Recibo, el
mismo día, dos libros inesperados. Una obra de teatro y un viaje
fotográfico por el mundo de la vida diminuta. Mientras la vacuidad se
adueña de tanto infatuado que colma de griterío la hoquedad de sus
palabras, Rubén Duro, Carl Djerassi y Roald Hoffmann trabajan en
silencio. Duro saca fotos de seres que no se ven, Djerassi y Hoffmann
dramatizan una imaginaria controversia entre Lavoisier, Priestley y
Sheele sobre el oxígeno y el flogisto.
Ramon Folch

Del flogisto ya nadie se acuerda. Levantó pasiones siglos atrás,
cuando la química se abría paso entre abrojos de ignorancia. ¿Por qué
arden las cosas? El fuego sería el flogisto liberado, algo que la
materia encerraba. Resulta que solo es la luz y el calor ocasionados por
la oxidación súbita de moléculas orgánicas, pero no podía saberse sin
previamente conocer la existencia del oxígeno y el propio concepto de
molécula química. Antoine Laurent Lavoisier logró desentrañar el asunto,
pero murió guillotinado en 1794 porque, según sus jueces, "la República no necesita científicos"...
Un siglo antes (1670), Antonie van Leeuwenhoek, comerciante de
tejidos holandés, inventó el microscopio a partir de sus cuentahilos.
Descubrió con él un universo de menudencias vivas pululando por las
aguas, costaba creerlo. Aún hoy cuesta que el común de la gente lo
crea, porque pocos tienen acceso a la visión microscópica. Vivimos
rodeados de rotíferos, diatomeas o bacterias sin que tengamos la menor
sensación de ello. Fascinante.
La cultura, además de arte y de letras, se nutre de conocimiento
científico. Lavoisier, Leuvenhook y tantos otros acompañaron a Mozart, a
Goya o a Goldoni en el gozoso camino de la creación y del
descubrimiento cultural. "Oxígen" (Mètode) y "Biodiversitat invisible"
(Museu de Ciències Naturals e IEC) nos revelan rincones preteridos,
amplían nuestra percepción de la realidad. Además del espacio, hay que
globalizar el tiempo, la dimensión que le confiere sentido.
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