La
Paleoclimatología y su hermana pequeña, la Paleoceanografía, son
ciencias en las que existe una marcada interdisciplinaridad, si bien su
esencia es histórica en tanto y cuanto examina
diados del siglo XIX Sir Henry Hutton expone los argumentos que
llevarán al enunciado del principio del Actualismo, uno de los pilares
metodológicos en que se sustenta la Geología. Este principio dice que
“en el presente se encuentra la clave del pasado”. Junto a esa idea se
reconocía la complementaria de Uniformitarismo, que rompía con la de que
la historia del Planeta y su semblante habían sido producto de
episodios catastróficos. Estas asunciones, transcritas en la obra de
distintos especialistas y pensadores, fueron leídas por Darwin
(literalmente absorbidas), contribuyendo sin lugar a dudas a
confeccionar el ideario que expondría a lo largo de su vida y que
revolucionaría ciencia y pensamiento. El propio Darwin en su primera
obra, más geológica que biológica, The Structure and Distribution of Coral Reefs, hace una interpretación que en términos modernos podríamos denominar “paleoclimática”.
La Paleoclimatología y su hermana pequeña, la Paleoceanografía, son
ciencias en las que existe una marcada interdisciplinaridad, si bien su
esencia es histórica en tanto y cuanto examina y trata de explicar el
clima del pasado. Sin embargo, acontecimientos globales como es el caso
del denominado Cambio Climático y su análisis, en concreto el
potencial efecto que el ser humano, la sociedad en desarrollo
postindustrial, hayan podido determinar, están dando lugar a que los
principios a que me refería, los propios de las Ciencias de la Tierra,
deban ser revisados.
La Paleoclimatología está centrando buena parte de su esfuerzo en la
búsqueda y explicación de episodios que reproduzcan escenarios en los
que la concentración de dióxido de carbono, temperatura ambiental,
caracterización de los casquetes de hielo, etc., sean similares a los
que modelizadores del clima proponen en un futuro no muy lejano
empleando datos observados en las últimas décadas. Busca “archivos” en
los que extraer señales que nos muestren momentos cálidos o fríos, con
mayor o menos concentración de gases invernadero, diferentes a
los “conocidos” desde que existe registro instrumental (no más de un
siglo), y cómo era entonces el desarrollo de las masas oceánicas o de la
cubierta vegetal de los continentes, evidencias de situaciones que
puedan llegar a reproducir las que lleguen a darse si alguno de los
parámetros que define y determina el clima se ve sustancialmente
modificado en uno u otro sentido. Se vuelca en desentrañar cuáles son
los procesos y mecanismos que han controlado la evolución climática de
la Tierra para mostrar cuál es la impronta del sistema una vez se detrae
el efecto humano, algo complejo pero que ha mostrado avances
incuestionables tal y como puede constatarse en los informes del IPCC
(Panel Intergubernamental para el Cambio Climático).
De este modo, una ciencia histórica, centrada esencialmente en el
estudio de sedimentos oceánicos, estalagmitas o hielo de los glaciares,
está siendo empleada como referencia para sentar el punto de partida de
los modelos que tratan de reconstruir la evolución climática de los
próximos siglos, sus efectos y los tiempos de respuesta. Toda una
paradoja frente a las ideas de Hutton, que quizás deberían ser matizadas
o ampliadas (no digo reformuladas), pues esta nueva perspectiva nos
está apuntando que “en el pasado está la clave del futuro”.
Por coherencia, el término correcto para este nuevo principio sería
“Futurismo”, lamentablemente ya acuñado. El 20 de febrero de 1909
Filippo Marinetti, un extravagante escritor, publicaba el Manifeste du Futurisme,
obra y doctrina seguidas por un no despreciable número de artistas e
intelectuales europeos y americanos hasta bien entrado el siglo XX, en
donde, y vean aquí las contradicciones (¿o coincidencias?) que nos puede
deparar la historia, se hacía un claro alegato, yo diría que un culto, a
la máquina y sus productos, al triunfo de la tecnología sobre la naturaleza. Una vez se lee el Manifeste,
si Marinetti y su grupo de excéntricos amigos viviese en la actualidad,
como incuestionables provocadores y detractores del sistema
establecido, no me extrañaría que los documentos que escribiesen
expresasen justamente las ideas contrarias, y sus pinturas reprodujesen
-como su habilidad artística diera a entender- la grandiosidad del cada
día más escaso bosque, en lugar de motocicletas y chimeneas humeantes.
El fondo sonoro sería los compases de sinfonías que interpretasen la
melodía de la naturaleza o del ya imposible silencio, en vez del
traqueteo de una locomotora.
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