el almacenamiento y
regulación del agua", alertó Núñez.
Tan solo un 8% del agua que
baja del Antisana procede del glaciar, mientras que el resto sale del
páramo, explicó María Victoria Chiriboga, directora de Adaptación al
Cambio Climático del Ministerio del Ambiente de Ecuador.
Colombia,
como Ecuador, tiene páramos, pero la situación es diferente en Perú y
Bolivia, donde son escasos y donde el abastecimiento de agua depende
más, por ello, de la precipitación y del agua almacenada en las nieves,
dijo Núñez.
Perú concentra más del 70% de los glaciares andinos,
Bolivia el 20%, mientras que Ecuador y Colombia cuentan con un 4 por
ciento cada uno.
Su tasa de decrecimiento depende de factores como
su ubicación y tamaño, pero en general es similar en toda la región,
según Núñez.
Ecuador ha perdido el 30% de la masa de sus nevados
en los últimos treinta años, por lo que a este ritmo desaparecerán por
completo dentro de 70 años, dijo el experto.
En Bolivia el
fenómeno ya se ha cobrado una víctima, el Chacaltaya, un pico de más de
5.400 metros de altura que perdió su capa blanca en 2009.
El
culpable es el cambio del clima del planeta, que hoy en día es 0,8
grados centígrados más caliente en media que en la época preindustrial,
según los científicos.
En Ecuador la subida ha sido de un grado
centígrado en tan solo los últimos 50 años y en algunos lugares de la
región andina ese alza llega a los dos grados centígrados, según
Chiriboga.
"No hay medio humano capaz de detener el retroceso
glaciar, lo que sí podemos hacer es trabajar para atenuar los impactos",
dijo Núñez.
Y para ello es fundamental contar con datos sobre la
atmósfera de la alta montaña, que es muy mal conocida en los trópicos.
Para ello, los países andinos han instalado estaciones meteorológicas en
algunos de sus nevados con apoyo del PRAA y de la cooperación
internacional.
Ecuador vigila por ahora solo el Antisana, donde
cuenta con tres instalaciones automáticas a diversas alturas y otras
tres menores encima del hielo.
Las estaciones miden el viento, la
radiación solar, la altura de la nieve, la precipitación, la temperatura
y la saturación de agua del suelo, que revela la capacidad de
almacenamiento del páramo.
Desde algunas de ellas se ve en mañanas claras el cono perfecto del Cotopaxi, otro volcán cuyo gorro blanco decrece cada día.
El
cambio climático también mermará las cosechas en América Latina y
generará inundaciones y sequías, según un informe del Banco
Interamericano de Desarrollo (BID).
La subida de la temperatura en
dos grados centígrados por encima del nivel actual provocaría daños
crecientes en la región, que llegarían en 2050 a unos 100.000 millones
de dólares, de acuerdo con sus cálculos.
Ese dato debería hacer que no solo los ministerios de ambiente se preocupen por los glaciares, sino también los de finanzas. EFE
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