El extremismo se ha propuesta conquistar el centro del discurso y lo hace manipulando a conveniencia las cuestiones ambientales.
Albert Punsola

Uno de los síntomas más significativos del proceso de erosión de la democracia que está en marcha es el desplazamiento hacia el mainstream
de ideas, formas de hacer y de decir que, unos años atrás se hubieran
considerado intolerables. Negacionismo histórico y científico, laxitud
en los razonamientos, lenguaje agresivo que quiere pasar por directo y
sincero. Esta combinación entre vitalidad e insolencia la encontramos en
cierta derecha europea y, en EEUU, en destacados miembros del Tea
Party. Es la voz del populismo, que es siempre el preludio, o el
acompañamiento, del autoritarismo.
En Estados Unidos, las agendas 21 y el concepto de sostenibilidad se
han convertido en el blanco de las críticas del Tea Party, pero
críticas sería probablemente una palabra demasiado sofisticada para
este caso. Sea como sea, lo cierto es que en numerosas colectividades
locales y municipios, los tímidos intentos de racionalizar el uso del
automóvil e intentar reconducir el urbanismo hacia parámetros de
densidad y de racionalidad, están chocando con una oposición singular .
El movimiento del Tea Party está detrás en muchos casos y con unas
formas impropias de un país avanzado. ¿Cómo calificar sino la idea de
que detrás de las Agendas 21 se esconde un plan secreto para convertir
los EEUU en un estado de tipo soviético?
En la misma visión, la sostenibilidad formaría parte de una trama
para, primero coartar, y luego eliminar, la libertad de los
estadounidenses, que ya no podrían disfrutar de sus propiedades ni
circular en coches cuando quisieran. Queda claro, pues, que el Tea Party
se impregna en buena medida de la filosofía libertarian,una
corriente de pensamiento que lleva al límite los principios del
liberalismo convencional -sin ninguno de sus matices. Esta filosofía se
expresa también en un defensa casi irracional del individuo frente al
poder organizado. Un poder que sería, por definición, sospechoso y
debería ser tenido a raya, con la posibilidad de ser abolido si es
necesario.
Hay que recordar que en los años 80 y 90 se extendió por todo el
país el movimiento de las milicias, formadas por ciudadanos armados,
que compartían un intenso patriotismo, pero que paradójicamente
consideraban el gobierno federal como una amenaza. ¿Una nación de
personas sin gobierno? El sustrato ideológico del populismo actual en
EEUU es justamente éste. El problema es que en 2011 este pensamiento
minoritario tiene la habilidad de presentarse en público sin bigotes ni
camisas de cuadros y opta por las gafas montadas al aire.
Después de la posibilidad de la toma del poder, el segundo peligro
más grande de los extremismos es su capacidad de condicionar la
actuación de las opciones políticas centrales. Y si esto pasa en el
país más importante del mundo, con permiso de China, hay un motivo para
la preocupación. El gobernador de Texas Rick Perry, republicano, no
sólo niega el cambio climático sino que considera que los científicos
manipulan información con oscuras finalidades. Cuando no se quiere oír
una explicación, se da la bienvenida a la conspiración.
Algunos analistas creen que los candidatos republicanos para las
elecciones presidenciales de 2012 tratarán de seguir por esta línea a
fin de ganar el favor del Tea Party. En realidad poco importa lo que
piensen realmente si optan por este posicionamiento. La consecuencia
será que, si hay una victoria republicana, los EE.UU. podrían bajar
hasta niveles imprevisibles su grado de compromiso con la política
ambiental en el interior y el exterior.
En Francia las elecciones presidenciales son también en 2012 y la
hija de Jean Marie Le Pen, Marine, está tomando un fuerte perfil de
candidata con posibilidades. Nacida en 1968, Marine Le Pen se ha
desprendido de la rémora neofascista del partido de su padre, al menos
en público. Tiene un discurso en las antípodas de los extremistas
estadounidenses porque se basa en la defensa de un estado fuerte e
intervencionista. Una lectura rápida de su programa ambiental puede
hacer pensar en la asimilación de una cierta sensibilidad, aunque sea
genérica, en aspectos como la biodiversidad, el reciclaje o la mejora de
los entornos urbanos. Sin embargo, llama la atención una frase como
"hay que separar la noción de desarrollo sostenible de cualquier otro
objetivo que no sea el ambiental, a fin de que la ecología no se
convierta en un pretexto para una política de inmigración laxa". ¿Una
sostenibilidad con una sola pata? El partido advierte en su web que en
2012 actualizará el programa. Dudo que este punto cambie.
El Frente Nacional es ahora "la gran casa de todos los amantes de
Francia", frase preciosista que como lo quiere decir todo, no dice
nada. La efusiva felicitación por carta que este partido envió a Josep
Anglada por los resultados obtenidos en las elecciones catalanas deja
claro que la manía de los frontistas sigue siendo la misma de siempre,
si bien se esconde bajo una capa de barniz en la que el ambientalismo
es un ingrediente más. En esto no son muy originales.
En España, la derecha extrema, que de momento cuenta con un amplio
arsenal más mediático que político, no está para sutilezas. Sus
miembros practican a cara descubierta el negacionismo y la confusión
sobre el cambio climático. Habrá que ver hasta qué punto empiezan a
influir en el nuevo gobierno a partir de una fecha tan querida por
ellos como el 20-N. Para completar el panorama, tenemos un centro
acosado, una izquierda política que ha perdido poder de convicción, y
una izquierda social, reducida a un aluvión de sensibilidades, que no
puede articular un modelo inteligible en que se pueda confiar.
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