El creciente comercio ilegal de tortugas marinas pone en serio riesgo la supervivencia de estos animales en Indonesia, hábitat de seis de las siete subespecies de quelonios marinos.
El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF)
alerta de que cerca de 100.000 tortugas verdes mueren cada año a causa
de su caza u otras actividades de los humanos en aguas de Indonesia y de
Australia.
También crece el número de ejemplares que se incautan
cada año cuando son transportados o comercializados por las redes
dedicadas al tráfico de animales.
El contrabando amenaza paraísos
naturales como el de Sangalaki, una isla con una vegetación frondosa y
situada en la costa oriental de Borneo, que los expertos consideran el
mayor lugar de desove de quelonios de todo el Sudeste Asiático.
Los
habitantes de esta pequeña isla en la que hay unas diez viviendas y en
la que desovan un promedio de 40 tortugas durante la noche siempre que
sea plácida, advierten una y otra vez a los visitantes del daño que
causa a esta especie su comercialización.
Mostrar a los turistas su desove
Los
especialistas recalcan que el consumidor final debe estar comprometido
con la conservación de la especie y ser consciente del impacto de
adquirir ejemplares para tenerlos en casa o comprar regalos hechos con
su caparazón.
Para contribuir a esa labor de concienciación, está
permitido que los visitantes presencien el proceso de desove o naden con
las tortugas bajo las cristalinas aguas que rodean Sangalaki.
Comercio ilegal
El
principal escollo para proteger a las tortugas es mantener a raya a las
personas sin escrúpulos que se benefician económicamente con el
contrabando de estos reptiles.
"El comercio ilegal de tortugas
sigue aumentando en todo el país, en la isla de Célebes, en Papúa, en
Bali, en Borneo o en Molucas. Y en muchas islas la caza ocurre,
prácticamente, en cada playa", señala a Efe Jatmiko Wiwoho, de la
organización ecologista indonesia Profauna.
La
legislación indonesia de 1990 protege a los seis tipos de tortugas
marinas, todas ellas vulnerables a la extinción, que se pueden encontrar
en el archipiélago: la verde, carey, lora, laúd, boba y la plana.
Wiwoho
culpa a "la falta de medios para la aplicación de la ley" que se
continúe comerciando con la codiciada carne, los huevos y el caparazón
de la tortuga, y que prosiga la destrucción de su hábitat.
La
citada legislación protege a los quelonios tanto vivos como muertos y
sanciona el comercio de productos derivados con penas de hasta cinco
años de cárcel y multas de 100 millones de rupias (10.300 dólares, 7.700
euros).
"En los últimos tiempos, las tortugas eran sacrificadas y
cortadas en pedazos para vender la carne en el mercado negro, pero
desde el año pasado la tendencia vuelve a ser la de traficar con ellas
vivas", explica Wayan Wiradnyana, presidente del grupo conservacionista Sociedad para las Tortugas Marinas de Bali.
Beneficio económico
La razón del cambio,
explica el ecologista, es el beneficio: una tortuga verde con un
caparazón de 30 centímetros cuesta alrededor de un millón de rupias (103
dólares, 80 euros), precio que se incrementa de forma notable cuando
son ejemplares de mayor tamaño y de especies más raras.
Las que no
se venden vivas acaban en los pucheros de las cocinas indonesias donde
son guisadas como un manjar o se utilizan en rituales hinduistas,
particularmente en Bali.
Asimismo, es habitual el consumo de los
huevos de tortuga y el empleo de partes de su caparazón para la
elaboración de abalorios y recuerdos para turistas.
En la isla de
Borneo, por ejemplo, las organizaciones ecologistas calculan que cada
año se comercian más de un millón de huevos de tortuga, principalmente
para fines gastronómicos, a un precio que parte desde las 3.500 rupias
por unidad (40 centavos de dólar, 28 céntimos de euro).
Precisamente,
la persecución masiva de las crías es uno de los riesgos que más
preocupa a los especialistas para asegurar la supervivencia de las
tortugas en Indonesia.
Rusli Andar, biólogo del Fondo Mundial para la Naturaleza,
explicó a Efe que las hembras desovan cada dos o tres años y entierran
centenares de huevos en la arena de las playas durante varias noches
consecutivas.
Después de un período de incubación de unos 50 días,
las crías nacen y se dirigen al mar en un trayecto expuesto a los
depredadores naturales como son las aves, lagartos y cangrejos.
En condiciones idóneas, únicamente llegan al mar una o dos de cada cien tortugas. EFEverde
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